Crítica de The Grandmaster (Yut doi jung si)
Cinco años ha necesitado Wong Kar-Wai para llevar a cabo su biopic sobre Ip Man, experto en artes marciales y todo un héroe chino-hongkonés tanto por la promoción del estilo Wing Chun y de la filosofía que lo rodea, como por haber sido maestro de Bruce Lee. Cinco años en que los cineastas Wilson Yip y Herman Yau han tenido tiempo de estrenar hasta cuatro entregas de una saga basada en el mismo personaje (e incluso se ha llegado a emitir una serie sobre él en la televisión china; ésta es difícil de conseguir, pero la franquicia cinematográfica arrancada con Ip Man está parcial o totalmente comercializada por estos lares). Y menos mal: entre el mito que rodea a los acontecimientos reales de la vida del Gran Maestro, y el desinterés del de Deseando amar por presentar su biografía de manera canónica, algo de información previa se antoja necesaria para no perderse en el sensorial mundo de artes marciales, historia China, disertación filosófica y costumbrismo que supone The Grandmaster… O quizá no, si se acepta (y es una teoría) que lo que menos le ha interesado al hongkonés a la hora de afrontar el proyecto ha sido, precisamente, su argumento.
Porque si hubiese que buscar un eslogan para definir su última y ambiciosa propuesta, los tiros irían por algo así como el triunfo de lo estético. Una pelea entre varios combatientes, en una calle iluminada por la luz de la luna y bajo una lluvia intensa, abre la función y pone en evidencia dos cosas: por un lado, que hace cinco años Matrix seguía estando de moda pero que se podía llevar su estilo a un extremo que pareciese hacer burla de los Wachowski (muchos de sus planos y el abuso de ralentíes son calcados, si bien en no pocas ocasiones los mismos se emplean para remarcar lo exagerado de la pelea); y por otro, que se presenta un espectáculo (de más de dos horas) donde el sentido más agradecido va a acabar siendo la vista. En seguida, WKW se obsesiona con detalles preciosistas: luminosas gotas de lluvia que se quiebran a velocidad hiperlenta en el hala del sombrero que lleva el protagonista del combate, pies que crean pequeños maremotos en los charcos cada vez más cuantiosos, puños que estallan en rostros, miradas… encontradas sensaciones para un espectador harto de bullet time pero a su vez deseoso de reencontrarse con el estilo sobradamente conocido del cineasta.
Y la esperanza tiene recompensa. Concluido el semifreddo combate inicial, el espíritu de Neo desaparece casi de manera definitiva de la pantalla (y de la memoria colectiva) cediendo su sitio a una acumulación desbordante de planos, o directamente fotogramas que cuentan por sí solos como obras de arte. El director despliega su inconfundible estilo y The Grandmaster se desprende de inmediato de la etiqueta de cine de artes marciales para hacerse con una mucho más golosa para el público: esto es 100% Wong Kar-Wai. Emociones soterradas y sutiles desarrollos de personajes reclaman su protagonismo en una cinta que se encauza rápidamente por un canal de trascendentales costumbres, simbología y filosofía, apuntalado con una cantidad de recursos visuales, marca de la casa, abrumadora. Aquí y allá, los ojos del espectador se empachan de barrocos escenarios por donde la cámara se mueve suntuosa, o en los que se esconde como espiando momentos íntimos de los personajes principales. De la oscuridad inicial se da paso a una explosión continua de colores y detalles, de primeros planos y ralentíes que esta vez ya no pueden confundirse con productos mainstream. Hasta las siguientes (y numerosas) peleas, todas ellas coreografiadas con exquisitez, parecen olvidarse de los titubeantes recursos iniciales, si bien sigan suponiendo lo más endeble de la producción; y es que la sombra de Zhang Yimou y de Ang Lee es alargada…
Pero decíamos al principio que éste es el triunfo de lo estético, lo cual tiene su contrapartida. Porque por muy sensorial y etérea que se ponga, en algún momento u otro debe proseguir en la narración de la historia de Ip Man, lo cual incluye entre otras cosas el conflicto chino-japonés. Mucha tela que cortar (recordemos: cuatro películas y una serie de televisión circulan en paralelo) y de difícil combinación con el desinterés por la narración que parece reconocer abiertamente WKW, a quien no le importa olvidarse durante muchos minutos del personaje principal para desarrollar ramificaciones argumentales que pasaban por ahí. El resultado es un argumento que avanza a trompicones, recurriendo a voces en off de manera puntual, luego a textos que sustituyen importantes elipsis, a saltos hacia delante y atrás en el tiempo… un eclecticismo propio de quien quiere guiarse más por estímulos que por acontecimientos. O de un trabajo arrastrado durante tanto y tanto tiempo.
Sea como sea, los muebles se salvan, hasta el punto de que aun siendo alérgico a las artes marciales, aun temiendo los habituales tempos del cine oriental, el espectador puede disfrutar tranquilamente de un auténtico festival para la vista. Seguramente The Grandmaster sea una auténtica mediocridad a nivel narrativo, una nulidad a nivel emocional, pero técnica y formalmente es una obra maestra de rabiosa personalidad, tan mutante como orgullosa de sus mil y un estilos (atención a la pelea en la estación de trenes, de un kitsch deliciosamente empalagoso). Y sobresaliendo por encima de todos ellos, la clara firma de un autor que pese a lo que podría parecer, y pese a las ambiciones de la producción en sí, no se ha doblegado a lo comercial, manteniendo intactas sus manías. Bienvenidas sean.
7/10
Totally agree con la crítica :D
I knew it ;)
No, espera, dígase con voz de Chandler: Lo sabbbííííííaaaaah