Crítica de Tomorrowland
De pequeños nos volvían locos cosas como que alguien se pudiera meter en un videojuego, otro usara un prodigioso chip para introducirse en un cuerpo humano, o que la pareja de nerds de turno creara con cuatro joysticks una mujer explosiva. En tiempos en que se encogían niños con pistolas de rayos que volatilizaban manzanas, y algo llamado fluzo le daba a un coche molón las pilas para viajar al pasado, un par de bombillitas y de «bib bib» y «bib bob» sonando en estéreo eran justificación científica totalmente válida para un viaje a otra dimensión, otro mundo u otro tiempo, desde nuestro punto de vista. A esa generación se dirigen Brad Bird y Damon Lindelof, y George Clooney y Hugh Laurie, y last but not least la Disney, estudio responsable en buena parte de esa capacidad tan nuestra de soñar a la primera de cambio y de fliparlo en colores con cualquier historia imposible que nuestros padres nos llevaran a ver al cine, que echaran por la tele, o la tuviéramos en VHS (seguramente grabada con anuncios y todo). Una especie en extinción. De ahí el fracaso comercial de Tomorrowland. El mundo del mañana. De ahí, a su vez, la calidez de su acogida entre los pocos que quedamos de esa generación de consumidores de películas-sueño, de fantasías evasivas que con ella como, en menor medida, con John Carter o El llanero solitario (los otros dos grandes fracasos de la productora, de similares intenciones), hemos podido echar de nuevo, añorantes, la vista atrás. Y demonios, qué afortunados somos al ser capaces aún de entrar en el juego, de vibrar y creernos sci-fi imposible sin buscar tres pies al gato (allá donde la mayoría se lamenta al ver a una chica corriendo con tacones delante de un T-Rex). Aprovechémoslo mientras podamos.
Así las cosas, quien opte por ver en esta aventura una película vulgar y corriente, malo: seguramente se tope con un metraje infinito para un argumento carente de sentido, o pillado por pinzas, sobre desfasados héroes del futuro, viajes en el tiempo y persecuciones robóticas. A lo sumo, se quedará con el consuelo de su impactante apartado visual, un espectacular, luminoso e imaginativo universo sin libro que adaptar o primera parte que continuar. Saldrá del cine con cara de situación, probablemente escaldado incluso por un mensaje de lo más naif. Que ni lo intente.
Quien quiera soñar, bienvenido: Tomorrowland se descubre como una fantasía arrebatadora, un canto a la ciencia-ficción de antes y al cine de aventuras para toda la familia de antes (lo cual implica, por cierto, momentos más perturbadores de la inocentísima blancura actual; por aquí nos curtimos a base de brazos cortados en La guerra de las galaxias y decapitaciones en La última cruzada, y Bird lo sabe). Con momentos para el humor próximo al slapstick y otros sensibleros hasta el arcoíris. De una ambientación tecnológica descaradamente retro, en contraposición con un universo futuro aséptico y luminoso, aun en su decadencia, para que la experiencia mind blower sea todavía mayor. Y casi se diría que con un tempo también de deudor de épocas pasadas, lejos de la precipitación actual en pos de un progresivo desarrollo en el que tienen cabida personajes (encorsetados en clichés ocasionalmente sonrojantes, sí, pero más profundos de lo esperado, también) y set pieces de acción por igual. Uno porque puede, el otro quizá porque no dé para más, el caso es que Bird y Lindelof apuntan con descaro a una meta muy concreta, a sabiendas de que para llegar a ella se la jueguen con infinidad de pasos objetivamente en falso… Claro que con un compañero de fatigas tan en concordancia con el proyecto como es Michael Giacchino, la empresa es un poquito más fácil.
No sé si habrá quedado claro. Si quien haya llegado hasta aquí aún se considera capacitado para evadirse de su realidad por unas horas, y de los conceptos de plausibilidad que sustentan las historias que habitualmente se le cuentan hoy en día; si es de los que encuentran Regreso al futuro haciendo zapping y se queda a verla hasta el final, o de los que prefiere ponerle a sus retoños Los supersónicos antes que Peppa Pig, que corra al cine antes de que la quiten. Tomorrowland no es perfecta, de hecho se la puede considerar fallida. Pero conserva intacta la magia del cine con su fantasía, su imaginación, su moraleja ecologista y sus jets. Al final, el cine también va de esto.
7/10