Crítica de The Disaster Artist
Película increíble, en el peor sentido que pueda imaginarse, pero también por todo el esperpento que la rodea, The Room es ya un hito en la historia del cine de este siglo. Es la peor película de la historia, de hecho. Pero es del todo alucinante cómo se llegó a gestar tamaño ataque al séptimo arte, y todo lo que siguió a su estreno: a día de hoy aún se proyecta en cines por todo el mundo (la película se estrenó en 2003), y sus responsables, con el enigmático Tommy Wiseau a la cabeza, la presentan en eventos especiales y siguen lucrándose por ello y acudiendo a fiestas. Esto pedía a gritos una adaptación cinematográfica, ya fuera en clave de documental (como aquél hilarante homenaje a Troll 2, o ese otro a las producciones de la Cannon) o de la forma en que ha acabado ocurriendo: con todo un James Franco a los mandos, rodeado de los suyos o, lo que es lo mismo, empezando por su hermano y acabando por Seth Rogen. Alegría pues: marchando una nueva comedia de colegas a la sombra de Judd Apatow y, de hecho, llevando a este inesperado nuevo subgénero cinematográfico (podemos definir así ya el cine de Apatow, ¿no?) un paso más allá.
The Disaster Artist, puede que no lo parezca, es ambiciosa por querer convertirse en la ya habitual ristra de gags y personajes frikis, pero a su vez ser un discurso más sesudo de lo esperado, metacine por bandera, sobre el mundo de Hollywood. Y sobre los sueños que se realizan y se truncan, y sobre la línea que separa la fuerza de la voluntad… de la obsesión. De manera que lo que tenía que ser una chorrada como un piano se descubre como una red de múltiples dimensiones y, lo dicho, ambiciones: es la más compleja obra de Franco (y/o compañía) hasta la fecha, por tener que hablar a un público al que jamás se han encontrado, por variado. Aquí se debe satisfacer por igual a amantes de las comedias como de las grandes historias en Hollywood. A los del humor grueso y de los dramas humanos. Humanidad, eso es lo que debía encontrar un James Franco que se siempre se ha solido situar uno o dos escalones por encima del resto de mortales. Suerte la nuestra, pues, de que haya dado de lleno con ella.
A la hora de la verdad, la flamante ganadora del festival de San Sebastián es un triunfo en todos los sentidos. Sus batallas se saldan con victorias en aquellos campos en los que decide pelear. El protagonista de El origen del planeta de los simios se transforma en un inesperadamente creíble Wiseau no tanto por imitarle divinamente, como por hacer de su personaje un ente cercano y de emociones e inquietudes francamente comprensibles pese a las hondas diferencias que probablemente lo separen del resto de mortales. Y de igual manera, The Disaster Artist se torna en una propuesta de inmediata empatía por su hábil combinación de temáticas y estados anímicos. Con independencia de reconocerse conocedor o no de The Room, el espectador entiende a la perfección tanto su nivel de horribilidad, como su demencial proceso de creación. Comparte los sueños de Wiseau tanto como los del resto de personajes que lo acompañan; y también sufre sus momentos de incomprensión, incominucación con el resto del mundo.
Pero claro, hay truco: y es que al final, por muchas dimensiones que despliegue; por mucho discurso de cine dentro de cine y cantos de amor/odio a Hollywood; por mucho freak… Al final de todo ello The Disaster Artist se reduce a un vigoroso grito de ánimo a seguir para delante, a luchar por lo que se desea. Y claro, eso mola. Y emociona, si encima lo protagoniza un personaje tan descacharrantemente entrañable como es Tommy Wiseau.
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Una joya: buddy movie metalingüística que, además de sacar a la luz la historia de la peor película de la historia, le rinde homenaje sincero y alarga su leyenda.