Crítica de Sólo una noche
Y con Keira Knightley, todo es más fácil.
Ciertamente, la idea de «Sólo una noche» pasa por ofrecer una mirada bifocal que haga de sus dos núcleos de atención sendos protagonistas por igual. Philadelphia y Nueva York se distribuyen el pastel con exactitud casi matemática, pero a la hora de la verdad, la sensación que queda en el espectador es netamente diferente. Tan sólo una acaba por llevarse el gato al agua, alzándose como diana principal hacia la que apuntar ojos y corazón, y haciendo de la otra motivos de más para ajustar la mira con mayor precisión. Y no porque su argumento y/o desarrollo del mismo sea más o menos potente. La diferencia reside simplemente en la delgadísima actriz londinense, que una vez más borda su papel. El reflejo de los caprichos sentimentales en disputa con el raciocinio, la neurosis del quiero y no puedo (o no debo) pese a tenerlo ahí delante, la felicidad que se apaga y se enciende… todo ello se refleja con naturalidad exquisita gracias a una actuación estudiadísimamente improvisada (o viceversa), frente a la que el resto del cuarteto no puede sino agachar la cabeza. Y no es que lo hagan mal: el propio Sam Worthington se descubre como actor menos limitado de lo temido, y sucumbe con verosimilitud a las curvas, contoneos y miradas incendiarias de una femme fatale latina más que experta en papeles similares.
Pero no hay nada que hacer, la Knightley se convierte por méritos propios en principal atracción de la película (incluso parece cambiar su aspecto físico según exigencias de guión) y cada uno de sus fotogramas brillan con luz propia. Huelga decir, por tanto, que su interpretación bien merece el visionado de la cinta. Que además resulta que no está nada mal, mire usted. Porque a diferencia de muchos otros productos similares, «Sólo una noche» se mantiene creíble, constante y consecuente desde el primero hasta el último de sus minutos. Más allá de la posición de holgura económica del matrimonio (empieza a ser irritante que cada pareja joven de Norteamérica viva en apartamentazos), cuesta no verse identificado con ellos en alguno de sus pensamientos/sentimientos. Fundamental victoria la que se apunta en este sentido Tadjedin, como al principio apuntábamos. Pero es que además, toda ella está resuelta con gracia, con una personalidad fácilmente rescatable, y acompañada de una banda sonora francamente acertada (a cargo de Clint Mansell). Cierto es que tampoco supondrá un antes y después en la vida del espectador que la vea, pero la verdad, agradecerse se agradece.
6,5/10