Crítica de Straight Outta Compton
Con un legado dudoso, rayano a la tragedia, la ciudad de Compton ha sabido desenterrar de su propio fango algunas gemas que han dado un lustre necesario a la historia del hip hop en Estados Unidos. De ella se cuenta que es uno de los núcleos urbanos más violentos de California pero precisamente eso lo convirtió, a mediados de la década de los 80, en el principal foco de interés de lo que poco más tarde vendría en llamarse West Coast rap. De ahí saldrían los Compton’s Most Wanted y ahí crecería un puñado de chavales, que bajo los nombres de batalla de Dr. Dre, Ice Cube, DJ Yella, Eazy-E, MC Ren y Arabian Prince terminarían fundando uno de los combos más importantes y determinantes del hip hop de los 80: N.W.A, acrónimo de Niggaz With Attitude. Hoy, Compton es el título del último álbum de Dr Dre, que a pesar de esgrimir motivos sólidos para seguir confiando en él huele a pirueta un poco raruna (dice haber compuesto el álbum inspirado por la experiencia del rodaje de esta película, una retroalimentación artística un poco extraña). Y, especialmente, es la ciudad que ha visto nacer al último genio del rap, un Kendrick Lamar que con dos álbumes ha demostrado estar no sólo a la altura de los más grandes del hip hop, sino que también ha sabido asimilar funk, soul y jazz con la misma brillantez que otros maestros precedentes. Una policromía sonora que, trasladándonos hacia finales de los 80 entronca más con, pongamos, los collages sonoros de De La Soul y Public Enemy que con la espesura negroide de N.W.A.
1988. Un año después del Criminal Minded de Boogie Down Productions, el mismo en que Public Enemy editaban It Takes a Nation of Millions to Hold Us Back, EPMD Strictly Business, Jungle Brothers Straight Out the Jungle y un año antes de que debutaran De La Soul con 3 Feet High and Rising y los Beastie Boys dinamitaran un montón de convenciones sociales con su Paul’s Boutique. La cultura hip hop estaba ya asentada no sólo entre las clases bajas afroamericanas sino que, de hecho, se encontraba a punto de dar el salto hacia la cultura de masas. Fue así, precisamente, gracias a discos como Straight Outta Compton, que obviaba la luz para proseguir una senda chunga y combativa que daría paso al oscuro y violento terrordomo de los 90, capitaneado por estos N.W.A y también por los no menos esenciales Wu-Tang Clan y Cypress Hill. Sirva esto como contextualización para una película que, en 2015, pretende rescatar ese ambiente deprimido y en perpetua tensión. «You are now about to witness the strength of street knowledge» era la frase que abría el disco en cuestión y sirve como introducción para este «biopic oficial» de N.W.A que pretende exactamente eso, dar cuenta de un momento y un lugar y relatar la odisea de cinco tipos en la casilla de salida de un esquema clásico de ascenso y caída. Y como tal, Straight Outta Compton la película, no logra escapar de ello: representa una biografía aplicada pero convencional, ajena a la amenaza y al peligro que se respiraba en aquellas calles.
Sí, somos testigos del poder del conocimiento callejero, pero desde un prisma narrativo poco arriesgado. La emotividad de la propuesta de F. Gary Gray (qué bien habría estado aquí el John Singleton de Los chicos del barrio) parece un tanto teledirigida. Muy marcada desde el inicio por todo lo alto, presentación de los personajes y contrato con Jerry Heller (capo de Ruthless Records), desventuras como grupo semi-clandestino, explosión creativa, pelea con Ice Cube y cisma y final pocho, determinado por el destino trágico de Eazy-E. Todo parece bien contado y resulta agradable ver el mimo que le han dedicado a la construcción de los personajes principales: Dr. Dre (el genio creativo), Eazy-E (el diamante en bruto pero perdido), e Ice Cube (la mala hostia volcánica). Pero de alguna manera esto se intuye un poco producto a gusto de todos, empezando por los propios integrantes del grupo; se percibe como una fórmula precocinada. De un estupendo sabor y agradable consistencia, pero precocinada. En breve (insisto, en un plano puramente narrativo), falta suciedad, mierda y hostias. Falta toda la esencia gangsta de la que esos tipos fueron adalides. Y es una lástima, porque todo lo demás está, y guarda una cierta rabia en su interior: los episodios de brutalidad policial (a la que respondieron de la mejor manera que sabían, con la incendiada «Fuck tha Police»), los conciertos-rebelión hacia el estamento bienpensante y los espectáculos de rap vieja escuela de primer orden: cualquiera de sus actuaciones a finales de los 80 eran una bacanal infernal de rimas escupidas, versos descerrajados a bocajarro, sampleadelia cabreadísima y perdigones saltados directamente de las lenguas viperinas de Dre y compañía.
Y he aquí la parte poderosa de la película, que la tiene. Su vertiente musical y documentalista. Porque si en lo dramático todo es un poco fofo y en lo formal un tanto previsible, Straight Outta Compton termina triunfando por la seriedad con que acomete su apartado sonoro y su enfoque, digamos, historicista. En otras palabras, resulta todo un placer ver desfilar los hechos tal y como -más o menos- sucedieron en aquel panorama musical y es encomiable el respeto con que se cuenta todo lo que se cuenta (es más, Ice Cube está interpretado aquí por su propio hijo, O’Shea Jackson jr). Meterse en ese hervidero de creación y sociopolítica interrelacionados y, en fin, dejarse llevar por el poderoso terremoto emocional y físico que producen aún hoy las canciones de N.W.A. Rendirse a la fe que profesa la película en la capacidad de cambiar la sociedad a través del arte, de la música en concreto y en especial del rap. En ese sentido, Straight Outta Compton trasciende sus limitaciones (o desintereses) y gracias a todo lo que transmite a niveles más subreptícios y a la experiencia puramente auditiva, termina convirtiéndose en el mejor biopic musical mainstream posible en 2015 (más convencional que Love & Mercy) y en un buen acercamiento a la construcción de un álbum capital en la historia de la cultura negra, un paso por debajo de la magnífica Time Is Illmatic.
Trailer de Straight Outta Compton
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Como drama se queda coja, pero como documento sobre la música en la que se basa, triunfa por el rigor con el que se acerca a ella. Y compensa.