Crítica de The Witcher 3: Wild Hunt. Blood and Wine (PC, PlayStation 4, XBox One)
La trilogía de The Witcher echa el cierre, finiquitando la aventura con una segunda expansión a su última entrega. Desde que Wild Hunt, el juego madre, nos sacudiera las vértebras y nos masajeara las córneas en su sonadísimo lanzamiento hemos estado un año cabalgando al lado de Geralt de Rivia. Acompañándolo en su periplo mágico-aventurero-político y ensalzando la obra magna del estudio polaco CD Projekt Red hasta el trono de GOTY. O casi: para quien esto firma sólo Bloodborne fue capaz de toserle al brujo en 2015.
Pero hay algo en lo que Geralt puede mirar por encima del hombro a Miyazaki y los suyos. Y eso es la extensión y, por ende, la complejidad narrativa. Si ya le echamos horazas a Wild Hunt, explorando todos sus meandros argumentales, y sumamos otro par de noches en vela con Hearts of Stone, el primer DLC, con Blood and Wine la cosa se desmadra. Esto es un DLC que no parece un DLC, una extensión más larga que muchos juegos autónomos. Más larga y, afortunadamente, bastante más rica y compleja.
Porque Blood and Wine no suelta el pedal respecto a lo visto anteriormente en absolutamente ningún aspecto: el argumento baraja distintas capas de complejidad en función de cada rama narrativa, donde algunas derivaciones tienen más peso y otras son más accesorias, pero en ningún caso descuidadas. Las influencias temáticas y estéticas siguen partiendo de la creación original del escritor Adrzej Sapkowski para entroncar con diversas ramas del folklore mitológico europeo. Los personajes siguen estando muy trabajados, alejados de los arquetipos de los que parten, y las líneas de diálogo rozan similar nivel de excelencia y trabajo de subtexto. Pero todo esto ya lo sabíamos.
Como novedades, Blood and Wine nos regala una nueva zona, una enorme extensión explorable, esa Toussaint que de nuevo rebosa belleza paisajística y magia campestre. Terreno de una radiante belleza que choca frontalmente con la podredumbre social, con los giros escabrosos que depara la trama y con las repelentes incorporaciones a la fauna local, un nuevo elenco de bestias y seres hostiles. La exploración y el roleo incorporan algunas nuevas mecánicas y los jugadores que estén pendientes del fashion brujil estarán contentos con un puñado de customizaciones disponibles. Además, CD Projekt Red ha aprovechado para lavarle la cara a los menús y ha subsanado uno de los mayores problemas del juego original, una de las patas de las que más cojeaba: la organización del inventario es ahora mucho más cómoda y estructurada. Y por extensión la parte RPG resulta más intuitiva y dinámica.
Con todo, y sin quererse mojar demasiado, el estudio asegura no haber cerrado definitivamente la puerta al mundo de The Witcher. Pero con Cyberpunk 2077 en camino tampoco parecen muy por la labor de seguir explotando el filón. Tendremos que quedarnos con los últimos compases de Blood and Wine como provisional coda final. Y con ella guardaremos en la memoria de nuestras papilas el sabor metálico de la sangre y el dulzor de la sensación de haber asistido a una expansión como deberían ser todas: intensa, rica y muy poderosa.
Gameplay de The Witcher 3: Blood and Wine
Crítica de The Witcher 3: Blood and Wine
Por qué viciarte a The Witcher 3: Wild Hunt. Blood and Wine
Segunda expansión de The Witcher 3 y probable conclusión de la saga que deja un amargo sabor de boca. Pero no por su calidad, todo lo contrario: es una prolongación tan lograda en todos los sentidos, que duele hacerse a la idea de su conclusión.