Crítica de Titane
Pocas veces veo una película y la dejo reposar tanto antes de ponerme con su reseña. Soy plenamente consciente de que a muchas propuestas, conforme se piensa en ellas, se les encuentran detalles, matices, aunque nunca tanto como para cambiar mi opinión en líneas generales de ella. Pero luego está Titane. La nueva película de Julia Ducournau viene con la Palma de Oro de Cannes bajo el brazo. Cosa buena. Y sin embargo, durante su visionado me estuve planteando muy seriamente abandonar la sala, como hicieron varios espectadores, por cierto. Pero también es verdad que si no lo hacía, era porque la encontraba fascinante. Desagradable y hermosa. Chichuda y digna de pitorreo. Necesaria y capricho de una cineasta con ínfulas. Y pasa el tiempo, y sigo igual. Soy incapaz de decidir si Titane me ha gustado o no. Pero lo que no le voy a negar es que me tuvo agarrado por los machos desde sus primeros compases. Entre la incredulidad (en no pocas ocasiones nos permitimos sonoras risotadas, que en verdad eran más bien puntuales válvulas de escape) y el éxtasis, me llevó en un suspiro hasta los títulos finales. Ni le voy a negar su capacidad para sacarme totalmente de mis casillas, dándome algo que ni me esperaba, ni por lo visto estaba plenamente preparado para digerir. Y estoy seguro de que estas sensaciones, que a día de hoy me sigue transmitiendo la película, son exactamente las que buscaba la directora.
Titane es salvaje porque no puede no serlo. Porque tiene, entre ceja y ceja, algo que decir, y lo quiere decir de la manera más impactante. Como ya ocurriera con su anterior y acaso menos lograda propuesta, Crudo, la francesa habla de un temas tristemente muy reconocibles, aunque los exponga por vía del cine de género. En aquella ocasión, una chica afrontaba las dificultades de empezar la universidad, de descubrirse a sí misma, de tratar de sacar a relucir su identidad… y la metáfora era el canibalismo. Ahora, otra chica pasa por una experiencia traumática (o varias de hecho) de aquellas que, por lo que pueda pasar en una sociedad con la que está en total desconexión, quiere ocultar aunque sea una locura intentarlo. Y Titane es, de hecho, esa locura. Toda ella, quiero decir: desde el acontecimiento desencadenante (que, aunque en este caso se ubique de nuevo en órbitas del terror y lo fantástico, no cuesta mucho asociar con algo real e igualmente terrorífico), hasta lo que ello supone para una chica que se ve obligada a todo para ocultarlo. Y hasta cómo la sociedad es capaz de transformarse y volverse aún más turuleta con tal de no reconocer lo que ha ocurrido. Lo que ocurre una y otra vez, pero se sigue tapando de manera ya esperpéntica. Un pez que se muerde la cola, y que en pantalla se traduce en una locura in crescendo que tortura sin parar a una chica que quiere gritar pero debe callar.
Dicho así parece que Titane sea de fácil comprensión, pero esto es sólo el envoltorio (y si alguien me dice que no van por ahí los tiros, seguramente tenga más razón que un santo). Julia Ducournau compone una película infinita, inabarcable. Cargada de lecturas, de personajes y situaciones de lo más ambiguos. Y a los que, cuando se les da algo de espacio, en seguida generan más dimensiones, abren puertas para que nos vayamos preguntando cosas, recorriendo laberintos lo más aprisa posible para no perdernos la siguiente pelota que la película nos lance a la cara. Porque no para. Si bien (y es de agradecer, la verdad) el impacto visual de su primer acto se reduzca en los siguientes dos, lo que nunca se detiene es su carga simbólica, su crítica constante, y el agarre al cuello de un espectador al que la respiración se le niega. Porque siente en sus carnes que el secreto cada vez cuesta más de ocultar. Porque ve inconcebible cómo, pese a todo, la mentira se sostenga de manera incluso ridícula (esas risas que comentaba antes). Porque a la protagonista le es negado prácticamente cualquier intento de ser ella misma, so pena de que todo se tuerza. Al menos, hasta que llegue la nueva carne. Digo, la nueva normalidad, eso.
Y lo mejor de todo es que, dicho todo esto, a lo mejor la Ducournau sólo haya querido hacer una grandísima broma y ahora mismo esté tumbada a la bartola en el sofá de su casa descojonándose de nosotros. Puede ser, o puede que yo haya interpretado algo que nada tenga que ver con quien quiera apoyar el peso de la película en la figura del hombre que se relaciona con ella inesperadamente. O que quien tire de otro hilo se quede con otra versión. No sé, pero de un modo u otro, Titane es una revolución que ha logrado traspasar las fronteras de los círculos no comerciales, llegando a llamar lo suficiente la atención como para que se hable de ella largo y tendido. Y con razón, porque a revolución puede con todo, y es capaz de dejar al Crash de Cronenberg (con la que rápido se la compara aunque a la hora de la verdad tarden poco en distanciarse) en paños menores. Es, en fin, una película obligatoria. Y lo digo sin saber si me ha gustado o no. Creo que Titane está muy por encima de eso.
Trailer de Titane (red band)
Titane: la revolución más salvaje
Por qué ver Titane
Julia Ducournau reta a propios y extraños con una película que ataca a la yugular desde las primeras de cambio mediante escenas duras e historia de difícil digestión. Pero que acaba suponiendo una revolución profunda por forma y, sobre todo, por fondo, hasta ser, a la postre, una cita ineludible para el espectador. Nos guste o no.