Crítica de Ted
Bien, antes que nada un aviso para navegantes: La crítica, entendida como tal o como simple comentario, empieza un párrafo más abajo. Concretamente en la sexta línea empezando por el final. Lo que viene a continuación tiene algo de reflexión general, pero sale a colación de mi experiencia (y la de tantos otros) a la salida del pase de Ted que, por si alguien no ha caído, es la película que nos ocupa hoy. Pues eso. Avisados quedan. De nada.
Si nos paráramos a hacer una lista de todos aquellos tópicos y lugares comunes que inundan las críticas de cine, encontraríamos una serie de adjetivos que parecen la caraba pero que, en el fondo, a menudo no significan gran cosa. Algunos son muletillas generales que nos ayudan a definir vagamente (valga el oxímoron) aquello que somos incapaces de traducir en palabras. Otros son más rimbombantes, y sólo están ahí para dar a nuestro texto una imagen de respetabilidad que a menudo no tiene (demonios, en realidad “rimbombante” es, de por sí, un adjetivo rimbombante). Al final, términos como “fallido”, “referencial”, “paródico” o “lugares comunes” se repiten como el ajo. Y en el mejor de los casos solo sirven para enturbiar el la crítica y hacerla más ilegible bajo toneladas de ripios. O por decirlo de otro modo: nos referencian el componente paródico del carácter fallido del crítico (nosotros) que tira de lugares comunes para esconder que su trabajo, por bueno que sea, normalmente no llega a la altura del producto que analiza. ¿Se entiende? Pues eso.
En esta galería figurada de tópicos encontramos a menudo la palabra “gamberro”, usada normalmente para definir comedias que se atreven a hacer broma de tabúes aparentemente intocables. Sin embargo, muy a menudo el componente subversivo de estos trabajos es poco más que una fachada encargada de sangrar traumas de antaño, aproximadamente apagados e integrados en la sociedad contemporánea. Es evidente que ya no reaccionamos mal ante los mismos temas que en los años 60, o en los 80: las heridas se van cerrando. Por eso cuando vemos chistes sobre la guerra de Vietnam o la dictadura en Alemania del Este podemos reírnos tranquilos, sabedores de que el potencial subversivo que tenían ha sido parcialmente desactivado por el peso de los años. El mejor indicador del paso del tiempo no es que nos salgan canas, sino que podamos bromear sobre el once de septiembre sin perder el respeto pero con cierto margen de maniobra. Todo ello, por supuesto, sin negar el drama de los hechos en cuestión, pero con la perspectiva común del tiempo transcurrido. Toda esta reflexión rimbombante, referencial y fallida viene a cuento del estreno de Ted, debut en el largometraje de Seth Macfarlane, adalid del gamberrismo televisivo moderno. Para los que no sitúen el nombre (que alguno puede haber), Macfarlane es el autor de Padre de familia, que nació a rebufo del éxito de Los Simpson y sucedáneos para caracterizarse por un humor que alternaba el sarcasmo de bisturí con la parodia de trazo grueso, siempre con las peores lacras de nuestra sociedad en la diana.
Con semejante precedente, es difícil no jugar a la comparación entre cine y televisión, sobretodo cuando planteas una película cómica protagonizada por un adolescente perpetuo y su osito parlanchín, cocainómano y putero. La premisa apunta maneras, porque aunque suene a un poco trillada las posibilidades cómicas de tener a un peluche poniéndose hasta arriba de crack siguen más o menos intactas. Y entonces surge la pregunta de rigor: ¿Logrará nuestro intrépido crítico colocar el adjetivo “gamberro” con propiedad por una vez en su vida? Pues mira, con suerte, puede que no.
Ted bebe de los códigos y los referentes de Padre de familia, hasta el punto de brindar al respetable secuencias enteras que pueda identificar para su deleite. Las alusiones a la cultura popular norteamericana son constantes, así como las pullas a los colectivos más intocables de la sociedad y a sus mayores traumas. Puede que el hecho de que Macfarlane y Mark Wahlberg se salvasen por un pelo del atentado del once de septiembre les de una cierta carta blanca, pero no lo es menos que muchos de sus ataques al establishment de los políticamente correcto son menos vitriólicas de lo que aparentan. Macfarlane es demasiado respetuoso para bajar más allá de la epidermis, o quizá es consciente del género en que se mueve, y de lo que su público puede aguantar y lo que no. Es cierto que a lo largo de su carrera pocos como él han sabido hacer equilibrios en la cuerda floja de los censores sociales, (con un par de cancelaciones de la Fox por montera), pero pocos de sus relatos trepanan con implacable sentido cómico hasta la raíz de los temas que inquietarían a más de un biempensante. No es que sea una mala opción, pero está lejos de sacudir los cimientos de la corrección consensuada, si ese era su objetivo. En cambio, en el caso que nos ocupa las intenciones de Macfarlane parecen ir por otro lado: el verdadero mérito de la película se encuentra en el fondo del relato, no en la forma.
Más allá de los gags marca de la casa Ted es un notable trabajo sobre el proceso de maduración en una sociedad cada vez más reticente a abandonar las rémoras de la infancia. John (Mark Wahlberg) es un Calvin maduro con un Hobbes pegado a la pata que le permite seguir transgrediendo todas las normas con actitud adolescente y 35 años de vicios acumulados. Ted es un amigo que actúa como eco del pasado, pero a diferencia de otros personajes con el mismo objetivo el pequeño mimoso cabrón es un elemento activo y autónomo, que se enfrenta a sus propios conflictos con la elocuente paradoja de un aspecto infantilizado y la actitud desinhibida que ansía más de uno.
Macfarlane construye una historia sentida e inevitablemente emotiva, porque tras las neuras de su alter ego en la ficción parecen asomar todas las preguntas de un director que ha sabido bucear en sus propios referentes para armar el relato. Ni los baches en el ritmo, ni los agujeros del guión, ni algún cameo demasiado forzado… nada empaña una opera prima que mantiene la impronta que tan bien ha funcionado en la televisión, pero que es capaz de generar espacios suficientes para crecer como producto diferenciado. Al final, me como por una vez el lápiz y me rindo a la evidencia: Ted no es una película “gamberra”, de trazo grueso, que arrase con todo lo que se le ponga por delante. Macfarlane trata con demasiado mimo a sus personajes, consciente de sus momentos de soledad, de su necesidad de encontrar una identidad que los defina sin excluir al entorno, y todo ello barnizado con un adulterado sentido de la fantasía navideña. Tras montañas de psicotrópicos, prostitutas, incorrección política y festiva nostalgia ochentera, Ted es un trabajo maduro que se sirve de su espacio en la comedia para tejer una historia con mucho más calado, extrañamente conectada a la realidad del espectador. Eso sí, entre bienhalladas lágrimas de risa.
7,5
Tremendamente gamberra! Muy recomendable para echarte 4 risas!
Mi recomendación personal: sacar las entradas para la sesion de las 10:30 o la golfa, e ir a echar un brevaje alcoholico antes de entrar. Risas aseguradas!
Hombre, señorito ASV, tú por aquí! Te tomo la palabra. Aún no la he visto y no sé si esperaré a que salga en DVD para alquilarla, pero sea como sea, oh sí, irá precedida de birras :)
Yo la vi sobrio… y de sonrisilla leve con carcajada breve no pasó. Puto doblaje de mierda. La veré otra vez en v.o.
Para mi ha sido bastante decepcionante, si un osos que habla y se droga… pero ¿por qué no me río como bobo? No lo se.
Lo mejor, Giovanni Ribisi. Ese tío me parece un genio y baila genial :).
Alma de cántaro.. cómo se te ocurre? No viste el cartelito de "doblada por Santi Millán"? Sólo por eso, si no la hacen en vo la película es para ver en casa. Nos obligan a la piratería, señores dobladores. Cuidado