Crítica de Thérèse
Pues menos mal que alguien a este lado de los Pirineos ha decidido rascarse el bolsillo para hacer justicia y saldar una de aquellas deudas pendientes con el cine europeo que se arrastraba desde tiempo ha: 24 años llevábamos esperando «Thérèse», obra maestra de Alain Cavalier que cuenta, muy a la suya, la vida y milagros (entiéndase no literalmente esto último) de la hermana Teresa de Lisieux. O Santa Teresita del niño Jesús, como se prefiera.
Uno que no es muy versado -mucho menos interesado- en cuestiones teológicas no pasa del conocimiento que le pueda ofrecer la culturilla popular estándar -no me jacto de ello- o, en su defecto, Wikipedia. Os remito directamente a la Gran Enciclopedia Falaz del Conocimiento Ciberespacial para profundizar más en su figura o, mejor aún, catar esta pequeña -tanto como maravillosa- golosina de auteur.
Y es que Cavalier decide no biografiar de modo convencional, qué menos, y opta por una especie de documento minimalista, retrato de la ascética vida monjil y de los entregados deseos de la Santa, dechado de humildad y virtud cristiana. Carmelita, para más señas.
Y como lo contrario no habría procedido, el autor imbuye su retrato en ese misma parquedad (expositiva) que se le presupone al hábito: Cavalier esqueleta su película haciendo uso de una serie de ososas estampas, delimitadas por fundidos a negro, que representan mínimas unidades de sentido; algunas con continuidad, otras totalmente aisladas. Vamos, que fotografía momentos, estados espirituales y sentimentales muy concretos y que se explican por sí solos sin más apoyo que el detalle de los gestos, la mirada y los silencios.
Y esto tomadlo de modo literal: la puesta en escena de «Thérèse» resulta totalmente asépica y minimalista. La escenografía es casi teatral -a menudo en el plano aparecen los personajes en cuestión y un mueble o un elemento de atrezzo aislado-, con un fondo neutro, casi de estudio fotográfico. Especialmente con una fuerte tendencia pictórica, como de retablo. Sin música y sin ningún tipo de artificio formal. El resultado es inapelable: aquí lo que manda es la evolución, la acción y la reacción del personaje. La caligrafía de los sentimientos y las tomas de decisiones.
Importa «terrenalizar» la santidad para acercarla a la medida humana y catapultar a Teresa aún más alto: allá donde respiran los personajes de carne y hueso, tridimensionales. Reales. Porque al fin y al cabo Teresa es una persona humana: una joven con anhelos, ilusiones y dudas. Y es en este caldo de cultivo donde se introduce el recurso dramático tradicional del relato religioso: el siempre interesante binomio de sacrificio y devoción. Y todo lo que chorrea de ahí: las contradicciones de la vida en clausura, esa cierta hipocresía inconsciente, el violento choque de planos vitales (entre las circunstancias de una joven a priori «normal» y el camino que ha elegido en realidad) producido por el inevitable alejamiento de la monja con «la vida real», etc. Todo es tratado con increíble puntería y con desarmante concisión.
Pero «Thérèse» no es una película que navegue en solitario por las aguas de las historia del cine de trasfondo religioso. Las comparaciones y las miradas al pasado surgen con facilidad, y con la de Cavalier le vienen a uno a la mente las grandes películas de, en plata, monjes y monjas. Y es que «Thérèse» puede compartir misa sin rubor con el «Francisco, juglar de Dios» de Rossellini; o con el «Diario de un cura de campaña» de Bresson. Aunque a quien menta casi abiertamente es a Dreyer, en general y en concreto: especialmente aparece en el fondo de retina el de «La pasión de Juana de Arco». Sí, corte de pelo de Falconetti incluido.
En resumidas cuentas el de Cavalier es un ejercicio de perfecta síntesis que no por ello (demonios, precisamente al contrario) renuncia a la profundidad, a la complejidad humana, y que paradójicamente termina resultando desparramadamente bello y suntuoso.
Los cazadores de rarezas que no deberían ser tal, de triunfadoras de Cannes desaparecidas, y los que tengan fe en maneras distintas de alcanzar la emoción cinematográfica, ni pensárselo.
8’5/10