Crítica de The Collection
Hace un par de años, la pequeñita The Collector generó un moderado entusiasmo entre los fans del género terrorífico, convirtiéndose en algo parecido a una película de culto no exenta de cierta aceptación por parte del público más genérico. Un casi-sleeper, un medio-fenómeno, que en el mundillo se convierten en argumentos más que suficientes para la generación de secuelas cuya máxima es de sobras conocida: con que recaude un Euro más de lo que costó, vale. Las bazas de aquella, fácilmente identificables: explotar el estilo pulido, aséptico y manierista con que la saga Saw hacía del gore más explícito algo atractivo e inofensivo, para darle una vuelta de tuerca más al universo cinematográfico de los serial killer y el torture porn para todos los públicos. Y convertirlo, si cabe, en algo aún más atractivo e inocentón, válido para cualquier estómago que se revolvería con las mismas dosis de violencia extrema en otras circunstancias. The Collector era una fiesta, un deleite de trampas asesinas, chorretones de sangre y sobresaltos a degustar con palomitas tamaño familiar. Y The Collection, continuación esperable de aquella, sigue la estela puliendo algunos detalles para que la fiesta sea ya de traca. El problema es que quizás se pase de la raya.
Y es que atención a lo que ha perpetrado Marcus Dunstan, que repite cargo de guionista y director (y que antes había escrito varias entregas de, sorpresa, Saw): continuación directa a nivel argumental de la, aparentemente, niña de sus ojos. Ni falta que hace saber demasiado de la anterior; en apenas unos minutos ya está todo empapado de sangre, vía masacre de aquellas que hacen historia. Casi todos los que apuntaban a protagonistas desaparecen de un plumazo, y dan paso al personaje principal de la anterior, de quien sólo es necesario saber que tiene alguna cuenta pendiente con el asesino enmascarado que organiza la escabechina. Lo que queda, más o menos, es un nuevo juego macabro de persecución y supervivencia con más trampas truculentas y salpicones de hemoglobina, que revolverá los estómagos aprensivos, si bien la sensación de inocente festividad continúe ahí y sin la menor intención de desaparecer.
En definitiva, ya lo decíamos, se repiten y potencian las bazas de la primera parte, en este The Collection que esconde lo mejor para el final. Y no me refiero al clímax, que evidentemente lo tiene, y además es francamente divertido; hablo de su duración. A la hora y diez o incluso un pelín antes, arrancan los títulos de crédito del film, confirmando su expresa condición de pasarratos festivo y de cine de consumo rápido. Y lo cierto es que todo ello se agradece: ni que decir tiene que es trepidante, entretenidísima y agotadora: desde el momento en que se carga a su primera víctima, cuando no han pasado ni tres minutos del inicio de la proyección, no para. Tal vez el problema sea que esa sensación, la de vacío total en pos del puro fuego artificial, se note demasiado.
Es que es tan fugaz, hace tanto ruido de manera tan abrupta, que al final las nueces son muy pocas; The Collection acaba sabiendo a poco o nada. Por decirlo de alguna manera, llega a perder la sensación de entereza como película en sí. Y no es que sea nada grave, el disfrute sigue siendo de aúpa y más de un fan del terror en general y del nuevo terror (el bonito, el de Wan, Lynn Bousmann y compañía) en particular está casi obligado a verla (seguramente, ese fan ya estará al tanto del colector original). Sólo que… Bueno, es que es tan poquita cosa…
6/10