Crítica de The Trip

the trip

La falacia del bon vivant. Si alguien cree que, tal y como está el mundo, aún caben celebraciones puras del hedonismo, homenajes despreocupados a la propia persona vía estómago, apoteosis del banquete opíparo y la ambrosía etílica, está equivocado, parece ser. Sí, aún cabe el disfrute de los placeres gastronómicos en el cine, pero ahora parece ya un contenedor para el derrotismo crítico de la mediana edad y el autocuestionamiento de un mundo en crisis. Uno no puede irse a hacer una ruta vinícola con Paul Giamatti y Alexander Payne sin replantearse su sistema de afectos, y tampoco puede confiar en la infalibilidad cómica de dos bestias del género esperando que estas no le vayan a morder la yugular como abre bocas entre el hors-d’œuvre y la tostadita de salmón en papillote. Steve Coogan y Rob Brydon parecieron no tener suficiente con la serie televisiva que capitalizaron (ellos y su mapeado británico del buen yantar) a costa de Michael Winterbottom; y ahora repiten en formato largometraje con el realizador más ecléctico del norte de Albión, que los arranca directamente como pareja de aquella anterior y muy flamboyante Tristram Shandy: A Cock and Bull Story.

La premisa es esa, y las consecuencias, las de más allá. Irse de puta parranda gastronómica en pareja hetero, cebarse como gorrinos de recebo amarrados con collares de perlas, chotearse de la humanidad con los capilares de las mejillas reventados y, sin embargo y al final, profundizar en las relaciones personales más intensas, en los recodos más dolorosos que nos reserva la vida. Y es que esto empieza casi in media res, sin a penas molestarse a desplegar introducciones, y se presenta pronto como un viaje de dos colegas de profesión que, vivencia arriba vivencia abajo, se interpretan a si mismos. Coogan, actor total, cómico de altos vuelos, es poco ajeno a los falsos documentales, a la confusión entre realidad y ficción, al desnudo insensato de su propia imagen, o de la imagen que el público se ha hecho de él. Brydon es un imitador brillante, pero eventualmente insoportable.

Ambos hablan sobre sus carreras, sobre sus logros pasados y, glubs, sobre sus probables batacazos futuros. Abren diálogos entre ellos y con sus propios yoes, a veces sinceros, otras esquivos y autoindulgentes, otras simplemente cóncavos y gilipolliles. Y trazan en esta suerte de híbrido orgánico entre el reportaje culinario, la road movie, el viaje metafórico y el jugueteo metalingüístico un nuevo examen del fracaso, la soledad, la crisis personal, el paso de los años, la desaparición del concepto oportunidad, la necesidad de huida física (el viaje en coche, a grito pelado el The Winner Takes It All de Abba) y escape emocional de uno mismo (la insistente utilización de imitaciones y suplantaciones de otras personas, por cierto más exitosas). También de la amistad masculina, la necesidad de afecto, la camaradería. Pero especialmente de las primeras cosas, escondidas bajo capas de narcisismo, pero acechando irremediablemente, recordando a cada momento la imposibilidad de eludirlas.

Peliculilla aparente, experiencia de hondo calado real, amarga y melancólica. Muy british, muy jodida, e inevitablemente descojonante, The Trip podría no apostar por la sutileza visual, la precisión escénica y la delicadeza de la partitura de Michael Nyman. Podría avasallar con un aparato formal más salvaje, con una capacidad simbólica más apabullante y planos generales preciosistas más acordes a los de un panfleto turístico inglés. Pero entonces sería otra cosa, mierda menos rigurosa, narrativa menos honesta. Entonces no sería un sencillo, elegante pero semipunki, poético cuento para adultos. Un viaje sarcástico, mordaz, irónico y a ratos casi hiriente que ensancha la boca de buenas a primeroas y sin que uno se de cuenta, zas, le deja los premolares a la vista durante demasiado rato, durante un momento de rictus gélido.
Cosa seria. Nunca un tatin supo tan amargo.

7’5/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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