Crítica de The Artful Escape (PC, familia Xbox)
Francis Vendetti, un joven músico, se prepara para dar un concierto en su pueblo. Es un chaval introvertido, inseguro y que vive a la sombra de su propio tío, un pope del folk, sosias de Bob Dylan, mundialmente conocido. Por eso el joven cantautor se siente inseguro, artísticamente perdido. Todo el mundo le pide que esté a la altura, que sea quien quizá no quiere ser, la presión creativa le pisa el culo y el síndrome del impostor lo atenaza. Hasta que, bueno, naves espaciales, noche piscodélica, trip lisérgico y viaje astral.
El músico y diseñador Johnny Galvatron ha construido, en Beethoven & Dinosaur y al amparo de la siempre intuitiva Annapurna, una aventura de autodescubrimiento que apuesta todas sus fichas a lo sensorial. A lo visceral del rock cósmico, el de los solos épicos, los láseres y los neones, las poses de guitar hero imposibles y las melenas alborotadas por tormentas espaciales. Hay poca sutileza en The Artful Escape, pero porque no le interesa. En cuanto Francis da el salto al hiperespacio y emprende ese viaje psicodélico para encontrarse a sí mismo entran en juego las verdaderas mecánicas: plataformas de scroll lateral sin apenas reto (sólo disfrute), deslizamiento aerodinámico por pendientes (en un flow muy Journey) mientras se toca la guitarra manteniendo pulsado un único botón y ocasionales batallas de combinaciones de botones (acordes de guitarra) a lo Simón Dice. La apuesta de todo ello por el continuo stendhalazo hortera, por construir el entorno -colores, paisajes, criaturas, música- en un crescendo climático infinito hacen de este un viaje alucinante a los confines del rock épico, una apuesta que sobre el papel podría repeler a cualquiera con un mínimo de gusto por la contención (el entorno parece salido del sueño chiflado de un diseñador de portadas de rock progresivo) pero que, en este formato y con estas cantidades de morro y desparpajo, conduce al jugador a un inevitable estado de éxtasis permanente.
Por lo menos, mientras duran los pasajes más, por así decirlo, viscerales. El gran problema de la propuesta de Galvatron es que todo ello pretende convivir con una ambición narrativa que, lamentablemente, queda corta. La otra pata en el diseño de juego de The Artful Escape es la aventura conversacional y en ese sentido no sólo su intención introspectiva contrasta con todo lo demás sino que tampoco aporta demasiado a un mensaje final que podría haberse implementado y vehiculado simplemente a través de las mecánicas. No son malos textos, pero en muchas ocasiones las decisiones que se toman no tienen ningún peso real en la trama o incluso en la misma conversación, en otras las conversaciones dependen de, simplemente, agotar las opciones existentes y en cualquier caso en esas secciones conversacionales el ritmo se detiene en exceso, como engorroso peaje para saltar a lo bestia a la siguiente aventura galáctica.
Una lástima, porque estamos ante una propuesta con personalidad, chispa y arrojo que de haber pulido un poco más sus aristas podría haberse convertido en, salvando las distancias, el Sayonara Wild Hearts de 2021.
Gameplay walkthrough de The Artful Escape
The Artful Escape: aventuras con la guitarra en mano
Por qué jugar a The Artful Escape
The Artful Escape es un viaje introspectivo en busca de la propia identidad ejecutado mediante un gozoso multiclímax videolúdico eufórico y epatante al que, sin embargo, le pesa demasiado una narrativa a medio cocer.