Crítica de El secuestro de Michel Houellebecq
Verano de 2011. El mundo literario andaba convulso por la reciente salida al mercado y el amplio impacto de la última obra del, seguramente, autor francés más popular (y polémico) de los últimos 20 años, y que ha mostrado como pocos, el vacío vital imperante en el hombre contemporáneo: Michel Houellebecq, que además, le había valido el más prestigioso Premio de las letras francesas, el Goncourt. En Septiembre, el escritor galo tenía programado un tour por diversos países europeos, como Holanda y Bélgica, para realizar charlas y ponencias sobre su obra. Pero he aquí la sorpresa cuando Houellebecq no se presentó a ninguna de esas citas, ante la estupefacción de algunos y el escepticismo de otros (el escritor siempre ha sido conocido por su extravagante personalidad, pero nunca había faltado a un acto publicitado con su presencia). Cuando se le preguntó a su agente por el incidente, la sorpresa continuó aumentando, ya que éste tampoco tenía noticias de él ni del motivo de su ausencia, es más, ni siquiera había conseguido contactar por teléfono con el escritor de Plataforma. La sorpresa comenzó a mutar en preocupación, cuando los cientos de llamadas y mails que se le enviaban no recibían respuesta, y cuando se comprobó que había eliminado incluso su perfil en Facebook. Absolutamente nadie relacionado con él, tanto de forma personal como profesional, conocían su paradero. ¿Dónde estaba Houellebecq? A partir de aquí comenzó a dispararse la rumorología, que los antecedentes del escritor (graves depresiones, problemas de salud derivados de su adicción al tabaco y al alcohol, polémicos pasajes en sus libros donde dispara contra todo lo políticamente correcto, etc.) ayudaban a potenciar. Incluso se llegó a decir que había sido secuestrado por Al-Qaeda, debido a las terribles ofensas contra el Islam que espetaba en sus obras. Unos días después, el escritor apareció como si nada hubiera ocurrido, blandiendo únicamente en su defensa, que la línea telefónica de su casa en Almería no funcionaba.
Pues precisamente de esta última anécdota ficticia, parte Guillaume Nicloux (al igual que Michael Apted hiciera con la desaparición de Agatha Christie en 1926, en su filme Agatha) para escribir y dirigir El secuestro de Michel Houellebecq, comedia cercana al posthumor (eso tan en boga últimamente, sobre todo por unos chicos de Albacete, donde la finalidad es crear más estupefacción que carcajadas), que desarrolla lo que podía haber sucedido durante la “desaparición” y el cautiverio del afamado literato. Pero si la trama ya resulta curiosa de por sí, sumémosle el hecho de que el protagonista (y motor de toda la cinta) es el propio Michel Houellebecq (el cual ya había debutado como actor en una cinta anterior de Nicloux, realizada para Canal + Francia, The Gordji Affair) ¿interpretándose? a sí mismo y mostrando en pantalla todo aquello por lo que se ha labrado la fama de extravagante: un aspecto bastante ajado (con su sempiterna parca verde encima), excesivamente demacrado (sólo cuenta con 56 años) y haciendo gala de su descreimiento en prácticamente todas las cosas presentes en el mundo que le rodea, su adicción enfermiza al tabaco y al alcohol (y aunque esto último ha sido desmentido en varias ocasiones, por Crom que en ciertas escenas parece totalmente ebrio), pero sobre todo, su extraño, peculiar y caprichoso carácter. No resultan raros los paralelismos que se han hecho con Woody Allen (el personaje, no el director), eso sí, el francés resulta bastante más incorrecto e irreverente que el neoyorkino. A todo esto, sumémosle un grupo de captores de lo más peculiar (representando la antítesis del hombre culto, a saber: un gitano, un culturista y un luchador (llegando en ocasiones a no entender las expresiones que utiliza el escritor), más los octogenarios padres de este último), no tanto por su condición, sino por el trato que tienen con la víctima. Aunque en diversas ocasiones el escritor acaba sacándolos de quicio, en la mayoría de ocasiones se muestran afables y educados (llegando al exceso) con su popular retenido, y haciendo inevitable pensar en un Síndrome de Estocolmo tergiversado (atención al “regalo” de la señora), y acabar por no saber si estamos ante un secuestro o ante un fin de semana entre amigos.
Con una escena inicial donde ya queda claro lo estrambótico del personaje, debido a unas “peculiares” reformas en su propio hogar, y unos minutos posteriores (hasta que sucede el hecho que dispara la situación) donde reafirmamos esta idea, la estructura de la película se divide entre escenas que representan los acontecimientos del secuestro, intercaladas con una especie de entrevistas “naturalizadas” que van realizando los captores al autor, y donde éste saca a relucir su peculiar visión de las cosas: tanto sus fobias (Mozart, la etnia gitana, los escandinavos y polacos), como sus gustos (su adoración por Beethoven, Kant y el idealismo alemán o Lovecraft (hilarante la escena donde es nombrado), su defensa a ultranza de Tolkien (en uno de los momentos álgidos del filme, gracias a uno de sus “famosos” excesos de intolerancia)) llegando a sus creencias sociológicas o literarias (“Europa nunca será una democracia”, “Suecia es un país totalitario”, “en la poesía no existen reglas”, “lo más importante en una novela son los personajes” o “el mundo literario es machista, alcohólico y pederasta”). Vamos, un compendio del pensamiento (impostado o no) del polémico escritor, demostrando que el concepto del filme es única y exclusivamente su figura (arriesgado, ya que no mucha gente comulgará con el tipo de humor ni podrá empatizar con el “bueno” de Michel), desdibujando a cada minuto de metraje que transcurre su línea narrativa, y derivando en escenas descriptivas de cómo los personajes reaccionan y se relacionan con un tipo tan peculiar (muchos, si tuviéramos que aguantar ciertos momentos, actuaríamos igual), y que hasta el momento, nunca habíamos podido contemplar en pantalla. Pero si siempre se ha criticado a Houellebecq por el excesivo autoconocimiento de su talento literario, su desaforada ansia por mostrarlo y por potenciar el aura de malditismo que lo rodea (y que él mismo ha cultivado), no se le puede negar aquí unas inusitadas ganas de reírse de sí mismo, de autoparodiarse y, sobre todo, de pasárselo bien (aunque parezca que en ningún momento lo consiga, y que realmente es tal y como aparece en pantalla) demostrando una vis cómica (aparentemente involuntaria, incluso en ciertos gestos) que jamás le hubiera adjudicado al autor de Las partículas elementales, después de leer algunas entrevistas suyas.
Finalmente El secuestro de Michel Houellebecq se erige como una nueva propuesta de ese tipo de cine que emite continuamente la pregunta al espectador de si lo que está viendo es ficción o realidad, aunque sin entrar en el terreno del mockumentary, ya que no nos hace dudar de las situaciones y los hechos (claramente ficticios), sino de todas las opiniones, hábitos, comportamientos y pensamientos vertidos por el personaje central. Como si toda la ficción creada por la película esté realizada alrededor del personaje “real” del novelista y poeta, para atrapar su “auténtica” faceta, mientras actúa en libertad (como suponemos suele hacerlo) en una situación límite, y poder así ser atrapado por las cámaras como un animal en cautividad (a todo esto ayuda el toque hiperrealista de la cinta, potenciado por el formato documental de la imagen, el tratamiento naturalista de la luz y los decorados, la ausencia de música, la escasa preocupación por la puesta en escena, su montaje cortado (aunque esto no signifique que no esté planificado, si no, atención a la elipsis en el momento del secuestro o al poema recitado por el culturista frente al espejo)). En definitiva, una propuesta delirante, sorprendente, desconcertante (el quedarse fuera del juego será algo habitual), y que si no despierta en ti interés el personaje principal puede que acabes por aborrecer su escasa hora y media de metraje. Pero también es innegable que es algo fresco (tampoco magistral, como he podido leer por ahí), pero que sí se aleja radicalmente de los cánones de la comedia actual mayoritaria y que ofrece algunas situaciones tan disparatadas que rozan el absurdo beckettiano. Y entre eso, y descubrir más allá de sus libros (doy por hecho que todos habéis leído alguno) a un personaje como Michel Houellebecq, ya debería ser suficiente para movilizaros al cine.
6,5
PD: La escena durante los títulos de crédito, me parece, simple y llanamente, antológica.