Crítica de Swiss Army Man
- nitrógeno (ingerido, 70-85 %)
- hidrógeno (producido por unos microbios y consumido por otros, 0-50 %)
- dióxido de carbono (producido por microbios aerobios o ingerido, 10-30 %)
- metano (producido por microbios anaerobios, 0-10 %)
- oxígeno (ingerido, 0-10 %)
Un rápido vistazo a la wikipedia revela un dato curioso, y quién sabe si incluso relevante, relacionado con algunas de las más destacadas figuras de la literatura y el pensamiento universal. Aristófanes, Dante Alighieri, Chaucer, Rabelais, Montaigne, Cervantes, Quevedo, Benjamin Franklin, Émile Zola, Apollinaire, James Joyce, Beckett o, por supuesto, el Marqués de Sade, todos compartían un rasgo común. En algún momento en su obra, hablaron de pedos. Así que no voy a ser yo quien niegue la legitimidad de la flatulencia como temática, objeto de estudio o centro de interés prosaico.
Tampoco es que quiera colocar a los Daniels (Daniel Kwan y Daniel Scheinert) a la altura creativa de dichas mentes, pero oye, estaréis conmigo en que la ventosidad como objetivo cómico siempre nos ha despertado interés. Vamos, que los chistes de pedos nunca morirán. Los dioses quieran que no sea así. Swiss Army Man, a la que las autoridades lingüísticas pertinentes deberían endosar la traducción «Hombre para todo» es casi un monumento erigido en honor de esa comedia centrada en la liberación de gas metano. El auténtico metahumor. ¿Recuerda alguien aquel episodio de Futurama donde Bender se convertía en humano y engordaba hasta morir? Su cuerpo emitía sonidos extraños parecidos a cantos de una ballena varada en la costa, pero en realidad sólo eran gases que se desplazaban por los recovecos de aquella masa mórbida hasta encontrar una salida.
Más o menos eso le sucede al cuerpo del personaje que interpreta Daniel Radcliffe, quien aparece naufragado en una playa, sin vida pero a tope de gases. Paul Dano, a punto del colapso existencial por soledad, se lo encuentra y logra darle una salida práctica, como a una especie de Bernie multiusos. Alargue la vida de su fiambre, úselo como almacenador de agua, como propulsor a reacción, como arpón, como metralleta, como lanzallamas. Y, claro, también como partenaire y mejor amigo. De algún modo los Daniels muestran un ingenio para juguetitos y cachivaches variados propio de un Gondry escatológico y algo escacharrado. Y también su ánimo de penetrar en los recuerdos con un juego de apariencias y capas superpuestas de ficciones que se confunden con la realidad.
Vamos, que esto parece poco más que una farsa. Una mofa de las películas de náufragos y de los dramas de supervivencia en general, un dislate surrealista, grotesco y profano sustentado en el desfile de porrazos, erecciones, mierda y demás gracietas, amén de los dichosos pedos.
¿Chorrada suprema? Ni lo duden. De hecho este debut soliviantó a la crítica más ortodoxa a su paso por Sundance y se irá ganando el desprecio del respetable (irrespetuoso) allá por donde pase. Pero también ocurrió con Rubber, la del neumático con telequinesis y ahí está, siendo un pequeño icono trash. Habrá quien quiera ver no mucho más allá de la broma, y quizá hasta tenga razón. Pero desde su vocación de absurda, estúpida y pedestre pollada, Swiss Army Man se sobrepone a su condición de suma parida gracias a un trabajo formal robusto y especialmente a un sugerente enfoque a la hora de tratar temas que en el fondo son bastante más serios de lo que parece: la desesperación, la lucha del hombre contra los elementos, la sumisión a los instintos primarios.
Un cuento sobre la necesidad de huir de la soledad que, a pesar de desembocar en un final algo decepcionante, termina resultando satisfactorio como emotiva y radicalmente original historia de amistad masculina. Y porque, oye, los pedos dan mucha risa, ¿que no?
Trailer de Swiss Army Man
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Zombies que se tiran pedos que se convierten en un emotivo canto a la amistad. ¿Magia? Casi, pero alegría en cualquier caso es lo que supone el descubrimiento de esta película.