Crítica de Submarine

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Cuanto menos de curioso podríamos calificar el debut como director del cómico británico Richard Ayoade en el terreno del largometraje, tras haber peregrinado por los mundos del videoclip, donde hace un tiempo se labraba un cierto carisma autoral al lado de bandas como Vampire Weekend o Arctic Monkeys. Porque conociendo sus orígenes televisivos uno podría esperarse una nueva astracanada deliciosa, algo en la línea de sus trabajos como guionista y actor junto a Matthew Holness, caso de su cultificada Garth Marenghi’s Darkplace y su sort-of-spin-off Man to Man with Dean Lerner o ya en las filas de la también muy geek Los informáticos, donde hacía equipo con viejos conocidos como Chris Morris, Matt Berry o Noel Fielding.
Así que con la noticia de su primer largo podríamos haber esperado un producto hermetizado sobre su propio universo conceptual, una especie de prolongación con más medios de sus personales propuestas estilísticas, una suerte de oficialización  de las aventuras semiautistas de Maurice Moss o de los delirios de grandeza del pseudocrooner Lerner.

Y no, claro. Pero un no con matices. A primera vista esto va definitivamente por otro lado. Primero, porque Ayoade se retira como actor de la ecuación. Vuelve a tratar la figura del freak, por supuesto, pero en este caso no centra su interés en una cultura tan abiertamente pop y cede el papel de desclasado a un muy adecuado Craig Roberts. Y segundo, porque los planteamientos narrativos y escénicos han abandonado el punk para situarse en otro lado, más suave, más perfilado y más –yikes– maduro. Aquí ya no cabe el humor nihilista y el chascarrillo cuasirevulsivo, hay poco lugar para el surrealismo cafre y se da más cuerda a lo agridulce, a la ternura y al realismo mágico. O algo así.

Aunque decíamos que el virado estilístico es notable pero con matices. Al fin y al cabo, Ayoade no parece interesado en desmarcarse de la reivindicación de sus propios referentes culturales ni de la exaltación del guiño cinéfilo o el comentario cultureta. Así que en el fondo, no ha cambiado tanto su modus operandi; más bien lo único que ha hecho ha sido desplazar el foco de interés. Y donde antes el referente podía ser la ficción subterránea ochentera, la televisión casposa o todo el sub(macro)mundo configurado por fans de Star Wars capaces de hablar klingon y leer códigos binarios, ahora el realizador parece más interesado en partir de un abanico de referentes más, digamos, chicyikes, de nuevo-.

Entramos en un pequeño problema. Porque personalmente cada vez me hace menos gracia enumerar referentes en una reseña, y sin embargo cada vez me veo más impulsado a ello: el ejercicio de postmodernismo es lo que tiene, que gusta de coleccionar padres estilísticos y regurgitarlos después haciéndolos pasar por algo nuevo y fresco. Y a nosotros, gente que vemos esas películas, receptores con mayor o menor bagaje, nos tiene que dar un poco igual y recoger el guiño cuando nos apetezca. Pero es inevitable. Y es que una película como Submarine parece, por lo menos de entrada, tener su razón de ser en la pesca de referentes. Así que ahí va. Agarraos.

A partir de un seguimiento casi a pies juntillas del modelo Holden Caulfield en la película hay algo de free cinema, recogido el testigo directamente desde el If… de Lindsay Anderson y bastante de la ternura a contrapié de aquellos primeros balbuceos indies que recibían el nombre de Harold y Maude. Lo que con los años terminaría cristalizando en Wes Anderson, muy presente también vía sus Academia Rushmore y Los Tenenbaums. Pero si de alguna charca ha absorvido la esponja Ayoade parece ser del cine galo. No es sólo la referencia directa y explícita a Godard mediante esos intertítulos tricolore, es que Submarine parece narrarse con Truffaut en la cabeza, especialmente el de las aventuras de Antoine Doinel, tanto el crío de Los 400 golpes -y su icónica playa- como el adorable outsider de Besos robados o El amor en fuga. Pretende alinearse con los jugueteos de la nouvelle vague tardía e incluso el catálogo estético de la Zazie en el metro de Malle. Así que más que un kitchen-sink drama o una revisión del individualismo a menudo cruel del estudiante en tránsito (a lo El joven Törless), estamos ante una película, por su tono, filosofía y puesta en escena, eminentemente francesa. Una nueva aceptación de los códigos para una apropiación francamente fluida y ágil.

Pero más allá de la esterilidad de lanzar semejante lista de referencias, y aceptando el hecho irrefutable de que todos y cada uno de esos títulos son intasables joyas, uno debería hacerse a la idea de por dónde va Ayoade. El problema es lo que hay debajo de todo eso. Porque pasado inventario, debería quedar un colchón mullido constituido por los conceptos puramente originales. Pero la realidad es que el director a menudo se atraganta en su propio catálogo referencial y se olvida de inventar algo nuevo. De ofrecer algo que no hayamos visto en los últimos cincuenta años de historia cinéfila.

De modo que con todo queda una película preciosa, sensible y muy bien realizada que funciona como efectivo mecanismo de relojería emocional. Porque hay que ser un poco kamikaze o muy brillante para intentar afrontar -y salir con éxito de la empresa- los sinsabores de la adolescencia, y además hacerlo desde un punto de vista muy adolescente: contradictorio, arrogante, verborreico, perdido por la vida y engañado por la autosuficiencia. Así es el protagonista de Submarine y así nos guía por sus convicciones y dudas. Un divertimento casi metalingüístico, juguetón, postmoderno, autoconsciente; que gusta de reivindicar la textura del Super-8 y la idiosincrasia del momento y la chispa fugaz que transmite la filosofía de la Polaroid; que se acompaña cálidamente de las composiciones que construye Alex Turner (Arctic Monkeys) como regalo directo a Ayoade, y que pretenden erigirse un poco en banda sonora de una vida.

Lo que ocurre es que, al final, como comentaba, esa vida precisamente parece más prestada, o más construida como un monstruo de Frankenstein a retazos con costuras imperceptibles (insisto en que la ejecución es brillante), que como un auténtico chispazo vivaraz y ardiente de creatividad. Al final, el puro ejercicio de estilo termina por sepultar la novedad y hacernos olvidar que el material de partida, la novela de Joe Dunthorne, podía contener una carga, unos elementos y unas sustancias maravillosas y universales que probablemente requerían de un poco más de desnudez en su tratamiento cinematográfico.

6’5/10

Y en el DVD…
Cameo trae Submarine a este país y lo hace con una edición en DVD carente de extras (lástima, queremos descubrir al verdadero Richard Ayoade y qué mejor que con una entrevista relacionada con su debut tras las cámaras) pero cuyo vacío se compensa con una imagen en 2:35:1 más que correcta (si bien el estilo cambiante de la cinta fuerza a puntuales bajones) y un audio perfecto tanto en inglés como en catalán y castellano. Todo en riguroso 5.1 y, claro, el primero con la opción de ponerle subtítulos pero eso sí, tan sólo españoles.

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Qué tendrán los abrigos rojos con capucha que le sientan tan bien a las actrices indie!

  2. Je, muy cierto.
    Desde Submarine el ítem abrigo rojo se ha desplazado de niña judía en medio del exterminio a adorable pija hipster

    el signo de los tiempos, supongo

    salud!

  3. Puf! terrible verdad.

  4. bueno, también lo llevaba Adrien Brody en El bosque… (ahí lo dejo)

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