Crítica de Trance
Alabado y denostado a partes iguales por las masas de espectadores que se exponen a su cine, Danny Boyle es uno de esos autores que demandan una atención específica porque ofrecen un amplio abanico de posibilidades al respecto. Es decir, que uno puede adorarlo hasta el tuétano, pero no es necesario que lo haga a todos sus niveles, del mismo modo que otro puede sentirse estafado por sus propuestas, pero no necesariamente tiene que condenarlas en todas sus esferas. Dicho aún de otra manera, y con esa opción es con la que yo me quedo, Danny Boyle da para ratos interesantes y para momentos aborrecibles. Para aspectos elogiables y para recursos cuestionables. El disfrute de su obra dependerá casi indefectiblemente de la predisposición de cualquiera que no entre en ninguna de las dos posturas extremas. Y esto es especialmente así tratándose de un realizador esencialmente postmoderno, inquieto en sus elecciones dramáticas y siempre juguetón en el tratamiento de los géneros: desde luego no puede valorarse bajo el mismo rasero un producto como Trainspotting de uno como Millones. Uno como 28 días después de uno como Una historia diferente.
Porque, guste o no, el corpus global boyleano denota, entre otras virtudes y defectos, una enorme libertad creativa y una delimitación muy amplia de los espacios entre los que moverse, como si de un atleta total se tratara, como un tipo que aspira a dominar todas las disciplinas. Como un Soderbergh británico, salvando cualquier distancia. Y como tal, ahora, después de haber relatado una historia real en clave de drama de aventura inmovilista, tocaba quebrar para virar hacia una zona menos confortable en términos de reconocimiento crítico: un thriller juguetón de raigambre hitchcockiana (y languiana) que sin embargo se quiere entretenimiento arrollador sin prejuicios relacionados con la, llamémosle así, moral narrativa. Porque si algo sorprende de este neonoir modernizado (que no necesariamente moderno) es esa falta de vergüenza a la hora de conjugar un argumento central articulado entorno a un enorme macguffin que avanza, suave y fluido, básicamente a base de trampas.
Lo cual, no conviene ignorarlo, puede llegar a cabrear a más de uno y más de dos espectadores con baja predisposición hacia el engatusado consciente. En este puzzle diabólico nunca nada es lo que parece porque ninguno de los personajes podría ser quien dice ser. Porque los elementos de la trama están dosificados con más chispa que sabiduría real y diseñados para mostrar sólo una de las caras del poliedro, disponiéndose en una línea temporal que rehuye de la linealidad. Esto es un juego de apariencias, engaños y decepciones. De informaciones ocultas y medias verdades tan concienzudas en su escritura como tramposas en su ejecución, moviéndose como lo hacen a partir de giros de guión, vueltas inverosímiles y un definitivo twist final. Un sistema de planos de realidad superpuestos que van encajando poco a poco a pesar de finalmente mostrar menos complejidad de la que el propio Boyle parece creer (aunque podríamos emparentar esto con Origen, su arquitectura narrativa es mucho menos catedralicia).
Pero también es cierto que es esta una película con una voluntad muy clara de entretener a toda costa. Y lo logra casi todo el tiempo -a pesar de que un pequeño bajón de ritmo en la parte central está a punto de mandarlo todo al traste- gracias a su mezcla abierta de géneros y referencias cruzadas: su inicio apela a las comedias de grandes atracos, pero pronto muta hacia unos rincones más lúgubres, parecidos a los que pisaba la estupenda serie Inside Men. A continuación la cosa pivota hacia el suspense psicologista -ecos de los thrillers oscurantistas de los 60 y 70 tipo Plan diabólico, El compromiso, El hombre de Mackintosh o La ofensa– o el cine negro violento con toque pulp; y terminará escorándose hacia una revisitación del concepto clásico de femme fatale en un drama de intriga con un marcado tono fantástico, casi ci-fi, cercano en cierto modo a las neurofantasías de Philip K. Dick.
Con todo, Trance es puro juguete, un divertimento con una veta bastarda que de estar desprovista de su pátina de producto de altos vuelos se encuadraría perfectamente en una serie B canónica: la trama es, digámoslo así, puro folletín. Si se quiere, como mucho podría funcionar como una suerte de alegoría, de reflexión entorno al olvido por cuestiones desamorosas. Pero poco más y, sin embargo, su virtud es sí presentarse como algo más: la argucia de Boyle está fundamentada en disfrazarlo todo de nuevo escaparate de sus propias capacidades visuales, derroche de inventiva formal y acabado brillante, con un puñado de imágenes para el recuerdo (la media cabeza parlante, el full frontal de Rosario Dawson). El realizador sigue mostrándose inteligente en su planificación y posterior montaje, dosifica la vena histriónica y raciona los momentos más burdamente espídicos hasta lograr dar con su punto exacto y conseguir que queden justificados sus desmanes esteticistas, marcados por esa fotografía tan minuciosamente postproducida.
Así que en virtud de un razonamiento de análisis del Boyle reciente según el cual cuando se pone más trascendental hace aguas (Slumdog Millionaire) o triunfa sólo a medias (127 horas), deberíamos saludar Trance como una golosísima chuchería sin valores nutritivos. Siendo como es, en resumidas cuentas, un ejercicio de estilo formalista con poco interés por la sutileza autoral, un deliberado juego con el espectador y sus expectativas y una enorme trampa diseñada para epatar primero y entretener en última instancia, aun a costa de la sensatez narrativa y la honestidad expositiva. Y guste más o menos, nos encontramos ante un irreprochable entretenimiento puro de acabado perfecto. Nada más y nada menos.
7/10
Escribes 5000 palabras (o las que sean, un montón) y yo sólo necesitaba dos para verla y no las has puesto: JAMES. MCAVOY. No necesitaba más.
Pero con tus cincomil iré preparada, entiendo lo que explicas, pero reo que a mí ya me colará (y tu le has pueso un 7). La veré. Además disfruté mucho (bueno, disrutar no es la palabra, sufrir mejor) con 127 horas y siempre se lo perdonaré todo a Boyle 'cause of Trainspotting.
Pero entiendo la crítica y no esperaré un peliculón. Aunque yo tengo visos de enfadarme con lo de las trampas narrativas… Veremos. McAvoy ya le da dos puntos y la Dawson medio.
Er, salejamesmcavoy! Mierda, ha entrado dentro del tiempo? No, tarde, verdad?
Él está bien, pero es que él siempre está bien. A partir de ese rasero, no está mejor…
La Dawson de normal ni fu ni fa (ni foudefafa), pero aquí cumple. Poco más, ojo.
Vaya, que se entiende la crítica. Ratete endiablado, entretenido y que requiere de ese pacto con los tipos de la peli en virtud del cuál te la van a meter doblada y tú vas a decir "ah, posvale".
Disfruta del viejo Stevie, querida.
mmhmhm, Stevie… big big words…, red roses…, aaaixxxx…
Pues yo a la Dawson le tengo simpatía desde "Seven Pounds" que me gustó bastante -a mí y a nadie más en este mundo ya lo sé, claro que yo se lo perdono todo al de Bel Air-. Pero no, en serio, la peli me gustó (sin exagerar) y la Dawson también.
Bueno, en trance si que se queda la trama un buen rato. Después de la introducción y cuando empieza a tomar cuerpo la cosa, como si se hubieran acabado las ideas y recurrieran al recurso fácil de mezclarlo todo, la trama se pierde y parece más un enredo sentimental que otra cosa.
Las voces en off, una introductoria y otra para contar el final tampoco consiguen crear la atmósfera adecuada para que la producción deje de ser mucho humo para tan pocas llamas.
Los gustos personales, a mi modo de ver, imperan más en este film que la parte técnica que, por otro lado, si me parece correcta y con unas interpretaciones aceptables.
Para mi, se puede ver sin mas adornos ni subterfugios que terminan por ser demasiado previsibles.
PD: Parece que el otro día se quedó en el limbo de Internet el comentario. Espero que ahora no salga clonado XD