Crítica de Templario
Remember the Alamo. Con esta letanía algo absurda se hinchen de orgullo los americanos más patriotas al recordar uno de los episodios más supuestamente épicos de su corta historia. Mitología yanki victoriosa de altura. Bueno, no muy victoriosa, pero sí espiritualmente triunfal. Y ya lo tienen los americanos, que como su Historia no alcanza mucho más allá de los 200 años, pues se ven obligados a fabricarse sus propios mitos. Preguntad a Paul Bunyan y a las liebrélopes.
A fabricarse o bien a tirar de mitos ajenos que suenen como a americanos. Que suenen como a El Álamo, que no dejaría de ser el relato de resistencia extrema casi David contra GoliathTM. Ese que cuenta cómo unos pocos soldados del ejército norteamericano, secesionistas texanos, resistieron al ataque de las huestes mexicanas parapetados en la fortaleza situada en lo que hoy ya es Texas. Así que ejemplos, especialmente en el cine, los hay a patadas: empezando por la maestra «Rio Bravo» hasta su propio remake oficioso parido por John Carpenter, «Asalto a la comisaría del distrito 13» y la maravillosa pseudo secuela de la primera, «El Dorado», o cualquier rip-off de la también seminal «La noche de los muertos vivientes». Sin contar todas las visiones del propio episodio histórico. Y terminando en algo que podría entroncar con esta «Templario»: ese capítulo de «Las dos torres» en el que Peter Jackson volcaba toda la épica burra de su «El señor de los anillos» en un maldito asedio. Que es exactamente lo que ocurre en «Templario». Un sitio a una fortaleza. Una apropiación de un mito para su adecuación a un sentimiento épico al gusto de Hollywood(1).
Porque es entorno a esta revisitación del espíritu Álamo y a la adaptación de los mitos europeos como se organiza nuestra «Templario». Poco más de todo eso, a decir verdad. La película de Jonathan English no deja de ser un ejercicio casi thrilleresco, pero aprovecha un poco a partir de su aplastante simplicidad -que no sencillez- y de un contexto histórico reconocible (ese 1215 tras la firma de la Carta Magna y el asedio al castillo de Rochester por el Rey Juan) para desplegar el catálogo de tópicos de turno. Y es que en la médula de «Templario» reposan con comodidad y ostentación -vamos, que no se esconden- las consabidas «Braveheart», «Gladiator», «El Rey Arturo», «Centurión«, «Robin Hood» y demás. En otras palabras, «Templario» es una nadería apropiacionista que apela a lo que todos sabemos que apela y que se limita a un entretenimiento salvajegore de aún no sé qué gusto.
Otra cosa que desconozco: la ambición de sus productores. Si uno se aproxima a todo esto con espíritu puramente vago aunque juguetón (lícito) se encontrará con un actioner medieval en el que casi lo único que importa es ver cómo se cepillarán al siguiente insensato. El barro, la mugre (pero no la furia) corren por las venas de «Templario» y la sangre hace acto de explosión entre astillas de hueso y demás. Porque si algo tiene la propuesta de English es que (ya sea por pura provocación o -casi más por esto otro- por puro gancho comercial basado en la espectacularización más exhaustiva de la violencia) se atreve a estirar los límites de lo comercialmente tolerable(2).
Por el camino hacia este salvajismo visceral se pierden muchas cosas, por supuesto. La renuncia más dolorosa es la del dibujo de sus personajes, faltos de entidad en el mejor de los casos. La concepción del Rey Juan es rematadamente vulgar, la del Templario Marshall, incapaz de transmitir las contradicciones que teóricamente lo atenazan, directamente desastrosa. Abundan las frases lapidarias tipo «el invierno se acerca» (en serio) y el resto de diálogos son puro relleno auditivo como contrapunto de las hostias, alaridos y explosiones que alegremente dan chicha sónica a toda la fiesta.
Pero puede que esto no tenga demasiada importancia, porque como decía ando un poco perdido respecto a las intenciones de los responsable de «Templario». Aquí hay un buscado hiperrealismo al que no haría ascos Mel Gibson, basado en el concepto ya más o menos popular y alejado de las concepciones clásicas de la época tipo «El halcón y la flecha» según el cual «la Edad Media era un lugar terrible donde la gente convivía con la mierda y moría horripilantemente por disentería o aplastamiento encefálico vía mazazo». Sin embargo, la película está imbuida de una tremenda teatralidad (la dislocada interpretación de Paul Giamatti, muy grande, pero poco adaptada al espíritu mongui de la película) y una grandilocuencia operística que castran cualquier posibilidad empática. Remite a la grandiosidad legendaria de «Excalibur» y la remoza con un tratamiento de postproducción digital algo hortera. Y eso, directamente se da de patadas con el hiperrealismo, por muchos insertos de planos detalles bañados en gore que se vayan plantando por doquier.
O quizá todo esto es ir demasiado lejos y al final lo único que quiere ofrecer la película es el placer pornográfico de ver a gente fostiándose del modo más cafre posible y sin importar la progresión geométrica de clichés formales (#1. fotografía de colores desvaídos, #2. obturador de la cámara echando humo, #3. escenas de peleas en los que la música de derrota se sitúa sobre los efectos de sonido) y conceptuales (#4. maduración del héroe joven, #5. consagración del experimentado, #6. desdichado que se sacrifica heroicamente, #7. distribución de muertes que llegan en su momento esperado, #8…). O buscar el guiño al público jevi, al amante de lo gore y al que se contenta con cuatro elementos habituales (acero toledano, almenas, calderos de aceite hirviendo, Derek Jacobi, paisajes brumosos, barro por todas partes, sangre por todas partes) para decir que le encantan las pelis de romanos -esta es medieval, pero da igual-.
O simplemente demandando la aceptación de -los más- aquellos que quieran pasar un rato idiota y que el refritismo como divisa que exhibe la película y su evidente torpeza cinematográfica (la realización y el montaje son muy patosos, cuando no un desastre) les importe exactamente un carajo.
Bueno, vale, bien, «Templario» no es buena, pero es puro entretenimiento bestia.
5/10
(1) Hago un pequeño ejercicio reduccionista, debo admitir, porque la película es de producción británica. Pero sus modos y ambiciones buscan un tipo de mercado homogéneo, el diseñado por la cultura cinematográfica del entretenimiento norteamericano. Hace tiempo que Hollywood no se reduce a las fronteras físicas de Los Angeles, todos lo sabemos
(2) Eso sí, vistas las cotas de violencia exhibidas en «Templario» ¿a qué viene semejante decoro sexual? Si la televisión (por cable, bien) ha superado esa barrera, ¿por qué no puede hacerlo una película tan físicamente deslenguada como esta?
Hola! No os parece que el papel de la tía que está detrás del templario tada la película sobra totalmente? Es cierto que es lo único que se aleja de la violencia de las batallas, pero es que la tía no para de dar el coñazo!!!
Jaja, hay muchas cosas en esta película que sobran…
El papel de la tía entre ellas. Pero oye, en el fondo va bien un poco de feminidad entre tanta testosterona salvaje, peluda y mugrienta, no?
;)
Salud!