Crítica de Top Five
No creo que seamos pocos los que esperamos una película decente que esté a la altura del inmenso talento de Chris Rock, cómico estratosférico que, por lo general, ha tenido un paso por el cine más bien chungo. Ya tuvimos que jorobarnos con el caso de otro dios de la comedia, Eddie Murphy, y este parecía repetir su camino de monguez fílmica. Y puede que al fin y al cabo lo haga, pero por lo pronto ha decidido volverse a poner tras las cámaras para hacer una especie de finta creativa y rodar lo que parece ser un estudio de personalidad y su película más sincera y autoconsciente hasta la fecha: una metaficción que pone como foco al Chris Rock actor de masas -mediante un alter ego más o menos ajustado al modelo original- en un momento en que habría decidido dejar atrás su vida díscola de drogas, putas y alcohol para empezar a centrar su carrera en papeles más serios. Y más o menos como al Michael Keaton de Birdman, a este Andre Allen -el sosias en cuestión- le persigue allá donde va la sombra de su personaje más popular, un oso policía (sic) que habría protagonizado una trilogía de comedias de acción (sic) y que eclipsa su nuevo proyecto, una aproximación seria al «conflicto haitiano» (sic).
Rock recurre a la técnica que tan bien ha explotado últimamente Larry David y mezcla realidad con sátira, convenciones cinematográficas de género con autobiografía, personajes puramente construidos con personas reales. Y traza un entorno muy marcado por la condición afroamericana y la influencia negra en la industria del espectáculo hoy: cómicos, estrellas del rap, cineastas, celebrities en general, todos planean sobre una cinta que, no en vano, viene co-producida por dos de los mayores pesos pesados del empresariado afroamericano musical del siglo XXI: Jay-Z y Kanye West. Quizá por eso Top Five tiene un aire muy hip hop (aparece físicamente alguna que otra estrella del género, como DMX) y pretende reflexionar no sólo entorno a la figura que la protagoniza sino también entorno a cómo se ha expresado la -llamémosla así- condición negra en la industria durante los últimos años. De alguna manera Rock parece querer reflejarse en el Spike Lee de los ochenta y al mismo tiempo eludir el campo expresivo de Lee Daniels y la influencia sobre lo melodramático de Oprah Winfrey: Top Five quiere evitar -no siempre con éxito- la obviedad y se intenta mover en un plano más espontáneo, irreverente e imprevisible: hay mucha coña sobre la farándula hollywoodiense, bastante incorrección política, chistes raciales cargados de mala leche, momentos de crudeza confesional y chascarrillos de irregular gracia entorno a blancos y negros.
El resultado es un tanto desigual. El ritmo cómico aguanta siempre que se lo propone, la voluntad de agresión controlada casi nunca decae y a menudo el protagonista se expone con dolorosa franqueza. Pero las abundantes ocurrencias frescas conviven también con algunas obviedades, con una estructura narrativa un tanto trillada basada en el esquema «éxito/bajada a los infiernos/renacimiento humilde» y con una subtrama romántica bien temperada (estupenda Rosario Dawson) pero poco original. Y lo que es peor, la sinceridad a veces se confunde con una cierta autocomplacencia -una convicción de que el proceso de despojo del personaje garantiza el éxito- y un ocasional mecanicismo narrativo: Rock parece creer que lo que cuenta es universalizable y francamente hay momentos en los que su propuesta sólo será capaz de atraer a sus fans. Sin embargo la realización no es muy personal, pero es innegablemente solvente y elegante, combinando muy bien los momentos de cercanía con los de distanciamiento irónico, y logra parecer moderna y muy arraigada a esa América de alto standing actual, tanto para ensalzarla como para defenestrarla.
Terminan de dar lustre a la cosa un desfile de rostros conocidos del mundo de la comedia afroamericana (Cedric the Entertainer, Kevin Hart, Whoopi Goldberg, J. B. Smoove) o blanca (Jerry Seinfeld) y gente que comparte con Rock un origen en Saturday Night Live (Tracy Morgan, Adam Sandler, Michael Che, Jay Pharoah). Una potente cartera de amiguetes que, pese a todo, no logran inyectar el impulso que necesitaban las partes más endebles de una propuesta irregular, interesante pero coja, destacable y que sí, está a la altura del ego de su máximo responsable pero, desgraciadamente, aún no de su talento. Tendremos que seguir esperando mientras rezamos porque todo lo bueno apuntado aquí no termine diluido por la mediocridad en futuros títulos.
6’5/10