Crítica de Todos queremos lo mejor para ella (Tots volem el millor per a ella)
Mar Coll, aventajada exalumna ESCAC estrenaba hace tres (largos) años su opera prima, Tres dies amb la família, pillándonos a muchos por sorpresa y empezando ahí una carrera que le granjearía el reconocimiento crítico y popular, amén de algún que otro premio gordo (concretamente un Goya). No era el primero, ni el segundo, ni será el último debut nacional sorprendente y maduro, pero sí tenía esa película un algo que la diferenciaba de casi todo el resto. Un aire casi indescriptible, un savoir faire, una mano insospechadamente firme para tratar temas de una brutal cotidianía y convertirlos en materia de drama intenso pero muy calladito. Además de un afinadísimo olfato para retratar a -y dejar que se retrate- toda una clase social que muchos reconocemos y tememos, la denostada burguesía catalana. Para, a través de esa mirada social, arrojar también un buen chorretón de bilis calentita sobre las instituciones familiares.
Algo parecido ha hecho la realizadora en Tots volem el millor per a ella. En una suerte de movimiento de reafirmación autoral que, con sólo dos referencias largas, ha cimentado todo un ideario propio y un sistema de intereses narrativos. Un poco, grosso modo, Coll ha decidido repetirse, pero esta vez la fórmula viene corregida y aumentada. Y parte, obviamente, de unos principios argumentales distintos. Y si en aquella la figura de Nausicaa Bonnín era el centro de una trama más coral, aquí el personaje central, esa Geni interpretada maravillosamente por Nora Navas, se posiciona como puro centro gravitacional del relato. Porque todas las miradas de los personajes están posadas sobre ella, aunque la suya propia mire hacia un punto de fuga totalmente distinto. Porque esta es la historia de esta chica que, rozando la cuarentena y con una vida más o menos reglada, sufrió un accidente casi mortal que aunque no le arrebató la vida sí le ha dejado para ahora secuelas físicas (una cojera) y psicológicas (un traumatismo que requiere de neuroterapia). Tots volem el millor per a ella vendría, en fin, a alinearse en cartelera con La herida como retrato espinoso de una mujer dañada, solo que en términos un tanto menos radicales que la de Fernando Franco.
Geni funciona como mirada ajena y al mismo tiempo como tocón para las expiaciones de los personajes que lo pueblan. Como blanco de paternalismos y ocasional foco de pitorreo. Como centro de atención de un microuniverso, el de las familias acomodadas catalanas (esa burguesía de la que hablaba) que Coll retrata con idéntica mala baba, aunque aquí se guarde también una ración de ternura, la que le dedica a su protagonista. Es un poco la fórmula conocida: el loco al final es el más cuerdo. Porque los demás son auténticos despojos de la neurosis actual o, cuanto menos, pobres diablos que guardan heridas del pasado que nunca han logrado cicatrizar. En la mirada no complaciente de Coll hacia algunos de los estamentos más asentados de la soiciedad hay destape de trapos sucios, debilidades y frustraciones. Ataques furibundos que, de nuevo, salen a relucir en los momentos de intimidad comunal: esas cenas, esos encuentros familiares por cuyas rendijas se escapan líneas de diálogo cargadas de subtexto, empapadas de mala leche. La mierda, como siempre, aparece en los momentos más inesperados y cuando uno tiene la guardia baja. Y aquí lo hace en forma de drama contenido o de comedia agria.
Y a pesar de la interpretación atinadísima de Navas, todo matiz, acertada en todo momento en el tono, en la modulación de las sensaciones y los sentimientos, en la cristalización del patetismo o de la complicidad, a pesar de eso no deja de ser menos cierto que quizá le falte a la película un punto de intensidad y le sobre algo de voluntad radiográfica, un cierto mecanicismo. Pero de todos modos uno sospecha que en el fondo todo forma parte de la estrategia de la directora, muy consciente, perfectamente dispuesta a alcanzar unos objetivos que parece tener clarísimos. Ahora la realización de Coll es muchísimo más sólida y segura, apunta más hacia lo francés (igual soy yo, pero me parece ver un poco de Garrel en algún que otro momento) e incluso se permite jugueteos con el formato y el género gracias a una minúscula miniatura inquietante en forma de video de youtube o una gamberrada deliciosa que emula la imagen VHS. Son detalles de buen gusto que enriquecen sin entorpecer lo que por lo demás es una historia seria y honesta contada de la mejor manera posible por una realizadora que con su primera película superó holgadamente el calificativo de promesa. Y que con la segunda nos hace respirar un poco más tranquilos. Nuestro cine en buenas manos.
7’5/10