Crítica de Sully
Como si no le pasara el tiempo, Clint Eastwood sigue tan pancho picoteando por entre los entresijos psicosociales de América con una agilidad envidiable, pasándonos la mano por la cara a todos los que, alguna vez u otra, hemos utilizado una frase del estilo «parece que a sus ochentaytantos años Clint Eastwood esté haciendo las maletas y empiece a encarar su últimos compases». Es una idea negra, lo sé. De mal gusto incluso, si se quiere. Pero títulos como Más allá de la vida conducían a conclusiones semejantes. Pero qué narices, su sola hiperactividad ya debería avalar su estado de forma. Si además de vez en cuando puede facturar películas tan compactas como Sully tenemos que replantearnos las cosas. Eastwood está hecho un chaval.
Más si, como en sus dos últimas películas, apela a uno de sus temas clásicos: la condición del héroe. Del héroe americano, si se quiere. O mejor dicho, su concepción del héroe americano. Una visión alejada de estereotipos triunfalistas, ligada incondicionalmente a sus cualidades humanas y bañada en contradicciones y claroscuros. De ahí parte Sully, la historia real del piloto que en 2009 se vio obligado a aterrizar su avión en el neoyorkino río Hudson tras perder dos motores. El capitán Chesley Sullenberger salvaba sus 155 pasajeros y se convertía en un héroe instantáneo a ojos de una sociedad siempre necesitada de buenas personas dispuestas a hacer buenas acciones. Especialmente en un clima que aún es incapaz de deshacerse de los estragos del 11-S, cuyo fantasma no en vano sobrevuela la película.
Sin embargo Eastwood rehuye de la gloria patriotística y plantea, a partir del libro de Jeffrey Zaslow que relata la hazaña, el calvario personal de un Sully que se ve envuelto en un tedioso proceso evaluador. Un comité de investigación que pretende discernir si el capitán realmente salvó a sus pasajeros o si, por el contrario, los puso en peligro pudiendo haber efectuado un aterrizaje de emergencia más seguro en el aeropuerto de La Guardia.
¿La solución al conflicto? O por lo menos la propuesta de tipo moral que plantea Eastwood es reivindicar el factor humano. Ese es el auténtico interés de una película que, a pesar de sus estruendosas escenas de catástrofe aérea, resulta íntima y, a su modo, austera. Se fija en las personas y las convierte en el centro del relato. Especialmente Sully, obviamente. Pero también esos pasajeros que tienen cara y voz, que no son reducidos a un mero atrezzo de la tragedia. Las personas son el auténtico vehículo de las emociones, y sus decisiones lo que mueve el mundo. A este respecto resulta brillante la escena de la simulación del incidente, con unos pilotos que más que humanos parecen autómatas programados para seguir unos protocolos concretos y unas órdenes determinadas. Para Eastwood los auténticos héroes son los que actúan en virtud de una ética personal basada en el sentido común y la humanidad, no en los manuales. O en las consignas políticas.
Ese es el auténtico corazón de una película que por lo demás resulta formalmente solvente, pero poco sorprendente, instalada en el ya habitual clasicismo compositivo del director. Y que a nivel narrativo se apoya en una muy meditada fragmentación del relato donde los picos dramáticos están muy equilibrados -por lo menos hasta su final un tanto abrupto- gracias al uso más o menos recurrente del accidente aéreo que sirve como punto de partida para la historia.
Sully es, con todo, un thriller aéreo riguroso, una película de juicios bien narrada, un drama humanista más que competente y, por supuesto, un recital interpretativo de un Tom Hanks que últimamente está logrando algunos de los mejores resultados de su carrera alejándose del histrionismo más facilón. Y también, por qué no decirlo, la mejor película de Clint Eastwood desde Gran Torino. Nada mal.
Trailer de Sully
Valoración de La Casa
En pocas palabras
La mejor película de Clint Eastwood en años, y ya tocaba. Y quizá de Tom Hanks igual. Sólido thriller que no se arruga a la hora de flirtear con diversos géneros y mensajes.