Crítica de Siete psicópatas (Seven Psychopaths)
Tras las buenas sensaciones que dejó en 2008 Escondidos en Brujas (confirmadas en forma de Globo de Oro al mejor actor y el BAFTA al mejor guión; y apunto estuvo de alzarse con el Oscar por su libreto), llegaba la hora del asentamiento. Había qué ver cómo le sentaba el pelotazo al por aquel entonces debutante Martin McDonagh. Que si lo difícil es empezar, más complicado todavía es progresar. Se tomó su tiempo, el irlandés: cuatro años separan a aquella de la que ahora llega, esta Siete psicópatas que nos ocupa. Pero la tardanza no es en balde. Lejos de tirar de encargos, McDonagh vuelve a tomar un guión de su propio puño y letra para poder ahondar en un universo particular que ya empieza a tener formas más que definidas. A falta de catar su cortometraje inicial, son varios los puntos en común pueden encontrarse entre aquellos dos asesinos a sueldo que se veían obligados a refugiarse en Brujas, y el escritor falto de inspiración que acaba metido, por obra y gracia de su sacrificado amigo, en un entramado de secuestradores de mascotas y mafiosos desquiciados. Empezando, claro por Colin Farrell. Como en la anterior, el actor vuelve a capitanear un reparto que no escatima en recursos (Woody Harrelson, Sam Rockwell, Christopher Walken, Tom Waits, Olga Kurryenko) para presentar en bandeja de plata lo nuevo de un cineasta llamado a dar el do de pecho en un futuro no muy lejano.
Dicho esto, no se puede empezar sin darle un tirón de orejas al bueno de McDonagh, y es que sin en algo falla Siete psicópatas es precisamente en un aspecto del que él es plenamente responsable. Ni en su anterior película se apreciaba la manifiesta falta de personalidad con que se presenta su segundo trabajo, rápidamente camuflable entre las mil y un propuestas similares (comedias de acción con mafiosos de medio pelo y drogadictos o pajilleros mentales, por así llamarlas) y que a la postre acaba mermando muy seriamente el recuerdo que pueda tenerse de ella. Fotografía ligeramente quemada, ritmo moderadamente ágil, academicismo formal en todos sus planos… todo lo que entra por la vista es bienvenido, faltaría más, pero acaba siendo relegado rápidamente a estratos muy recónditos de la memoria. Como si se hubiera partido de una miscelánea de apuntes tomados durante el visionado de alguna de las películas de Boyle, casi todas las de Ritchie y las más coloristas de Gilliam, mucho cine indie y algo de Fincher. Lo cual no deja de ser una pena, porque con una personalidad más entera, sumada a todo lo demás habría dado, sin ser la perfección absoluta, para mucho más.
En la otra cara de la moneda, nos encontramos con una historia totalmente absurda que de una premisa más o menos vulgar (lo dicho, el enésimo artista falto de inspiración) no tarda en derivar hacia un delirante entramado cargado de despropósitos hilarantes y violencia festiva pero más explícita de lo que se podría imaginar; y que cuida a sus demenciales personajes; y que encima es condenadamente divertida; y que es muy meta. Vamos, que demostrándose mejor frente a un teclado que detrás de una cámara, McDonagh propone poco más de hora y media de auténtico deleite para la platea, mediante un guión compacto y completo, que rara vez cae en lo fácil sino que más bien propone constantes giros que renuevan la atención (y de qué manera). Y a todas estas, ya lo apuntábamos al principio, en concordancia con su debut. Porque al margen de incidir de nuevo en temáticas de gángsteres (o así), asesinos y mafioso, igual que Escondidos en Brujas, Siete psicópatas es ante todo una película sobre personajes. Personajes muy ambiguos, rotos por dentro (en alguna que otra ocasión se flirtea con un drama subyacente de gran intensidad, principalmente cuando el objetivo se centra en Rockwell), que en definitiva requerían y agradecen el profundo trato que se les depara. Al menos, a los principales protagonistas.
Queda, pues, un más que digno divertimento, muy por encima de la media por antojarse mucho menos liviano de lo normal. Siete psicópatas cumple sobradamente con lo que se le exige, y pone en evidencia el gran valor artístico de su equipo (ni que decir tiene que todos sus actores están perfectos; lástima del desaprovechamiento de un Tom Waits cuya presencia no pasa de lo anecdótico). Sin embargo, una apuesta más arriesgada a nivel formal no le habría ido nada mal, pues con tanto en su haber esta lacra es la que, a la postre, acaba condicionando y de qué manera el cómputo global: estará muy bien, pero tenía que haber sido el nuevo Snatch: Cerdos y diamantes, y se ha quedado a medio camino.
7/10