Crítica de Macbeth (The Tragedy of Macbeth, 2021)
Nadie dijo que fuera a ser fácil. El hype estaba por las nubes, y con razón: Joel Coen por primera vez en solitario, adaptando nada más y nada menos que Macbeth, acaso la obra de Shakespeare que más ha sido revisada, con permiso de ciertos amantes de Verona. Con A24 manejando el cotarro, para mayor inri; y dejando ver un material promocional para la salivación. Blanco y negro, cuatro tercios, repartazo y candidaturas a premios gordos. El dramaturgo se presta a mil y un posibilidades en su salto a la gran pantalla: no hace falta echar demasiado la vista atrás (todas las críticas de este film mencionan, obviamente, a Welles) para verlo convertido en una película, digamos, acorde a los tiempos (las de Kenneth Branagh), renovado a fondo (Baz Luhman), o tomado de excusa para una virguería audiovisual (otro Macbeth, el de Justin Kurzel). Y Joel Coen ha hecho de todo ello un poco con su The Tragedy of Macbeth, dando como resultado una película tan infinita como compleja.
Con un todopoderoso Denzel Washington en el rol principal y una no menos perfecta (sorpresa) Frances McDormand como Lady Macbeth, el hermano ¿bueno? de los Coen propone una adaptación casi literal de la obra original, por vía de un guion en verso que, como único cambio, se permite hacer recortes aquí y allá en aras de un metraje razonable (y más que agradecido: hora y cuarenta dura la película) y, por tanto, un tempo algo más cercano al lenguaje cinematográfico. Si no es nuevo eso de que los actores ardan en deseos de ponerse a prueba recitando a Shakespeare en el teatro, Macbeth es, probablemente, lo más parecido en cine. Y ya digo, el trabajo actoral es apabullante. Como apabullante es la labor de Coen a la dirección y de Bruno Delbonnel a la fotografía. Y es que no hay plano, no hay segundo que no suponga toda una masterclass de cine. Macbeth es agotadora, ciento y poco minutos que pesan como si se hubiera corrido una maratón, pero porque exige una atención constante para gozarla como se debe.
Con virtuosismo al alcance de muy pocos, Joel Coel consigue componer una película visualmente alucinante, un recordatorio constante de cuán grande es el séptimo arte, pero sin que la atención se desvíe un ápice del devenir de su trama. El diálogo, prácticamente sin tregua, imprime un ritmo martilleante (ojo, dentro de la prácticamente total ausencia de acción; a ver si vais a pensar ahora que estamos ante una película de acción) y se adueña de la función sin posibilidad de duda. Y sin embargo, en cada fotograma hay un torrente de detalles expresivos que juegan con la iluminación, la perspectiva, el fondo o con el escenario entero, haciendo de todo ello una obra de teatro pura y dura pero que se antoja irrealizable en el escenario. Y una película que, a su vez, busca esconderse de su propia razón de ser para otorgar todos los focos a la obra original. Imposible. Brutal.
Un espectáculo brutal pero, insisto, exigente y agotador a partes iguales. Esta Macbeth es quizá la versión que más pueda poner a prueba la paciencia de propios y extraños, al estar en las antípodas del cine más habitual. La complejidad de su obra original (requiriendo además un extra en la comprensión lectora de los subtítulos), el carácter introspectivo de la misma y su consiguiente parquedad en acontecimientos, por un lado. La necesidad de tener el cerebro y los sentidos siempre alerta para recoger todo el torrente de estímulos que lanza la pantalla, por el otro. Y, por qué no reconocerlo, el desapego de una película que no genera el menor atisbo de calor emocional (en lo que, me temo, es el único error de cálculo y de peso de toda la propuesta). Todo ello requiere de sacrificio por nuestra parte, ampliamente recompensado eso sí, por una propuesta única. Una obra de arte sin paliativos para la que un único visionado se antoja insuficiente. Una obra maestra, en fin, para quienes aún contemplen el cine como una expresión artística tan elevada como cualquier otra. Increíble.
Trailer de Macbeth
Macbeth: esfuerzo con recompensa
Por qué ver Macbeth
Joel Coen se separa por primera vez de su hermano, para adaptar Macbeth una vez más. ¿Era necesario? Habida cuenta de la joya cinematográfica que ha resultado, de esas obras de arte que escasean en la historia del cine, definitivamente sí. No es una película fácil, no tiene los ritmos habituales… cuesta. Pero el esfuerzo se ve ampliamente recompensado.