Crítica de The Great – Temporada 2 (Prime Video)
Hay una cosa aún mejor que regodearse en la miseria de los que son más miserables que uno mismo (personajes de ficción, se entiende, que no somos unos desalmados): hacerlo en las de los que presuntamente son más afortunados que nosotros. Qué gracia tiene meterse con los desfavorecidos comparado con el gozo cochino que genera el ver cómo esa estrella planetaria está enganchada a los barbitúricos o descubrir que ese ídolo de masas guarda un montón de esqueletos sexuales en el armario. Las obras de ficción basadas en este esquema de envidia/venganza moral siempre han sido, obviamente, abundantes. Los ricos también lloran, me temo. Pero el resto nos reímos de su desdicha.
Entra Catalina la Grande.
Orquestada por el dramaturgo Tony McNamara The Great se reveló ya en su primera temporada como una digna seguidora de La favorita, estupenda sátira cortesana -dirigida por Yorgos Lanthimos- que se convertía en su más celebrado guion. Como si el británico se hubiera quedado con ganas de pocilga aristocrática regresaba a instancias palaciegas para narrar la llegada revulsiva de Catalina a la corte de Pedro III de Rusia en 1744, una bacanal descontrolada y salvaje regida por un sátrapa tarambana y sádico. O por lo menos así aparece en la serie, rica en cafradas y momentos de humor negro, siempre basados en las extravagancias de una corte demencial y decadente, sumida en una barbarie aristocrática descontrolada, en el libertinaje, el sexo loco y la violencia descerebrada.
El corazón de aquella primera temporada fue, sin embargo, la relación entre sus dos abrasivos protagonistas, interpretados por unos notables Elle Fanning y Nicholas Hoult: ella, una esforzada idealista de ideas progresistas, pretensiones ilustradas y tics pacifistas destinada a liderar una revolución antipatriarcal aun estando alejada, sin saberlo, de la heroína feminista sin mácula. Él, un cabeza hueca bruto pero entrañable, un carismático sádico despreocupado que se rige a ratos por sus caprichos y a otros por su nula empatía hacia la vida de sus súbditos. Ese choque casi propio de la comedia screwball y construido sobre los binomios barbarie vs ilustración y violencia vs conocimiento se acentúa en una segunda temporada en la que ella, preñada de un bebé común destinado a heredar el trono, toma posesión del país llegando a un acuerdo con Peter que los pone en una nueva e interesante relación de poder y en un nuevo espectro en la política del escarceo antiamoroso.
Por lo demás, buena noticia, todo se mantiene más o menos igual que en la anterior campaña: siguen las intrigas monárquicas en guiones afilados, llenos de ocurrencias macabras, líneas de diálogo envenenadas y momentos de farsa aristocrática casi anacrónica: orgías, comportamientos supersticiosos y supercherías paracientíficas, jornadas de caza descontroladas y fiestorros diversos. Las interpretaciones -incluyo a Phoebe Fox, Douglas Hodge y Adam Godley- rozan la excelencia y la realización, precisa y puntiaguda, se apoya en una recargada reconstrucción que captura el barroquismo decadente de una corte fuera de toda mesura y control que termina desembocando casi siempre en la tragedia bufa. Justo lo contrario a esta serie: gozosa pero perfectamente calculada. La mejor costume comedy, si es que existe el término, del momento. Huzzah!
Trailer de The Great
The Great: la corte, qué cómica
Por qué ver The Great
Un más y casi mejor es lo que se trae consigo esta segunda temporada de The Great, sátira palaciega, por igual elegante y bestia, centrada en la relación de apasionado amor/odio de Catalina La Grande y Pedro III de Rusia