Crítica de Slice
Así, entre las muchas alternativas de la presente edición, y programada para las maratonianas sesiones de Midnight X-Treme, se encuentra este “Slice” del tailandés Kongkiat Khomsiri, director a quien medio conocemos por la secuela de “Art of the Devil” (editada en DVD en España).
En la película que ahora nos ocupa, un asesino de peculiar modus operandi causa estragos en diversas localizaciones de Tailandia: seleccionando a víctimas por lo general influyentes en la sociedad, descuartiza sus cuerpos hasta colocarlos dentro de maletas rojas que va dejando en el lugar de los crímenes. En vista de la imposibilidad de darle caza, la policía local decide recurrir al único que puede echar algo de luz en el asunto, un asesino a sueldo actualmente encarcelado, con quien el criminal parece tener alguna cuenta pendiente…
Ciertamente, el argumento de la película alberga más bien poca novedad, por lo que es en el tratamiento de su desarrollo donde se encuentran los mayores alicientes. Un arranque a lo “Seven”, donde se van mostrando las distintas fechorías de asesino y sicario va dando paso a una segunda vía paralela que investiga los orígenes de ambos desde sus respectivas infancias. Ésta, poco a poco, es la que acaba adueñándose de la función, por lo que el espíritu de thriller 100% políciaco inicial va adoptando actitudes propias del drama personal, hasta convertirse en un verdadero estudio sobre la psique del asesino, un begins que llega incluso a mover al espectador hacia la comprensión de sus maldades, absolutamente injustificables, y hacia un punto de vista en que casi puede verse su figura como la de un justiciero desgraciado y atormentado por un pasado innombrable. Todo ello con sus dosis de denuncia social, por supuesto.
Y es que el apartado de los asesinatos y su correspondiente investigación resulta ser poco más que una mera excusa (muy llamativa, eso sí) para orquestar un discurso más trascendental, un retrato de una sociedad a la que le falta mucho por mejorar y cuyos males, a la larga, pueden desembocar en episodios tan grotescos como el que nos ocupa.
Lamentablemente, tan nobles fines no acaban de quedar todo lo bien que se esperaba a la hora de la verdad, debido a una mala planificación, por así decirlo, que provoca una fuerte bajada de ritmo una vez concluido su tramo inicial. “Slice” empieza con altísimas dosis de violencia visual, presentando a un asesino en serie realmente sanguinario y, por tanto, un caso policial no exento de interés; a ello se corresponde un montaje espitoso cercano al Miike de “Ichi the Killer” o “Dead or Alive”, que sube las revoluciones del espectador a un ritmo tan endiablado como, lógicamente, inaguantable. Se entiende y se agradece, por tanto, que pasado el primer envite Khomsiri rebaje emociones… lo que no se espera es que lo haga tan ostensiblemente.
En apenas veinte minutos, se pasa de cero a cien, a cero otra vez, mediante una estructura repetitiva y monótona, cada vez más aburrida pese a los intentos de animar el cotarro ya sea con un nuevo asesinato (cuyos resultados se muestran sin ningún tipo de reparo), o con un nuevo twist infernal de la desgraciada infancia de los dos protagonistas, asesino y sicario.
En otras palabras, el bloque central del film se hace eterno, una dura prueba de aguante cuya carencia de vigor la acaba condenando a más de una y de dos cabezadas.
Y es una pena, porque cuando por fin consigue acabar de enlazar presente con pasado, atando todos los cabos y volviendo, por consiguiente, a la trama de caza al asesino, “Slice” vuelve a tonificarse y lo hace con un clímax de muy elevada tensión, y un inesperado giro acertable tan sólo de casualidad.
Khomsiri vuelve por los fueros iniciales y concluye su producción con el mismo tono grotesco, incluyendo chorretones sanguinolentos y vertiginosas sensaciones de precipitación de acontecimientos, tan sólo truncadas en los últimos y dramáticos minutos.
Son los dos extremos de su metraje los que salvan, por tanto, los muebles del film, al que por otra parte se le agradece una duración de menos de 90 minutos.
Aun con ello, no consigue evitar esa sensación de eternidad que sobreviene durante buena parte del tiempo, debido a esas continuas variaciones estilísticas que son las que acaban por condenarla.
No me cabe duda de que los fanáticos empedernidos del cine oriental apenas percibirán tales sensaciones, pero para el resto de mortales (acostumbrados o no al particular tempo asiático) puede hacerse una montaña demasiado elevada para un premio que, si bien llamativo, a fin de cuentas tampoco descubre la pólvora. Lástima.
5,5/10