Crítica de Tonta, de Jaime Hernandez (La Cúpula)
¿Aquellos creadores que nunca, ni aunque lo intenten, facturan obras irrelevantes? Pues Jaime Hernandez es uno de esos. Está claro que Tonta, como tebeo standalone, no tiene la espesura sentimental, ni la potencia narrativa, ni las implicaciones emocionales que guardan sus obras maestras, las que se derivan más directamente del universo de Locas. Que no alcanza las cotas de El fantasma de Hoppers, La educación de Hopey Glass, Chapuzas de Amor o ¿Así es como me ves? En ese sentido sí, esto vuela un pelín más bajo, porque todas ellas son obras capitales del cómic americano contemporáneo. Pero de eso a tachar de «menor» una obra como esta habría un trecho como de aquí a Tarzana.
Porque aunque aquí Hernandez obra en los márgenes de sus Maggie y Hopita, de su Izzy y Penny Century, Rena, Costigan, Ray y demás fauna, los elementos a los que recurre son sus habituales: amistad, relaciones románticas de tirayafloja, rock, lucha libre y vida fronteriza en un marco de puro costumbrismo juvenil. Ligues, sexo, aventuras iniciáticas y cotidianidad en un mundo que, a través de otros personajes y de una colección de estilemas personales del propio autor, ya conocemos de sobras. Siempre ha sido evidente que Locas funciona por acumulación, como un relato en eterna progresión que va sumando más y más capas de matices, puntos de vista y emoción. Y en este sentido Tonta sólo suma.
En concreto, esto es (de nuevo) una historia coral con personajes arremolinados entorno a la Tonta del título, una simpática adolescente tan entrañable como falible, tan vigorosa como torpona: su mejor amiga, su crush, su madre, su padrastro, su medio hermana… y sobre todo la inquietante Gorgona, suerte de outcast que vive en el bosque y cataliza todo ese sentido de lo marginal que recorre la cosmogonía Xaime. Entre todos esos seres tridimensionales, bellamente descritos (deliciosamente dibujados, como SIEMPRE), en ese ecosistema humano muy acotado pero tremendamente rico Tonta vive su verano iniciático. El tránsito de la adolescencia hacia lo que sea que venga después en forma de una aventura mojada en la comedia, contada desde el costumbrismo y articulada en una trama que hasta puede permitirse unos toques de noir.
Palabras mayores siempre. Mayores, pero nunca rimbombantes, porque a pesar de lo excepcional de su trabajo Hernandez siempre sabe sonar ligero, amable y cercano. Y así es gracias a esa patentada mezcla de naturalismo y artificio en ese discurso suyo que fluye todo el tiempo, que se consume como un polo de limón y que se explica a sí mismo con la urgencia del punk, la pasión de la lucha libre, la sensibilidad del tebeo underground y la condición sísmica de los culebrones mexicanos.
Crítica de Tonta, de Jaime Hernandez (La Cúpula)
Por qué leer Tonta
Tras publicar un tebeo tan esencial como ¿Así es como me ves? Jaime Hernandez vuelve a demostrar que a pesar de una mayor ligereza la palabra “irrelevante” sigue siendo ajena a su obra. Tras tantos años la evidencia sigue ahí: se mantiene como uno de los mejores narradores y dibujantes del medio.