Crítica de Spider-Man: No Way Home
Bueno, pues El Evento del cine de cómics ha llegado. Ahora sí. No fue ni pasarle un filtro de «intensitidad» a Batman, ni juntar al murciélago con Superman, ni meter a todos los héroes del mundo en una sola película. Lo que el cine de superhéroes esperaba era la tercera entrega del segundo reboot de Spider-man. Tiene sentido, en verdad, pues fue la primera aparición de Tobey Maguire como trepamuros, la que sirvió para llegar donde estamos a día de hoy. Es el superhéroe de la nueva generación más querido, y de ahí que se le recupere una y otra vez, aunque sea con diversos rostros. El último, además, un Tom Holland perfectamente encorsetado en esta nueva versión de Spidey, que nos ha dado grandes alegrías tanto por separado (Homecoming, Lejos de casa) como apareciendo en la macro saga de los Vengadores. Razones a puñados, vaya, para esperar con ansias Spider-Man: No Way Home, que además se multiplicaron cuando empezaron a salir fotos de rodaje, trailer, rumores de multiversos y cameos, y toda la pesca en la que era imposible no caer al abrir Twitter.
Con el hype por las nubes llega el cierre de la trilogía y tarda poco en confirmar que más que una película, es un evento al servicio del fan. Cuando todavía se están calentando los motores ya saltan los primeros aplausos y vítores en la sala, que serán un añadido recurrente a los efectos de sonido. Son listos, los guionistas Chris McKenna y Erik Sommers: saben perfectamente cómo encontrar la complicidad inmediata que, ya desde sus primeros compases, se encargará de limar toda aspereza, erradicar todo cuestionamiento crítico hacia la película, hasta llegar a un clímax en el que al espectador le dará exactamente igual plantearse siquiera cómo se ha llegado a él, si dos horas y media de metraje tenían justificación, o si su argumento tenía sentido. En fin, las típicas preguntas por las que las películas de DC acaban mordiendo el polvo incapaces, justamente, de dar con la tecla de la satisfacción y complicidad del fan. Aquí, ya digo, encontrada a sus primeros cinco minutos.
Tan plagada esta Spider-Man: No Way Home de sorpresas y guiños para el aplauso, como del buen rollito habitual de la casa. El amigable vecino lo es más que nunca en una película que sabe encontrar su tono emocional en lo que, a la postre, se descubre como el verdadero gran logro de la misma. Del sentido aventuresco con alternancia frenética de gags y la liviandad por bandera de los primeros bloques del film, se va abriendo hueco un nivel de profundidad mayor que abraza temáticas relacionadas con la madurez, esa con la que los otros dos personajes (el de Maguire y el de Andrew Garfield) ya lidiaban, pero con que este, más joven, aún no. Aún no tenía del todo claro eso del gran poder y la gran responsabilidad, como no tenía claro nada de lo que ocurre cuando tus preocupaciones empiezan a ser más que las de no dormirte en el insti. De este emotivo y emocionante desarrollo, salto a la madurez definitiva de Peter Parker, va Spider-Man: No Way Home en el plano menos narrativo; y el arco del personaje se delinea perfectamente gracias al guion, tanto como a la carismática actuación de un Tom Holland que es mucho mejor actor de lo que parece y hace creíble hasta el mayor de los saltos de fe que el film propone (todo el tema de las segundas oportunidades).
Más parabienes: un director, Jon Watts, que le tiene tomada la medida a la perfección, y resuelve con soltura tanto los momentos de mayor épica como los de comedia, romance o drama íntimo. La polivalencia de este tío es la mejor noticia que ha tenido Marvel, que ya le ha colocado a las riendas del próximo reboot, el de Los cuatro fantásticos. (Eso sí, el único pero se lo lleva el apartado de la iluminación de una película que, de tan oscura, en ocasiones complica el visionado de sus set pieces… ¡Ni que estuviéramos en el universo DC!)
En resumen: entretenida, entrañable y épica a la vez, y satisfacción rotunda para el fan que sólo asista con la intención de hacerse con material de primera para su posterior onanismo en redes sociales.
Falta algo, ¿no? ¿Qué hay de la película en sí? Del argumento, vaya, esa tontería a la que cada vez se presta menor atención, y que sin embargo iba a ser la pieza del puzle definitiva para hacer de Spider-Man: No Way Home la mejor película de superhéroes de la historia. Bueno, pues no da la talla. Sorprendentemente, la productora conocida como la casa de las ideas muestra una alarmante carencia de las mismas. O mejor dicho, las ideas por las que se enarbola todo el tinglado que nos ocupa, son chorradas como pianos que palidecen a la mínima que se vuelve a ellas en frío. Más allá de hypes, de emocionantes tortas y de giros de guion que hacen explotar cabezas, la triste realidad es que la trama no se sostiene por ningún lado y hace falta muy, muy poco, para encontrar un motivo, una justificación, un acto irrisorio que habría acabado con todo el follón que se nos cuenta en poco menos de diez minutos. La propia existencia de los multiversos parte de una excusa vergonzante, que uno se tira los 150 minutos de metraje esperando a que llegue alguien a decirnos que no, que hay un motivo de mayor calado. De la misma manera, así como la elaboración del arco de Peter Parker es plenamente satisfactoria, todos y cada uno de los secundarios se antojan meramente esbozados, haciendo que algunos cambios de comportamiento caigan en lo ridículo. Allá donde otras películas de Marvel satisfacían por estar, por encima de cualquier otra cosa, bien pensadas, Spider-Man: No Way Home parece haber surgido de una idea pensada bajo los efectos de vaya usted a saber, transformada en guion a última hora, deprisa y corriendo. Tanto es así, que, a su lado, Spider-Man: Un nuevo universo se convierte en una clase maestra frente a la que No Way Home palidece irremediablemente. Como botones de muestra: gloriosos cameos de los que nada más se sabe, personajes que aparecen y desaparecen sin que nadie los eche de menos, o la subnormalidad imperante cuando le da por ponerse en plan Richard Matheson (la caja, el botón…)
De manera que no, no estamos ante la película definitiva. De no ser por todo el artefacto fandomero, hablaríamos de hecho de una película muy menor en el MCU. Por mucho que sea la más grande, es la más endeble de la nueva trilogía arácnida y, si acaso, pone en evidencia algo que se viene intuyendo desde que acabaran las guerras infinitas: la mecha se va agotando; las ideas brillan por su ausencia y dicha carencia se tapa con locuras que vuelan la cabeza del espectador, pero que no son más que envoltorio. De momento la jugada sigue saliendo bien porque dichos envoltorios molan, y en el caso de Spider-Man: No Way Home molan más que nunca. Que nadie se confunda, es una gozada y un gran regalo para los fans de la(s) saga(s) de Marvel. Pero va siendo necesario un cambio drástico, so pena de que este barco, que navega a la deriva, se encalle y hunda definitivamente en un par de películas…
Trailer de Spider-Man: No Way Home
Spider-Man: No Way Home. Gozada hueca
Por qué ver Spider-Man: No Way Home
Tercera entrega de la nueva saga de Spider-Man que prometía alegrías infinitas tanto para el fan como para el espectador en general. Al primero se lo camela a las primeras de cambio, pero el segundo encontrará alarmantes muestras de flaqueza que logra maquillar en pos de un espectáculo constante, sí; tirando a vacío, también.