Crítica de Tenemos que hablar de Kevin

Si algo tienen en común Lee Remick, Mia Farrow, Vera Farmiga, Lois Griffin o John Ritter es que todos ellos saben lo jodido que es que un hijo que te sale rana se apunte al espectáculo demoníaco y/u homicida. Una lista, la de inocentes criadores de simientes diabólicas, a la que ahora se une la ya de por sí luciférica (turbia como tú sola eres, rica) Tilda Swinton, epítome de la madre desbordada, víctima de un churumbel que parece haber brotado del gameto de Satán mediante polvo sobre estrella de cinco puntas. Tenemos que hablar de Kevin parte ya desde un inicio enmarcado en plena tomatina tarraconense (no es coña) de los preceptos del terror psicológico y de los planteamientos de la alegoría puta más que del retrato social y del drama sentimental. La película juega desde un principio a lo inquietante, a lo desequilibrante más que a lo puramente empático. De modo que lo sugerente se antepone a lo meramente descriptivo. El asentamiento de una atmósfera prima sobre el simple retrato familiar y la construcción de un estado psicológico (esquizoide y roto, por supuesto) marca una película que quiere postularse como la propuesta de horror arty de la temporada. Lo dicho, una especie de revisitación de la encarnación infantil anticristiana horneada en molde mumblecore. O sea, muy indie.
Lo cierto es que todo es muy terrenal, la metáfora enfoca a lugares oscuros del alma humana y a ciénagas asquerosas de la conciencia colectiva, pero al fin y al cabo nada deja de ser el reflejo de algo muy real -una América en descomposición- a través de la caída de la figura inocente de los niños. Criaturas, desde hace bastantes años ya, con las manos manchadas de sangre. Pero aquí lo que importa -lo que a la directora Lynne Ramsay le importa- es el cómo más que el qué: ese trabajo de bad juju escénico, el desarrollo formal con el que se pretende llegar al terror a través de la inquietud y el desasosiego mediante el puro ejercicio de estilo, más adecuado o menos: aquí hay mucha fachada, mucha carcasa postmodernilla en forma de voces deshumanizadas, distorsiones del sonido, desenfoques exagerados, planos aberrantes, un montaje deliberadamente atropellado y confuso y un notable trabajo cromático centrado en el uso del rojo y sus connotaciones: el color de la sangre (ergo de la vida y la muerte) aparece en pinturas, en luces, hasta en la salsa de tomate.

 

 

Un trabajo de malrolleo generalizado potenciado también por el tratamiento de las mismas conductas de los personajes -y los estupendos intérpretes que andan detrás-, extrañas, desnaturalizadas o directamente enfebrecidas. Especialmente en la primera mitad de película (probablemente antes de que sus responsables no puedan resistir la presión de conducir un caballo enloquecido y decidan tomar las riendas para controlar el galope), la narración avanza, retrocede, se autocomplementa, salta huecos y va tejiendo una telaraña incompleta de recuerdos mediante flashbacks y narraciones que avanzan en distintos planos cronológicos. A primera vista, a nuestra estimada Ramsay se le ha instalado entre las cejas el erigirse en un David Lynch para las masas.
Pero poco a poco, ese niño hijoputil y malnacido se irá apoderando de la película y establecerá con su dislocada progenitora una red de relaciones, de tira y aflojas y de lazos extraños, violentos, oscilantes y moralmente críticos solo que en una dinámica narrativa más convencional y que desembocará en un final a medio camino entre el descaro irresponsable, el guiño macabro, el comentario social y la pura lógica argumental. Un punto en el que la sociedad y sus roles (incluído el del padre papanatas) quedan expuestos, a la altura del betún, y la fe en la humanidad termina comprometida, enponzoñada.

 

 

Mierda muy seria, grandes lecturas, pesimismo medular de altos vuelos, visitación revulsiva del género terrorífico. Una película de resultados destructivos, abrasivos, venenosos… de haber sido, por supuesto, tratados con más rigor tras la cámara. De haber estado descritos, expuestos y puestos en cuarentena por una mano bastante más firme, más experimentada, más sensual y desde luego muchísimo más personal que la de Ramsay.
Casi pero no, qué pena.

6’5/10

Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Increible la curiosidad que ha despertado en mi tu critica… Tilda Swinton siempre cumple, y tras escuchar varias veces el titulo asimile algo asi…mas tirando al puro drama sociologico, que al drama "socioinfernal"…Apuntada.

  2. PINCHE CRITICO DE MIERDA NO VALES PARA PURA VERGA, DE POR SI EL CINE ESTA ESCASO DE BUENAS ACTUACIONES Y DE BUENOS DIRECTORES Y BUENAS HISTORIAS TU PINCHE CRITICA PRESUMIDA ME LA PASO POR LOS HUEVOS JUNTO CON EL PUÑETAS QUE TE IDOLATRA POR TUS COMENTARIOS. LOS DOS ESTAN BIEN PUÑETAS SI TAN SOLO TE PUSIERAS A HACER UN COMERCIAL TE ASEGURO QUE TE MEAS Y TE CAGAS EN LAS MIS BOLAS PINCHE DUO DE PENDEJOS

  3. este soy yo, recuperando conversaciones sin sentido. Pero es que no me podía resistir. No vales pura verga Xavi. Pura verga. Yo de ti me lo haría mirar…

  4. Chlaacchipote xtotl mxcoltlatl

    Es "que te den" en maya tardío

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