Crítica de Tiana y el sapo

«Tiana y el sapo» es un retorno en toda regla a un Disney que parecía ya perdido en la noche de los tiempos digitales, tras el establecimiento del 3D como principal vía de expresión para el cine animado.

Así que la gente de la casa del ratón orejudo lo ha tenido muy claro en esta ocasión; no sé exactamente con qué motivo, pero han querido hacer una película Disney («Clásicos Disney» los llamábamos en aquella época) como no se veía, probablemente, desde «Mulan». Esto es, chica, chico, números musicales y triunfo del amor, todo en 2D.
Y los ingredientes están todos: ya se abre la película con una estrella brillando en el cielo y la idea de que se le pueden pedir deseos, declaración de intenciones donde las haya. Y desde ahí se nos empieza a contar la historia: una niña de color de familia modesta, Tiana, juega con su «amiga de buena familia» Charlotte y sueña con montarse un restaurante de éxito propio. Primera ración de valores positivos: para lograr su sueño,  una Tiana ya crecidita se desloma a trabajar como camarera mientras va ahorrando, cual cigarra, penique a penique todas sus propinas.
Paralelamente, Naveen, príncipe arruinado y caradura, llega a la ciudad para casarse con la primera ricachona que se le ponga a tiro (léase Charlotte) y asegurarse el día. En ello ve el Dr. Facilier, un nigromante experto en vudú, su oportunidad para engañar al príncipe y convertirse en el hombre más rico de la ciudad, por lo que, ardid mediante, termina convirtiéndole en rana y suplantándole por Lawrence, ayudante del propio Naveen.
Tras una frustrada fiesta de disfraces, Naveen sapo confunde a Tiana por una princesa y la convence para que rompa el hechizo besándole, pero lo único que consiguen es transformar a la chica igualmente en rana. El resto os lo imagináis: aventuras para toda la familia de un par de batracios que deben detener los planes del malvado en cuestión, recuperar su forma humana, hacer aliados de diversa índole animal y enamorarse el uno del otro por el camino.
Nada original en su fondo. Pero es que de eso hablaba: nadie pide a «Tiana y el sapo» que contenga argumentos revolucionarios ni expanda las fronteras del cuento clásico infantil (más allá del ligero giro que dio E. D. Baker al popular de los hermanos Grimm). Al contrario, reconforta esa estructura tan rematadamente previsible y esos giros vistos a minutos de distancia.
El auténtico acierto pues, más que en el fondo, está en la forma: los directores John Musker y Ron Clements tienen la audacia de ambientar su relato de príncipes encantados y princesas-de-la-noche-a-la-mañana en un contexto aún inexplorado para ellos, y por qué no, para el resto de producciones de animación familiar.
Así, la acción de «Tiana» se desarrolla en un Nueva Orleans años 30 empapado de swing y de jazz. Muy idealizado, eludiendo los aspectos más sórdidos de la pobreza -esto es cine de buen rollo-, pero con un encanto innegable. De todo ello resulta una factura visual muy atractiva (ayudado por una técnica de animación ya perfecta) que pasa por el estilo Disney más «de toda la vida» en los diseños y por la depuración de decorados que logran atmósferas muy logradas: la luminosidad de la ciudad y el lujo de las mansiones dan paso en cierto momento a los claroscuros y brumosos pantanos de Louisiana.
Y en mi opinión este es uno de los fuertes de la película, la caracterización de ambos ambientes. Si la ciudad está poblada de trabajadores, burgueses, nobles y pobres, la zona más salvaje está habitada por todo tipo de fauna pantanosa, ya sea animal (insectos variados, serpientes y por supuesto los omnipresentes gators -uséase, los caimanes-) o humana (los tramperos, muy divertidos, o la aún más hilarante bruja vudú). Es en estos momentos en los que la ambientación se enrarece, el aire se hace más pesado y del swing y el jazz pasamos al bluegrass, al rock sureño, al primer blues, al soul e incluso al gospel.
A este respecto, hay tres o cuatro números musicales realmente admirables: el primero que nos llama la atención es el que sirve como carta de presentación del Dr. Facilier. Este trasunto vudú del Jafar de «Aladdín» presenta sus más oscuras intenciones en un número musicalmente brillante y visualmente espectacular, donde se combina imaginería de magia negra, cartas de tarot, visiones psicotrópicas, vapores tóxicos y el choque visual de oscuridad y fosforescencias. Recuerda hasta cierto punto al número de Oogie Boogie en «Pesadilla antes de Navidad», pero con ungüento milagroso de por medio.
El momento Facilier deja el listón muy alto respecto al resto de números musicales, y realmente no se llega a superar, pero le sigue de cerca alguna que otra canción posterior, especialmente el estupendo tema gospel que implica a la vieja sacerdotisa Mamá Odie.
Vamos, que Disney ha querido romper una triste tradición y finalmente se ha lanzado con su «primera princesa negra». Hay mucho blanco suelto (Charlotte sin ir más lejos), pero el foco de atención está en la comunidad afroamericana, que solían ser (por lo menos así se nos muestra) los que se rompían el costillar a trabajar, los que pasaban auténticas penurias económicas, pero nunca perdían la alegría de vivir. Los que hacían turnos dobles y luego siempre tenían una sonrisa en los labios para sus hijos.
Sí, a mí también me suena a buenrollismo familiar, pero es que eso es lo que hay. Como debe ser (como esperamos que sea), pese a su envoltorio funky la película está impregnada de ese conservadurismo marca de la casa, ese que tiene el matrimonio como único fin y objetivo soñado, ese que hace que el amor nos convierta a todos en príncipes y princesas.
El tipo de conservadurismo que transmite la idea de que «todo en América es posible si lo deseas con fuerza y se lo pides a la Estrella del Norte, aunque seas un caimán que quiere tocar la trompeta», [SPOILER] ese en el que el malo siempre acaba mordiendo el polvo (especialmente si, ejem, confía sus poderes a ritos paganos)[fin del SPOILER]

 

En resumen, que tras los semifracasos tridimensionales de Disney al margen de Pixar («Dinosaurio», «Chicken Little» o la algo más rentable «Bolt«), la casi-todopoderosa productora vuelve al 2D que abandonó en el 2004 tras «Zafarrancho en el rancho».
«Tiana y el sapo» está muy lejos de sus últimos grandes logros («La sirenita», «La Bella y la Bestia», «Aladdín» o «El rey león») pero resulta una notable comedia musical familiar con sus dosis justas de aventura trepidante, amorío almibarado pero sin pasarse y valores tradicionales. Clasicona pero con un toque actual, divertida, visualmente atractiva y muy bien interpretada en su apartado «voces».
Si se entra en su tónica, encantadora.

7/10

Sending
User Review
0 (0 votes)
Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

Te puede interesar...

Comentarios

  1. Hombre, que la acabo de ver con mi esposa y es de los mas divertida, y sobre todo la musica… que musica… ME ENCANTO!

    PD: Comparemos al principe de Blancanieves, soso e idealizado, con el principe de esta pelicula, un hijo de su…….

  2. Ufff… pues no hace tiemop que vi esta peli…

    Pero sí, está francamente bien, por encima de la media de los últimos productos Disney. Y eso es principalmente gracias a su estupenda banda sonora y a ese ambiente tan de blues de Louisiana. Tienes más razón que un santo, tío!

    Saludos, Leonel!!

Escríbenos algo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más en Animación