triangulo de la tristeza critica

Crítica de Triángulo de la tristeza

Una vez más, el séptimo arte vuelve a atizar a las clases altas. Pero no deja de ser algo cínico que, de un tiempo a esta parte, tales críticas a los ricos, al capitalismo y toda la pesca, vayan llegando justamente desde las esferas más elitistas del cine. Vamos, un «predique usted, padre» en toda regla como el que podría soltar el típico actor español mediático en la típica gala española de premios, antes de fletar su avión privado de vuelta a Miami. Y parece que el director sueco Ruben Östlund ha hecho de ello su credo personal: por tercera vez consecutiva, el de Fuerza mayor y The Square vuelve a ubicarse en unas cotas sociales que la mayoría de mortales ni olemos, para poner al descubierto sus carencias. En la primera fue en un resort de esquí de los Alpes (premio del jurado en Cannes); en la segunda, allá por los universos de la compra-venta arte moderno (Palma de oro en Cannes). En Triángulo de la tristeza, nos lleva esta vez a un lujoso crucero al que acude sólo lo más de lo más (otra vez: Palma de oro en Cannes – ¿acaso los franceses sienten cierto remordimiento cada vez que los señalan con el dedo tan abiertamente?).

Una vez más, nos encontramos ante una comedia negra que pasa por todos los mantras de este subgénero, lo llamaremos «crítica alto-social». Empezando por lo formal, con un look impecable, una puesta en escena aséptica y ostentosa a la vez (minutos antes de que las cosas se tuerzan, claro), que remite de inmediato a sus hermanastros más cercanos en el tiempo: El menú de Mark Mylod, la serie The White Lotus, de Mike White. Todo rasgo de diferenciación toca que buscarlo en otras partes, alejadas del aspecto de una película que, desde luego, no brilla por sus bondades audiovisuales. De lo más anodina durante casi todo el metraje.

El recorrido es parejo también en lo argumental: una vez más, los ricos son tontos y, a la que se ven en una situación mínimamente complicada, no saben qué hacer. Así que son los pobres quienes deben erigirse como héroes del asunto. Todo visto ya no sólo en los ejemplos antes citados, sino en la propia filmografía de un Östlund reincidente hasta caer en lo obsesivo. Con una diferencia: lejos queda la concisa destrucción de roles de Fuerza mayor, ya parcialmente diluida en la posterior The Square. Con esta última, además, Triángulo de la tristeza comparte versiones deslustradas de las mismas situaciones: entonces, una memorable cena entre ricachones arruinada (o no) por una escenificación teatral extrema (un tipo haciendo de mono); aquí, una cena de mil estrellas Michelín, arruinada (o no) por una marejada extrema. El teatro conceptual se substituye aquí por… bueno, por vómitos y caca. Lo dicho, una versión deslucida en el sentido más literal.

Eso sí, al César lo que es del César: dicha cena, traducida en veinte minutos de turbulencias estomacales, funcionan a la perfección como sketch humorístico. La insistencia de los camareros por seguir sirviendo platos de lujo a comensales que están vomitando sobre los mismos; la fijación de estos por seguir tragando y destragando a la vez… si no supiéramos dónde estamos, fácilmente lo habríamos podido confundir con un episodio de los buenos de Jackass. No lo digo como algo peyorativo: probablemente sean los 20 minutos más divertidos que veremos en cines este 2023, además de ser los pasajes más logrados del film, con un Östlund divirtiéndose puteando a sus actores en escenarios que se tambalean casi tanto como los de Origen de Nolan, y sumiéndolos en pozos de mierda, literalmente.

Esto, y una decisión fruto de no haber sabido tomar ninguna decisión (el final abierto a interpretaciones es el resultado, en palabras del propio director, de no haber encontrado un final para su propuesta), constituyen los dos aciertos reales de una película que, por lo demás, exige demasiado al espectador… para acabar dejándolo hambriento. Nos pide memoria corta, la de no recordar ninguna de las propuestas similares que han corrido por nuestras retinas. Y nos pide paciencia, la de tirarse dos horas y media en una sala de cine para ver entera una comedia de acidez mucho menor de lo que ella misma cree tener.

Una vez más, toca hablar de repetición, de reiteración, de fórmula ya desgastada y de mucho ruido para muy poca nuez. Claro que Triángulo de la tristeza está bien, engancha (siempre mola una sátira en la que los ricos pillen) y tiene alguna trama más vistosa que otra. Pero que lo único que vaya a recordarse de ella sea un sketch apartado y que ni siquiera encaja con lo demás, no creo que fuera el resultado que Östlund esperara. Aunque, claro, ahí tiene su enésima Palma de Oro para hacernos callar la boca…

Trailer de Triángulo de la tristeza

Triángulo de la tristeza: caca pedo culo pis y oro
  • Carlos Giacomelli
3

Por qué ver (o no) Triángulo de la tristeza

Por tercera vez consecutiva, Östlund atiza a las clases altas desde su mirada altoclasista, y aunque convenza a las clases altas francesas lo suficiente como para darle otra Palma de oro, al resto de mortales la repetición se nos empieza a hacer cansina. Dedicar dos horas y media de nuestro tiempo a algo que hemos visto mil y una veces es un compromiso que puede sonar a demasiado… aunque la recompensa esté en veinte delirantes minutos de caca y vómitos no aptos para estómagos llenos.

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En diciembre de 2006 me dio por arrancar mi vida online por vía de un blog: lacasadeloshorrores. Empezó como blog de cine de terror, pero poco a poco se fue abriendo a otros géneros, formatos y autores. Más de una década después, por aquí seguimos, porque al final, ver películas y series es lo que mejor sé hacer (jeh) y me gusta hablar de ello. Como normalmente se tiende a hablar más de fútbol o de prensa rosa, necesito mantener en activo esta web para seguir dando rienda suelta a mis opiniones. Esperando recibir feedback, claro. Una película: Jurassic Park Una serie: Perdidos

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