Crítica de Si la cosa funciona
Lo digo de entrada: a estas alturas Woody Allen podría grabar durante hora y media a un mandril comiéndose sus liendres y aún así se merecería todos nuestros respetos: un cineasta que ha entregado a lo largo de su carrera tal cantidad de obras maestras ahora puede permitirse ya lo que le dé la real gana y ninguno de nosotros es quién para opinar si «debería volver a hacer aquello o lo otro» o «debería bajar el ritmo de producción, que si no se nos quema».
Eso no quita, claro, que sus dos últimas películas antes de «Whatever Works» puedan haber sido un par de buñuelos de tal magnitud que esta nueva, retorno a Manhattan y al humor judío, se reciba como agua de mayo. A mí poco me importará que haga más de diez años que entregó su última gran obra maestra («Desmontando a Harry», 1997) si sus comedias «menores», como lo es esta, son tan divertidas y desprejuiciadas.
Pero como decía, para ello ha tenido que volver a su ciudad natal y retomar algunas de las constantes que parecían perdidas desde «Melinda y Melinda» (2004) -en especial su mitad cómica-, pero despojando el conjunto de cualquier carga más o menos narrativamente inquieta para volver al esquema que tan bien funcionaba en la inmensa «Maridos y mujeres» (1992), esto es personajes que entran a escena de repente, giros cómicos encuadrados en temas muy serios y un ligero toque screwball absolutamente delicioso.
Por supuesto «Whatever Works» no es tan compleja como «Maridos y mujeres», o como otros ilustres ejemplos («Annie Hall» -1977-, «Hannah y sus hermanas» -1986-), pero como aquellas nos presenta una galería de personajes de relaciones sentimentales algo caóticas, todos ellos estupendamente dibujados, con trazo más fino o más grueso, y en un entorno urbano muy determinado.
Y también nos resulta familiar la relación que se establece entre ese «adorable hijoputa», neurótico, pretendido autodestructor, misógino, pesimista e hipocondríaco que resulta Boris Yellnikoff, interpretado por Larry David, y la encantadoramente ingenua hillbillie Melody de Evan Rachel Wood. Porque reconocemos en Larry David al mismo Allen, personaje y persona. A ese Allen intelectual que no puede rendirse al torbellino de inocente analfabetismo cultural (las referencias artísticas que maneja -jazz, música clásica, el cine de Bergman- suelen estar marcadas a fuego en el carácter de sus protagonistas) y seductora inocencia de la jovencita de turno enamorada hasta las trancas, llámese Melody, llámese Tracy (Mariel Hemingway en «Manhattan», 1979), llámese -glups- Soon Yi.
Se hace necesario volver a Larry David para hablar de lo que es el mismo centro de la película. Los fanfatales del cómico neoyorkino (a David me refiero) llevábamos años preguntándonos por qué demonios nunca había sido convocado por el director para protagonizar una película suya (sobre todo teniendo en cuenta que ya habían trabajado juntos en brevísimos papeles en «Días de Radio» -1987- y el fragmento correspondiente en «Historias de Nueva York» -1989-), ya que David resulta el perfecto alter-ego para trasladar las neuras, rabietas e inquietudes dando, a su vez, un aire muy personal al personaje, de modo que Boris Yellnikoff resulta la síntesis perfecta entre las dos personalidades.
Y así Allen le da rienda suelta convirtiéndole en el narrador de los sucesos, haciéndole hablar a cámara, rompiendo la «cuarta pared» para interpelarnos a los espectadores, concretamente a los que estamos en el cine, juego metacinematográfico que se amplía al hecho de que el resto de personajes «no ven» al otro lado de la pantalla, de modo que creen que Yelnikoff está hablando solo. Y solamente nosotros nos sabemos cómplices de lo que nos cuenta.
El resto de personajes le sirven al realizador como catalizador de su crítica hacia una cierta fauna urbana, pero también es verdad que se le puede achacar un cierto simplismo ideológico en su crítica contra las clases acomodadas, la bohemia neoyorkina trasnochada y especialmente el fanatismo religioso, y que el vitriolo que rocía sobre los personajes esté bastante aguado.
Al final, no obstante, el mensaje queda claro: la vida es una caótica amalgama de acontecimientos y giros caprichosos, así que lo mejor que se puede hacer desde nuestra gusanil existencia es conformarnos con lo que nos venga, siempre que la cosa mínimamente «funcione».
«Whatever Works» es una película ligera y con pocas pretensiones, y no deja de ser hermana muy menor de los logros allenescos en su terreno, pero es de verdad encantadora, muy divertida y realmente elegante (sus guiones tendrán sus más y sus menos, pero nadie puede atreverse a negar que Allen siempre ha sido un realizador exquisito).
Y sinceramente la prefiero a la espesa gravedad de «El sueño de Casandra» (2007) o el exotismo sentimental mal digerido de «Vicky Cristina Barcelona» (2008).
6’5/10
Hay dos formas de ver esta pelicula. Desde el punto de vista de un cinéfilo verás una agria comedia romántica. Si te haces amigo de Larry David y te dejas enamorar por Evan Rachel Wood, verás una puta obra maestra.
Yo ya me había enamorado de Evan hace tiempo ( Thirteen )
Bueno, Winkle, supongo que eso demuestra la subjetividad con la que se recibe toda obra artística, dependiendo de quien la percibe. Lo que pondría en entredicho la función del crítico de cine… ¿no?
Vamos, que al final todo acabaría dependiendo de si uno "se enamora o no" de la película, y todo lo demás vendría a importar un carajo.
Por mi parte, de quien llevo tiempo enamorado es de LD y de todo lo que toca.
¿Es grave?
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Se siente.