Crítica de The Artist
Vamos a hacer un pequeño ejercicio: Imaginemos a un director de apellido impronunciable, francés para más señas, que se sienta en una butaca frente a un equipo de productores y empieza a desgranar su nuevo proyecto. La cosa va de hablar de Hollywood en una de sus mayores encrucijadas, del paso del mudo al sonoro. Cine sobre cine vamos. George Valentin es un galán de los primeros tiempos del séptimo arte que ve declinar su estrella cuando la Warner tiene la brillante idea de estrenar El cantor de jazz y desatar una auténtica revolución en la industria americana y, por extensión, mundial. Valentin sufre en sus carnes el ostracismo del artista silente, mientras que una de sus jóvenes partenaires asciende a toda mecha hasta la cabeza del cartel.
¿Trillado? Un poco. El argumento tiene algo de lugar común. De hecho, Hollywood revisita su pasado más clásico constantemente. Visto así, entre El crepúsculo de los dioses, Cantando bajo la lluvia o Valentino, la premisa de The Artist es más vieja que el TBO (bueno, que el TBO no, que es de 1917 y el sonoro no existía). Claaaaaro que la cosa ya cambia, un pelín al menos, cuando el director francés de apellido impronunciable insinúa, como quien no quiere la cosa, que su película, bueno, pues eso, que habla de la crisis del cine mudo y que, mira tú por dónde, pues es muda.
Muda y un exitazo, a juzgar por el vendaval que provoca en todo festival por el que pasa, por la colección de nominaciones de toda índole que acumula, por el aplauso casi unánime de la crítica, y por poner en el centro de los focos (premio en Cannes incluido) a un comediante que bebe a grandes tragos de toda la estela del cine clásico: Jean Dujardin.
The Artist construye su relato en el punto de ruptura entre sonoro y silente, una inflexión convertida en tsunami capaz de arrastrar a todo un firmamento de nombres fundacionales del séptimo arte. Michel Hazanavicius (el director francés de apellido… bueno, ese) maneja los códigos del cine mudo a medio camino entre el homenaje permanente y una notable coherencia estética. La elección de los corsés propios del primer cine se convierte al mismo tiempo en una solución formal y en el catalizador de buena parte de los recursos dramáticos que despliega el film. Jugando una baza incómoda, consciente quizá de que se enfrentará a un público que no ve cine mudo desde hace más de 80 años, el realizador resuelve la papeleta en apenas cinco minutos, los que necesita el espectador de mi pueblo en quedarse prendado por el candor y la elegancia que supuran la pantalla.
Hazanavicius se está convirtiendo en un experto en la cosa esta del pastiche, desde que su OSS 117: El Cairo, nido de espías dividiera a la crítica con su triple (o cuádruple) salto mortal: mientras unos la denostaban, otros aplaudían (aplaudíamos) su buena mano a la hora de coger los parámetros del hastiado cine paródico y trasladarlos al retrato inmisericorde del talante francés, con una pátina de cine sesentero, y sin caer en la sucesión de gags deshilachados. The Artist supone un cambio de registro en la medida en que se adentra en un género nuevo, pero al final la filosofía es la misma: potenciar la estructura y los tics de un modo narrativo más o menos caduco y trabajarlo a fondo para construir un relato referencial y cargado de referentes. Quizá ahí radique una de las virtudes de su nuevo trabajo, pero también su principal problema. Preocupado por ajustarse al máximo al imaginario del cine mudo, Hazanavicius construye un relato cargado de elementos fácilmente reconocibles, personajes de una pieza en dramas sin grandes giros que se salgan por la tangente, sólidos pero canónicos. La realización recuerda más a la de los últimos tiempos del mudo, cuando el salto al cine clásico sonoro era cuestión de tiempo, que al estadio de experimentación previa, desarrollada en los EEUU a partes iguales por Griffith, Keaton y Sennett, o por King Vidor y Víctor Sjöstrom. Sobrio, correcto pero falto de una cierta garra, la puesta en escena está más interesada en evocar tiempos pasados que en integrarlos a los modos que se estilan 80 años más tarde. Algo de ello se trasluce en el relato: Valentin, émulo de Douglas Fairbanks de los pies a la cabeza, asiste al desmoronamiento progresivo de su entorno, incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos. Sin embargo, nada parece justificar su caída más allá de su propia tozudez. Nuestro protagonista no tiene ningún problema de dicción, su voz se ajusta a su físico, y en el fondo no comparte el recorrido de los integrantes del género más condenado por el sonoro: el slapstick. ¿Por qué debe compartir su destino? ¿Por qué no hace como Greta Garbo, como Gary Cooper o Joan Crawford, que capearon el problema sin ninguna dificultad? Su negativa inicial a adaptarse a los nuevos tiempos es comprensible, Chaplin hizo lo mismo (y parte de razón tenía), pero incluso él acabó dando su brazo a torcer, y con éxito evidente. Valentin simplemente se hunde, y es esa falta de un trasfondo bien justificado, camuflado eficazmente por los artificios narrativos de Hazanavicius, la que nos conduce a un clímax que sospecho podría haber alcanzado mayor enjundia sin salirse ni un ápice de la dirección que escoge.
Sin embargo, a grandes rasgos, el director se sale con la suya. Los posibles agujeros que plantea el guión no empañan un film que se sigue con mucho agrado, que tiene de su parte algunos momentos realmente inspirados y que presenta una factura técnica envidiable. Hazanavicius se sirve de los mismos escuderos que en OSS 117; Jean Dujardin confirmando lo que ya apuntaba desde Un gars/une fille, carne de futuro para el cine galo (y ya veremos si allende los mares) y una Berenice Béjo que juega a la actriz pizpireta, adoptando a conciencia el rol de novia de América que le depara la narración.
The Artist se vale de la sana revisitación, alegre y estilosa; un punto de exotismo en la cartelera que juega a la paradoja de plantear como nuevo e insólito la moneda común del cine mundial durante sus treinta primeros años, antes de considerarse vieja y obsoleta. Un encantador divertimento que tamiza la comedia ligera de aquellos tiempos con el drama de su protagonista en su justa medida, sin llegar a sangrar ni a borrar la sonrisa con la que el público medio puede abandonar la sala tras la proyección. Pese a resultar algo inocua, condicionada por el mismo manierismo que caracteriza el film, el uso de las técnicas narrativas y formales, hibridadas con notable talento, dan alas a The Artist, convertida en símbolo del clásico cine de escape, entretenimiento de calidad en la línea de Gregory La Cava, sin su mordiente pero con su amor por la puesta en escena de un cine exquisito, en las antípodas del trazo grueso. Que nadie espere ver a Buster Keaton o a Fatty Arbuckle mendigando por las calles, o a Louise Brooks trabajando en una tienda, pero para el cinéfilo queda la posibilidad de jugar a buscar homenajes en todo su metraje: desde el citado Fairbanks hasta Hitchcock pasando por Busby Berkeley. Cuando la visión de la película se ha enfriado, cuando el entusiasmo inicial deja paso al análisis más crítico, y éste al poso en la memoria, lo que queda es valioso y ampliamente destacable, pero genera problemas a la hora de traducir toda la crítica en una nota numérica. Al final, consciente del carácter parcial que tiene (y debe tener) toda crítica, valoro sus elementos positivos como lo más destacable de un todo que se sobrepone con autoridad a la precariedad de algunas de sus partes. Cine de evasión, divertido y encantador, bien enhebrado y realizado. Un artificio notabilísimo para el cine de entretenimiento. Yo con eso me doy con un canto en los dientes. Con un buen pedrusco.
Por Manel Carrasco
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Una mirada cómplice hacia atrás, hasta finales de los años 30, para homenajear a modo de fábula muda y en blanco y negro un pedacito de la historia del cine.
Soy Anabel y solo se me ocurre un comentario posible: "Alucinada"
Asi es como me quedé. Cuando empezó la peli me dije, ya veremos la exageración esta. Pero poco a poco me enganchó y me enamoró. Ellos están fantásticos y la película se me pasó que ni enterarme. Buen cine, si señor. Y sin palabras, todo un logro.
Pues aquí te devuelvo yo la de War Horse :P
Dando por válido más o menos lo que dices (sí, pasa en un suspiro, sí ellos -él- están fantásticos, sí, es una buena película), me pareció decepcionante. Le faltaba algo para quedarse en algo más que la mera anécdota que al final ha sido. No hace ningún intento de jugar con las diferentes etapas que propone (años 20, años 2011), ni de explorar en formas expresivas, ni de buscar un argumento más rompedor, ni se arriesga lo más mínimo en nada. Como comedia romántica está muy bien, de acuerdo. Como algo más, tengo mis dudas…