Crítica de Stories We Tell
Sarah Polley tiende a ponerse poco detrás de las cámaras; esta es, de hecho, la tercera vez. Pero la paciencia es una virtud cuyos frutos, en este caso, se traducen en alegrías inexplicablemente inadvertidas por parte del público: Lejos de ella aún pudo verse en cines, pero la nada desdeñable dramedia indie Take This Waltz sigue pendiente de estreno, mientras que la que ahora nos ocupa, Stories We Tell, llega directa al mercado doméstico sin pasar por la gran pantalla. Y eso que tranquilamente podría aparecer en más de una de las listas de «lo mejor del año» que tanto gusta hacer a los medios especializados (y a nosotros). Porque más que una película, más que un documental a secas, como ya ocurriera con el (también ignorado) Mapa de León Siminiani estamos ante una pequeña revolución cinematográfica, una nueva demostración de que el talento aún existe en el cine y de hecho, en ocasiones prima más que cualquier otro elemento asociado a la creación de una película. La magia, aquí, sale de la más absoluta nada: a medio camino entre el documental, la dramatización y lo amateur, la Polley se limita a rebuscar entre los secretos de su propia familia, abriendo una caja de truenos en cuyo epicentro está la propia cineasta. Argumento distinto pero órbita similar, ésta, a la de otros documentales como la recién citada película-canción (así se autodefine) de Siminiani, como el Catfish de hace unos años, o desde cierta distancia, como el más revoltoso Searching for Sugar Man.
Tienen que ver, en el sentido de que todas ellas parten de excusas (uno se va de viaje, otro quiere conocer a su cibernovia, otro quiere saber más de un cantante) para llevar el género del documental a nuevos terrenos, explorar sus límites y tratar de romperlos. Del mismo modo, Stories We Tell es tan mínima en su premisa que, sobre el papel, interesa menos que todas ellas. A base de entrevistas a los diversos miembros de su familia y amigos de la misma, la guionista y directora habla de su madre, la también actriz Diane Polley, a quien ella a duras penas llegó a conocer antes de que un cáncer acabara con su vida. Como narrador emplea a su padre, escritor que apartó su carrera como tal para dedicarse por completo a buscar el mejor futuro para su familia, pero que recientemente realizó una suerte de memorias que son empleadas como material de partida. Todo ello muy canónico: entrevistas, declaraciones y voz en off al servicio de una trama que bien podría valer, únicamente, para un vídeo familiar de nula distribución. Y para echar más leña al fuego, Polley recurre a imágenes grabadas en su día en Super 8, y reconstruye escenas del pasado empleando técnicas similares con actores dobles, cuando no dispone de las originales. Una de las primeras violaciones de una película que tarda bien poco en ir adquiriendo cuerpo mediante fogonazos de interés que bien pronto compensan lo intrascendente de su partida.
Porque en seguida se descubren las verdaderas intenciones de su responsable: al tiempo que el argumento va adoptando las formas de un thriller dramático (se van sabiendo importantes secretos en relación, sobre todo, a la propia Sarah Polley a quien hace un momento colocábamos en el centro del huracán), el film va multiplicando sus puntos de vista, ofreciendo visiones distorsionadas en función del miembro de la familia que las dé, y por tanto suponiendo un retrato complejísimo tanto de la madre como, indirectamente, del padre y demás afectados. Emprende así un estimulante discurso sobre las perspectivas y las afecciones de lo sentimental sobre la narración de una historia, que casa a la perfección con el jugueteo metalingüístico que se instaura desde el principio; por no hablar de la maravillosa prosa que se gasta Michael Polley, el profundo respeto que sienten unos hacia otros, y un hecho innegable: resulta imposible no sentir gran simpatía hacia la cinta por la explosión de vívida sinceridad, por el cariño que se tienen todos, y que tarda bien poco en rebasar los límites de la pantalla.
De manera que lo que apuntaba a revoltijo de trapos sucios sin importancia para el espectador, tarda poco en descubrirse como un delicioso ejercicio (meta)cinematográfico, sumamente controlado por una directora perfectamente conocedora de lo que se trae entre manos. Sin que apenas lo parezca, Stories We Tell tarda bien poco en desprenderse de la etiqueta de mero documental (como si eso fuera negativo, ojo) para coquetear con diversos géneros, resaltar múltiples lecturas, y exponer un discurso francamente estimulante. Esperanza en estado puro, cine estimulante para los sentidos… y para qué negarlo, protagonizado por una serie de personajes de lo más entrañable. Y todo esto, sin pasar por la gran pantalla…
8/10
Y en el DVD…
Es una alegría que Cameo se atreva con la distribución de esta película, que nos llega con lo justo, sin que se le pueda pedir mucho más. Una edición muy sencilla, con una sola pista de audio (versión original subtitulada) y apenas una ficha técnica y artística, que sin embargo dispone de un excelente aspecto audiovisual, potenciando al máximo las limitaciones del formato DVD. Stories We Tell juega con estilos diversos, recurriendo en innumerables ocasiones al Super 8, pero eso no afecta a un visionado que se disfruta perfectas condiciones. Imprescindible.