Crítica de Singularidades de una chica rubia
Cuando hablamos de Manoel de Oliveira podríamos estar refiriéndonos a uno de los últimos grandes maestros del cine que quedan vivos. Hablar de Oliveira es, de hecho, hablar de un director que a sus 101 años de vida (recién cumplidos) guarda tras de si una extensa filmografía que ha recogido la herencia del cine europeo y ha atestiguado incluso las diferentes etapas por las que éste ha pasado desde los tiempos del mudo hasta hoy en día. Sus películas, personalísimas, sintetizan un amplio compendio de diferentes formas de entender el cine, el teatro, la literatura y el arte en general, puesto que este director portugués comparte el amor por el medio que los grandes maestros ya fallecidos sentían a la hora de realizar películas. Manoel de Oliveira tiene el privilegio de haber sido, en su día, parte integrante de la gran familia de cineastas europeos que elevaron el medio cinematográfico a la categoría artística que se merece, y es, hoy, el último de los portavoces de la herencia que ese grupo dejó para la Historia. Manoel de Oliveira es el responsable de hacer encajar esa herencia en el desencajado panorama cinematográfico actual. Él es, en definitiva, uno de los últimos artistas puros que existen en el cine, uno de los pocos cineastas que ruedan por el simple placer de rodar, que prefieren la experimentación y el discurso artístico a través del cine que el cine como una profesión como cualquier otra. Tras ochenta años en activo, sus palabras lo dejan bien claro: «Si paro de rodar, me muero».
Por tanto, no hace falta convencer a nadie al afirmar que «Singularidades de una chica rubia» es la obra de un maestro del Séptimo Arte. Ésta, su última película (que llega tan sólo dos años después de su anterior propuesta, «Cristóbal Colon, el enigma»), se trata una vez más de una historia sencilla que Oliveira rueda de la forma en que habitualmente ha realizado sus películas: diálogos e historias sencillas, personajes conectados por sentimientos muy puros, cuentos a menudo morales, cámaras fijas de encuadrades muy bien planificados, cuidada fotografía. El cine de Oliveira siempre ha sido, de hecho, humilde y no demasiado ruidoso, pero su acentuada personalidad ha desmarcado a su creador como un cineasta que siempre ha tenido cosas nuevas que contar y, sobre todo, un sorprendente soltura en encontrar formas distintas de hacerlo. Varios ejemplos muestran la versatilidad de Oliveira en este sentido. En la que para algunos es su mejor película, «El Valle de Abraham» (1993), Oliveira teñía su historia con contrapuntos de herencia literaria y nos presentaba una hermosa película donde palabras, imágenes y música congeniaban dentro de una historia narrada de modo más o menos convencional. En la interesantísima «Mi caso» (1986), en cambio, Oliveira experimentaba con la mezcla del lenguaje cinematográfico y el teatral, puesto que en aquel transgresor filme el director portugués nos ofrecía, en diversos episodios casi simétricos, un juego múltiple de enfrentamiento entre las dos narrativas a partir de la confrontación entre diversos personajes encima de un escenario que, variando los sentidos de un mismo monólogo, discutían la puesta en escena de una obra de teatro. Luego, se cerraba la cinta con el fragmento de la representación de la propia obra discutida en el resto de la película -en un pasaje, sin embargo, totalmente distinto. Finalmente, en «Los caníbales» (1988), Oliveira prefería indagar en las posibilidades del cine en términos de surrealismo y abstracción, en un cambio radical de registro respecto de los casos anteriormente mencionados. Un director, en fin, cuyo talento reside en su enorme capacidad para profundizar en la flexibilidad del cine tanto en su parte narrativa como en su lado más estético, y en el que nunca deja de mostrar sus afinidades artísticas por lo conceptual, el riesgo por lo experimental y, a la vez, el amor por la narrativa en las distintas disciplinas artísticas existentes. El cine de Oliveira es, en palabras del crítico portugués João Lopes, un «intento continuo por controlar la materia filmada».
Lo sorprendente es, pues, que Oliveira siga presentando novedosas propuestas, que siga indagando en las posibilidades de un medio a cuya identidad le quedan hoy pocas trazas de las que presentaba en los tiempos en los que Oliveira lo descubrió. En este sentido, «Singularidades de una chica rubia» es un nuevo acercamiento a la experimentación cinematográfica, en esta ocasión en forma de cuento adaptado por el propio Oliveira a partir del original «Singularidades de Uma Rapariga Loira», de su compatriota José María Eça de Queiroz, por el que el director portugués muestra un profundo respeto y admiración, y al que homenajea de forma directa con esta película. La apariencia formal del filme, el continente, es puro Oliveira en cuanto a tratamiento de la puesta en escena y de la historia se refiere. En primer lugar, los personajes son presentados de un modo extremadamente clásico, respondiendo a los cánones tradicionales propios un cuento amoroso que el propio Oliveira bien podría haber rodado hace 30 años. Su protagonista, Macario (Ricardo Trêpa), se siente perdido ante el amor de la «chica rubia», Luisa (Catarina Wallenstein), de igual forma que lo que el anti-héroe de cualquier novela clásica experimentaría ante la impotencia de su voluntad sobre esta noción tan idealizada y sublimada del amor. En este sentido, Oliveira trata su cuento desde un punto de vista muy nostálgico que revela una afinidad por parte del director de contar la historia de forma muy aislada, sin referentes temporales ni puntos argumentales de apoyo por ninguna parte. Macario se enamora de Luisa, y ésta a su vez de Macario, pero la historia es tan mínima y reducida que apenas hay nada más que contar ni, por tanto, la necesidad de añadir personajes de relleno, referencias al pasado de los personajes o siquiera referencias al momento en el tiempo en el que se desarrolla la acción. La historia contada por Oliveira es, en este sentido, atemporal. En su simplicidad reside su encanto. La premisa sobre la cual el cuento se contruye, de hecho, es tan o más sencilla que éste: «Lo que no cuentas a tu mujer ni a tu mejor amigo, cuéntaselo a un desconocido». Un punto de partida perfecto para trasladar a imágenes una historia que se moverá por el terreno de la sencillez en todo momento.
Así pues, la narrativa pausada (aunque nunca lenta) y el desarrollo de una historia que fluye cómodamente a lo largo del metraje, siempre dotada de una cierta humildad, e incluso unos actores cuyas interpretaciones destacan escasamente, encajan perfectamente con una forma muy quieta de filmar en la que Oliveira, como siempre, hace uso antes de su capacidad para moldear un cine muy propio en el que la impronta personal es lo más importante que de la capacidad para travar una buena historia, para capturar incluso al espectador menos interesado. Por eso, a aquellos que vayan a ver «Singularidades de una chica rubia» sin estar previamente avisados les podría sorprender que la crítica tilde de maestro al autor de una película en la que todo lo que ocurre tiene un interés escaso y hace poco ruido, en la que los actores son limitados y en la que todo tiene un aire como anticuado (aunque, como decía, cabe no confundir lo «anticuado» con lo «atemporal»). Sin embargo, esa es la forma que Oliveira tiene de hacer películas. Esta es la forma en la que, comprendiendo esta película como una pieza más en su obra, este director portugués ha llegado a transcender, película a película, el cine y su propia experiencia a la hora de desempeñar ese hermoso oficio que hoy parece estar perdiéndose definitivamente: el de rodar películas por puro amor al arte.
9/10
¡Feliz Navidad a todos!
COmpletamente de acuerdo con la crítica, a mí también me fascinó ver la capacidad de Oliveira para desenvolverse sin implicarse, buscando la atemporalidad más que la antigüedad. Parece que la suya es la búsqueda de conceptos genéricos sobre los que divagar visualmente….
De acuerdo contigo. Es una forma de hacer cine que se ve muy poco hoy en día, pero que me recuerda mucho a cómo algunos cineastas rodaban en el pasado. En más de una ocasión, por ejemplo, la película me recordó a algunas películas de Bresson, estas que pasan en la ciudad, como "El dinero", por ejemplo, pero sobre todo "Une femme douce", con la que creo que tiene bastantes puntos en común con esta.
Pero sí, me parece interesante esto que dices de que Oliveira busque más conceptos genéricos y estéticas particulares que no una buena historia. De ahí que le dé poca importancia a la dirección de actores, por ejemplo.
Gracias por tu comentario y deja una firma la próxima vez para que veamos quién eres!
Bill H
El arte tiene que ser hijo de su tiempo y a Oliveira ya se le ha pasado el tiempo. Así, aunque intente dar una sensación retrógrada a partir de una ambientación del XIX, es evidente que la moral que subyace en el film no sirve y que es precisamente esa búsqueda de lo agenérico que tú dices, lo que aún deteriora más el resultado. Yo no sé si has leido a Eça De Queiroz, pero Oliveira le hace un flaco favor en la adaptación de este cuento porque Eça es uno de los escritores que mejor traza la psicología de los personajes, algo que brilla en su ausencia. Es por ello que la película es un mal pastiche entre una sociedad inexistente -quién va hoy en día a Cabo Verde a hacer fortuna- y un presente en el que no se pueden mantener las relaciones que se muestran. Sólo me quedo con el recitado de los poemas de Caeiro, sin duda, el más trascendente de los heterónimos de Pessoa. Una trascendencia que Oliveira, aunque ha elegido bien el poema de "El guardador de rebaños" no consigue alcanzar.
Agustín Faro
Que a Oliveira se le ha pasado el tiempo creo estamos todos más o menos de acuerdo. No olividemos que estamos hablando de un director que empezó en el mudo y que ha tenido por tanto que adaptar su cine al contexto cambiante del cine europeo.
"Singularidades de una chica rubia" me huele, como ya dije, a las pelis más "urbanas" de Bresson, y ciertamente no parece una película que alguien pueda rodar en pleno siglo XXI. Que Oliveira intente dar una sensación retrógrada no me parece, sin embargo, un problema, ni tampoco me parece que lo sea el hecho de que Oliveira ponga poco émfasis en esculpir sus personajes, en darles profundidad moral o en travar una historia que transcienda algo en algún sentido.
No he leído a Eça De Queiroz (igual debería haberlo dejado claro en mi crítica), pero si es tal y como lo describes, el film de Oliveira es, seguro, una adaptación poco fiel de sus escritos -pero no por ello fallida. En cambio, las críticas a la película que tú mencionas son aspectos en los que coincido contigo, pero que a mi no me parecen negativos. Al contrario, creo que le dan un aire algo naïf a una película de tal humildad que poco importa que sea, como dices, "una mal pastiche entre una sociedad inexistente".
Así que sí, de acuerdo contigo, pero no me parece que nada de lo que dices juegue en contra de la película.
¡Un saludo, agustinfaro!
Bill H
coincido plenamente con agustín faro.
añadiría que el reconocimiento de Oliveira como uno de los grandes maestros no es excusa para justificar cualquier cosa que salga de sus manos, ni con 101 años, ni antes ni después…Por no entrar a valorar mucho más, sería muy largo, hay ciertos códigos esenciales en el medio cine que quedan a la altura del betún en esta película. En las primeras escenas del tren -por ejemplo- la mujer mira como persona ciega, para más tarde hacerlo claramente al rostro del prota. La "pérdida" de la ficha es de las cosas más torpes que he visto jamás, qué decir de las escenas del dormitorio-pensión…y de los anacronismos presuntamente geniales…el Maestro está mayor.
Lo de la reiterada afinidad buñueliana…es de risa, hombre.
La pregunta que ha de hacerse un creador muchas veces no es cómo? ni por qué?, ni siquiera para qué?, sino ¿hasta cuando? .
Nada mejor que una retirada a tiempo…