Crítica de Star Wars: Episodio IX – El ascenso de Skywalker
No deja de resultar poético que, tras el aluvión hater que recibiera la anterior entrega de la saga (Los últimos Jedi), el último episodio de la nueva trilogía de La guerra de las galaxias, este Star Wars: El ascenso de Skywalker, esté recibiendo palos por todos lados justo por lo contrario. Si se maltrata la del (ahora) odiado Rian Johnson por arriesgar y buscar (un mínimo de) innovación a costa de coquetear con los límites de la religión galáctica, al repescado JJ Abrams se la acusa de justamente lo contrario: haber hecho un benevolente ejercicio de complacencia. ¿En qué quedamos, pues? Seguramente en la teoría inicial, aquella que ya viera la luz en 1999, cuando a George Lucas le dio por dar continuidad oficial a los episodios IV, V y VI originales: hubiera sido mejor dejar las cosas como estaban. Como ya dijéramos hace nada con el estreno de la reivindicable Terminator: Destino oscuro, cuando el hype se dispara, al fan no se le puede contentar, por definición. Por lo que por estas latitudes (nos consideramos fans pero no creemos que haya nada intocable en estos temas) el único rasero por el que creemos lógica la valoración de esta clase de eventos pasa por descubrir si, por parte de sus responsables, ha habido al menos una intentona, o lo suyo ha sido más bien una resignación. Pan para el pueblo, apuesta sobre seguro, y masas aplacadas. Bien, lo grave es que ni lo uno, ni lo otro: no es que le haya salido mal, o que haya arrojado la toalla, es que casi se diría que JJ Abrams haya buscado activamente la mediocridad. Y es grave. Gravísimo.
En primer lugar, porque el maquillaje luce de escándalo. Como era de esperar, Star Wars: El ascenso de Skywalker es una locura para ojos y oídos, tanto como para que la más vulgar de las secuencias de acción parezca el no va más. Pero ahí radica su principal problema: en su total anemia, su falta de emoción o de intensidad en la gran mayoría de set pieces (el clímax se salva, pero por los pelos). Toda pelea, toda persecución se antoja desganada, la cámara tiene que colocarse aquí porque explotará lo de más allá y no hay más que hablar. Claro reflejo de cómo ha sido concebido todo el cotarro. De manera automática, facilona. Complaciente. Confirmado pues: a tomar por el lado oscuro cualquier atisbo de innovación o riesgo. El Episodio VII debía seguir una línea 100% continuista para evitar los errores de la segunda trilogía, y así fue. Después tocaba cambiar un poco las cosas, para rematar con un cierre épico. En vez de ello, cobardía por bandera, se ha vuelto a la casilla de salida.
El resultado es una trama limitada en su mayor parte a la búsqueda de un macguffin cualquiera (la pata de conejo de Misión: Imposible III es aquí una suerte de GPS intergaláctico… pues vale). Unos personajes que o bien viran abruptamente en pleno recorrido de su arco dramático, o bien ven cómo sus encrucijadas son resueltas de un plumazo lo más inocuo posible, cayendo en el ridículo en su mayoría (ojo a la subtrama del espía). Duele muy especialmente en qué quedan los dos personajes principales, Rey y Kylo Ren: de la primera parecen querer hacer que lo del Episodio VIII nunca ocurrió, el segundo es una mera comparsa que, la verdad, hace plantear muy seriamente la inteligencia del emperador Palpatine (voy a volver a confiar en un tipo con un casco oscuro que esté estrechamente ligado a los buenos, qué puede salir mal). Y así, una película que debía ser un acontecimiento, un crescendo épico no apto para corazones débiles, un canto de amor definitivo a la Fuerza, un emocionante y trepidante broche… Acaba siendo una vulgar, intrascendente, incluso aburrida a veces, continuación sin más (eso sí, bien de nostalgia). Tan innecesaria como, a decir verdad, todo lo que se ha estrenado en cines después de El retorno del Jedi. Pero eso sí, los fans pueden estar tranquilos, no acudan a sus perfiles de Twitter que no hay nada ni remotamente perturbador para la Fuerza. En fin.
Trailer de Star Wars: El ascenso de Skywalker
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Indigno cierre de la nueva trilogía galáctica, por apostar por lo fácil en todo momento, confundiendo la complicidad con la complacencia. Una pena.