Crítica de There’s Something in the Barn
No avanzamos. Y mira que damos pasitos para seguir hacia delante, pero al final acabamos tropezando con la misma piedra una y otra vez. Poco importa que aparezcan por aquí y por allá propuestas arriesgadas, atrevidas o innovadoras en lo argumental o lo formal. Películas que pretendan sacar a su público de su zona de confort, apabullarlo audiovisualmente, plantearle nuevas preguntas o, simplemente, demostrarle que aún hay espacio para la originalidad en el cine. Tarde o temprano llegará la película que haga todo lo contrario, y recibirá una atención mucho mayor. Valga como ejemplo el festival de Sitges 2023, donde hemos visto títulos que reinventan el género vampírico para hablar de un coming of age en el seno de una familia afectada por una enfermedad (la muy apreciable En attendant la nuit), o que usan la figura del hombre lobo para enarbolar una crisis existencial marcada por la pérdida del padre y el racismo de la América profunda (la fallida, pero voluntariosa, Blackout). Ninguna de ellas hace sold out de entradas, y a duras penas cuentan con distribución internacional. Ni hacen el ruido que hace el enésimo refrito, prácticamente fotograma a fotograma, del cine ochentero. Con su nostalgia del todo a 100, su humor y valores blanquísimos, y su total y absoluta complacencia. Y si encima sitúa su acción en épocas navideñas, el éxito se ve venir desde lejos.
There’s Something in the Barn es la historia de una familia de norteamericanos que se muda a Noruega, tras haber recibido en herencia un casoplón con un granero en el que parece haber algo. En concreto, un gnomo lugareño de malas pulgas. Ante la dificultad de la familia por hacerse con el lugar y sus habitantes, el más pequeño se marca unos E.T. con la criatura, a la que todo le parecerá bien siempre y cuando, cual Gremlins, se tengan en cuenta ciertas reglas. Reglas que, claramente, el resto de familiares no cumple porque entre otras cosas, como en Mi amigo Mac, nadie cree al chaval cuando este avisa de la existencia del gnomo. Y luego se lía, como en Solo en casa o Critters o, de nuevo Gremlins… Y así hasta volver a poner en evidencia el daño que ha hecho Stranger Things al panorama ¿creativo? actual.
No es que la película que dirige Magnus Martens y protagoniza Martin Starr no funcione: algunos gags están especialmente logrados, es vistosa, el ritmo es ágil… y cierto es que cada película requiere de un determinado estado de ánimo. No tiene sentido andarse con demasiadas exigencias, se viene a pasar el rato y ya. Pero es un calco que apesta demasiado a mal reciclaje. Y como tal, sólo puede generar dos opiniones enfrentadas: o se le ríe la gracia sin poner a trabajar una sola neurona, o se hace exasperante por, justamente, atentar contra las neuronas de quienes lo hubieran intentado. No hay absolutamente nada que sorprenda a ninguno de los niveles: argumentalmente no sería de extrañar si hubiese quien quisiera acusarla de plagio (sin ir más lejos Unwelcome, vista en Sitges 2022, es exactamente igual pero con leprechauns en vez de gnomos, pero claro: quien esté libre de pecado…); visualmente es irreconocible; la banda sonora bascula entre hits navideños y el habitual acompañamiento de thrillers de terror familiar. Literalmente, lo único que la distingue de cualquier otra fotocopia es el bicho. Y es que parece que a esto se ha reducido esta clase de películas: a contar lo mismo de siempre, pero jojojo, ahora ponemos a un gnomo en lugar de un leprechaun. Pues vale.
Por aquí somos de pensar que presentar semejante propuesta tras más de cien años de historia de cine, y en un momento en que se puede hacer lo que se quiera con una cámara y un ordenador potente; peor aún: presentar semejante copypaste en un momento tan delicado para la creatividad, con la IA amenazando con escribir guiones sin necesidad de mente creativa alguna; hacernos perder el tiempo así es una falta de respeto al espectador. Pero ahí está su público (y su crítica), sempre fi, siempre con ganas de que el año siguiente llegue la misma película, otra vez, pero cambiando a los gnomos por, no sé, ratones de ordenador asesinos, huesos de aguacate gigantes u hojas de abeto afiladas. Estas cosas matan al cine.
Trailer de There’s Something in the Barn
There's Something in the Barn: Pan y circo
FOMÓMETRO
Insultante refrito de títulos que nos sabemos de memoria, en forma de comedia de terror familiar con una invasión de bichos a la casa de una familia de americanos. Ya la hemos visto mil veces, y en la mayoría de casos, mejor que este insultante ejercicio de repetición.