Crítica de Los secretos del corazón
He aquí una curiosa combinación: por un lado tenemos a Nicole Kidman, actriz en horas bajas que vio su castillo hollywoodiense rápidamente derrocado a causa trabajos mal seleccionados y botox peor implantado (por cierto, más terrenal y, por tanto, hermosa que de costumbre). Por otro a Aaron Eckhart, actor siempre solvente pero rara vez significativo de garantía por sus no menos desacertadas producciones. Y por otro más a David Lindsay-Abaire, dramaturgo reputado pero, hasta ahora, guionista de dos producciones poco (o nada) halagüeñas: “Robots” y “Corazón de tinta”.
Necesitados todos ellos de un producto que devuelva (u otorgue, directamente) a sus carreras cierto pedigrí, se han ido a juntar en “Rabbit Hole”, adaptación de la más celebrada obra de teatro de Abaire a cargo de John Cameron Mitchell, otro cineasta necesitado de todo el crédito que obtuvo con “Hedwig and the Angry Inch”pero dilapidó con “Shortbus”. A priori, pues, película por la que nadie debería dar un duro, en especial teniendo en cuenta su lacrimoso entramado sobre la difícil adaptación de una pareja a la pérdida de su hijo de cuatro años.
Y sin embargo, he ahí lo curioso: entre todos han erigido una película francamente interesante, injustamente menospreciada en los esperpénticos Globos de Oro donde apenas ha recibió una nominación (a Nicole Kidman por su interpretación).
Para conseguirlo, han echado toda la carne en el asador. Sobresaliendo por encima de todo un guión con momentos e absoluta perfección, “Rabbit Hole” esconde su verdadera forma y se presenta al inicio como un desconsolado y frío retrato de la pareja protagonista y quienes la rodean. Se nos da a probar algún atisbo del drama, sí, pero se nos niega todo detalle ulterior, como si empezara un puzzle por las piezas del miedo y lo fuera completando progresivamente hacia los bordes. De este modo, a cada área concéntrica completada el espectador distingue una nueva dimensión (o nivel de profundidad si se prefiere), bien sea por secretos que se van desvelando entorno a la familia como por nuevos detalles sobre su tragedia. Remarcan esta estructura expansiva desde pequeños detalles (un trabajo manual del que nada se sabe pero poco a poco va desvelándose hasta la explicación final) a, y sobre todo, las portentosas actuaciones de su reparto; al igual que el film, sus personajes arrancan desde un escalón dramático relativamente bajo, la situación en casa intuye fragmentación incipiente pero no pasa del desasosiego, y sus relaciones (entre ellos dos y con el resto de sus familiares y amigos) tan sólo muestran pinceladas muy primarias de la realidad subterránea. Es con cada nuevo círculo que se van desprendiendo paulatinamente de la coraza, desvistiendo sus sentimientos y subrayando su verdadero malestar, en una escalada interpretativa perfecta tanto de Kidman y Eckhart (maravillosos) como de Dianne West, Tammy Blanchard o incluso Sandra Oh.
Y mientras tanto, la cámara de Mitchell capta todo desde un aparente segundo plano sin que por ello se pierda un ápice de su virtuosa personalidad. Planos bellísimos, composición elegante y voluntad porque el público se descubra ahora protagonista pasivo, ahora espectador de teatro son algunas de sus virtudes, que sumadas a lo ya relatado permiten secuencias de gran sutileza, detallistas definiciones de sus personajes, y de los escenarios. Ahí está el papel de cada miembro de la pareja ante tan trágico acontecimiento (él, aparente punto de apoyo; ella, gélida resignada buscando normalidad), momentos como el de la recogida de recuerdos, los diversos enfrentamientos madre-hija o la agenda del iPhone, y agradecidos planos desde el umbral de la puerta o el interior de un buzón de recogida.
De esta guisa, y siempre desde la sobriedad más absoluta, se llega poco a poco a la máxima aflicción, al sentimiento a flor de piel. Al punto de no retorno que ocupa el tercer acto de la película, que cuaja totalmente en el espectador y que se alza como la casi perfecta culminación de tamaño cúmulo de aciertos. Diálogos desde la más punzante de las sinceridades, situaciones al límite y miradas intensas protagonizan un tramo final al que quizás habría que echarle algún pero, traducido en ciertos excesos innecesarios (una secuencia tan consecuente como irrelevante, la escena del súper…).
Excesos que en realidad asoman la cabeza durante todo el metraje, pero que a fin de cuentas apenas se hacen evidentes, ni molestan demasiado al correcto disfrute de una de esas películas gratificantes. Tanto por su calidad impecable, como por la intensidad casi subconsciente que desprende y la suma inteligencia con la que su guión ha sido elaborado (la versión para teatro se alzó con el premio Pulitzer al mejor drama y estuvo nominada a varios Tony), “Rabbit Hole” debería ser recibida con entusiasmo. Y si encima sirve para devolvernos a la mejor Nicole Kidman y a un Aaron Eckhart en estado de gracia…
8/10
amigos vi esta peli hace tiempo y me gusto peor a las personas con q la vi dijeron q fue mala 8seguro no entendieron).. peor el ritmo combina con el metraje y termina justo en el momento indicado.
mira, pues nosotros seguimos guardandno un muy buen recuerdo de ella, así que celebramos no estar solos!!