Crítica de Transcendence
Christopher Nolan. Ya está, ya lo dije. Pese a pronunciar este mantra que a día de hoy afecta, en general, a gran parte del cine comercial americano (cada uno verá si para bien o para mal), intentar abstraerse de la alargada sombra del director británico en la valoración de Transcendence es complicado, no sólo por la escasa chicha y entidad (tanto temática como formal) que tiene la película por sí misma, sino porque en este caso, además, el que orquesta todo el embrollo es, ni más ni menos, que el director de fotografía, tanto en la trilogía de Batman como en Origen (películas que, todo hay que decirlo, no destacaban precisamente por la brillantez en este apartado, más allá de su funcionalidad, por mucho que en los Oscars crean lo contrario), Wally Pfister, que decide saltar a la dirección del largo con una propuesta de ciencia ficción (¿casualidad teniendo en cuenta la cercana Interstellar?), partiendo de una idea principal con mucha tela para cortar, pero demostrando escasa pericia para el corte y confección…
“El Dr. Will Caster (Johnny Depp) es uno de los investigadores más importantes en el campo de la AI, y está trabajando en crear una máquina que consiga combinar la inteligencia colectiva con un rango completo de emociones humanas. Sus experimentos altamente controvertidos le han hecho famoso, pero al mismo tiempo le han convertido en el objetivo de extremistas anti-tecnológicos”. Soy consciente de que la sinopsis oficial cuenta bastante más que lo aquí arriba descrito, pero prefiero no pecar de spoilers para la gente que esté realmente interesada en la película.
El guión, en el que interviene el propio Pfister, a pachas junto a otros tres pares de manos más (Jack Paglen entre ellas), peca de lo que viene sucediendo en la mayoría de ocasiones con propuestas sci-fi de la misma índole más recientes (recuerdo mi primera crítica en esta sagrada página, la fallida Oblivion): abrir líneas argumentales tremendamente sugerentes, para acabar desaprovechándolas en pro de las resoluciones más simples con los recursos más típicos (acción, romance, etc.). Transcendence no es una excepción a esta regla. Las inmensas posibilidades temáticas que tiene su idea principal, la evolución de la Inteligencia Artificial hasta la toma de conciencia propia y la posibilidad de almacenar “mentes” en soportes conectados a la red, que permitan retroalimentarla y hacerla evolucionar hasta estados más avanzados de omnipresencia y desarrollo (en definitiva, de poder), junto con la sempiterna pretensión de la equivalencia a la creación divina que acaba descontrolándose (los paralelismos con el moderno Prometeo (Frankenstein) son más que evidentes), son pobremente explotadas y desarrolladas (apenas un par de conversaciones) y rápidamente solapadas por el eterno enigma romántico, progresivamente abandonadas (la película se pierde en su propio desarrollo) y definitivamente olvidadas cuando llegan los últimos 25 minutos de metraje, donde todo acaba descontrolándose. Tampoco ayudan los múltiples clichés (¿grupo terrorista anti-tecnológico? ¿Ejército de “siervos”? En fin…) y cojeras importantes en la construcción y desarrollo de caracteres en los roles principales (la megalomanía de cierto personaje nunca llega a ser correctamente reflejada, por eso su variación del idealismo inicial, queda excesivamente brusca y poco fundamentada. Y como ésta, varias), dando como resultado importantes huecos de guión y la necesidad de recurrir en más de una ocasión a la suspensión de incredulidad por parte del espectador, para que todo encaje como debería. Vamos, un desastre.
Por si el punto negativo del guión no llegara, el sr. Wally Pfister tampoco ayuda en exceso con su labor de dirección. Si bien hay que decir que su narración es clara y coherente (es lo mínimo exigible hoy en día, ¿no?), con una “sospechosa” exposición de hechos muy similar a Nolan, y que consigue un ritmo adecuado (conste que odio esta expresión, ya que considero que el ritmo, como tal, NO EXISTE), aquí acaba lo poco bueno que se puede decir de él, ya que el resto se basa en muchos de los “tics” negativos de su “profesor” británico, acentuándose en prácticamente todos los casos, a saber, inundar TODA la película con música (“el cine sonoro ha inventado el silencio” decía el iluso de Bresson), disfrazar la historia con un exceso de trascendencia (en este caso aparente, no real) eliminando cualquier atisbo de humorismo y ligereza, y lo que es peor, una preocupante preferencia por la puesta en escena estrictamente funcional, causando cierto desprecio por el uso del lenguaje cinematográfico (mucho más acentuado que en Nolan)… lo cual por otra parte, es el “pan nuestro de cada día” en la gran mayoría del cine comercial actual. En escasos momentos existen ideas visuales (y las que existen, no son precisamente brillantes), ya que parece que toda la atención del bueno de Wally esté centrada, única y exclusivamente, en narrar su historia a través de diálogos (con alguna escena CGI totalmente innecesaria) para que todo quede perfectamente claro (lo cual, por otra parte, no es complejo dada la simplificación que sufre la idea principal a lo largo de la película y lo poco y mal tratada que está), olvidándose por completo de que hacer las dos cosas, además de compatible, es enormemente enriquecedor, desde hace más o menos, 100 años. Además que ni siquiera parece un alumno aplicado, ya que por tomar una de las cosas que Nolan hace muy dignamente, trabajar el montaje que aquí, como tantas otras, brilla por su ausencia (en toda la escena final, por ejemplo).
Todo esto a Pfister se le puede perdonar, al fin y al cabo es un debut (aunque no augura un futuro muy prometedor), pero no puedo ser tan magnánimo con un tío que lleva 30 años en esto del cine, como es el sr. Johnny Deep, y es que es increíble el vuelco que ha tomado la carrera de este actor en los últimos lustros. La crítica no viene únicamente por su actuación en esta película, inexistente con visos de “me la suda mientras me paguen” (cara de oler mierda durante sus apariciones en pantalla, y no saber dónde), sino por lo que supone para el status del propio actor, el otrora conocido como amigo del cine “independiente” (bendita época cuando trabajaba con Stone, Kusturica, Jarmusch, Waters, Gilliam, los primeros Burtons, Mika Kaurismäki, etc.), pero que desde que entramos en el nuevo milenio no logro saber muy bien hacia dónde quiere enfocar su carrera, ya que si su popularidad ha alcanzado la máxima cota nunca antes conocida (gracias a cierto pirata graciosete, pero que acaba resultando terriblemente cargante), no es menos cierto que su acierto a la hora de elegir papeles ha decaído proporcionalmente, y sus interpretaciones, sin disfraces, empiezan a sufrir un preocupante mimetismo (¿salvamos a Dillinger y a Benjamin Barker de sus últimos 14 años?), además de que su status de actor arriesgado y de garantía de productos con cierta calidad, hace años que empieza a ser puesto en entredicho, por su cada vez más claro asentamiento en la industria más trivial e intranscendente (éste es mío), y que no siempre funciona (Transcendence ha sido un enorme fracaso de taquilla en USA. Y ya van 2 seguidos). Viendo sus próximos proyectos, nada hace pensar que salga de esta vorágine autodestructiva, así que bueno, siempre nos quedará recordar Ed Wood. Por otro lado, salvar a alguien del reparto se presenta harto complejo, ya que si hay fantásticos intérpretes de por medio, la escasa entidad y coherencia de sus personajes no permiten el lucimiento de prácticamente ninguno de ellos (especialmente sangrante lo de Paul Bettany). El resto, secundarios accesorios bastante prescindibles todos ellos y que rellenan huecos de puesta en escena. Ah, y Cillian Murphy, que pasaba por allí a enseñar los pómulos, y le dieron un cheque.
La proximidad temática y temporal con la superior (precisamente por ser mucho menos ambiciosa) Her tampoco favorece la valoración del film de Pfister, al igual que saber que la peli sci-fi de la temporada se estrenó hace dos semanas y la protagoniza Tom Cruise (otro que pensábamos que ya estaba perdido). En definitiva, Transcendence, aglutina multitud de los males que azotan al cine de ciencia ficción actual, pero con el agravante de partir de una magnífica idea principal y acabar desaprovechándola por su cobardía y convencionalismo en el propio desarrollo. Otra ocasión perdida (y van ya demasiadas) de volver a hacer brillar un género, que excepto honrosas (y escasas) excepciones, lleva muchos años dando bandazos sin que nadie se atreva a afrontarlo con seriedad, madurez y algo de sentido común. Aunque ya sabemos que en esto del cine, ese es el menos común de los sentidos.
4/10
Totalmente de acuerdo con la crítica, e incluso yo le pondría menos nota aún, porque vaya dos horas de absoluta nadería, pretenciosidad y lo que es peor… aburrimiento!
Y eso que la premisa inicial es interesante, pero luego deviene todo en una peli sobre un campo de paneles solares en el que pasan cosas, supuestamente científicas e interesantes, pero realmente anodinas y vistas una y mil veces (inteligencia artificial vs. gobierno que quiere acabar con ella). Y si a eso le sumamos a los hombres carga-lavadoras y una moraleja repetida y subrayada hasta la saciedad durante toda la película, tenemos cómo resultado la película monguer de la temporada. (La de Frankenstein no la cuento, porque esa no me parece ni película, y la de Adam Sandler da vergüenza ajena, pero en otro sentido). Vamos, que si alguien lee la crítica(aparte de mí), tiene que hacer caso y no ir a verla ni malgastar su tiempo y su dinero.
PD: ¿Por qué tanta gente llama a Johnny Depp, Johnny Deep? ¿Tan profundo os ha calado? XD
Saludos!