Crítica de El último cazador (The Hunter)
Estableciendo probablemente un nuevo récord de tardanza, cuatro años después de su debut en cines se estrena por aquí El último cazador (lo de último, un gratuito spoiler fruto de la traducción, pues su título original es The Hunter a secas), salto a la gran pantalla del australiano Daniel Nettheim tras una dilatada carrera en formato televisivo. Quizá el retraso con que nos llega se deba a la acumulación que de un tiempo a esta parte va teniendo lugar en materia: nos encontramos ante el enésimo enfrentamiento entre hombre y naturaleza, ahora con un Willem Dafoe en busca del último Tigre de Tasmania, especie que se cree extinta desde hace más de medio siglo, pero que sin embargo (y esto es real) aún ahora hay quien afirma haber visto campando por las tierras salvajes del continente oceánico.
Si acaso, lo que diferencia el trabajo de Nettheim de opciones similares como podrían ser 127 horas o Cuando todo está perdido, dos de las últimas muescas del género, es una rigurosidad menor: si en aquellas absolutamente todo el interés se focalizaba en la supervivencia pura y dura de uno mismo (con todo lo que una situación así significa a nivel anímico y psicológico, claro) esta vez Defoe va y vuelve, día sí día no, debiendo cerrar otros frentes que envuelven directamente a terceras personas. En el fondo, la mayor parte de los discursos que hacen aquí acto de presencia, se repiten en el resto de propuestas, por mucho que se acuda a ellos de manera indirecta; por lo que El último cazador es, en este sentido, más sencilla y accesible, lo que provoca que pierda muchos matices y que su impacto sea algo menor de lo deseado: alternando momentos de soledad en las montañas con estancias en el pueblo y la consiguiente relación con la sociedad, parece como si no acabara de dilucidar su tono, entre la alegoría y la exposición directa, el drama sobre la condición del ser humano y el entretenimiento con algo de mensaje y poco más.
Ambigüedad que se hace notar mediante una puesta en marcha que a veces se acerca al hiperrealismo casi documentalista (grabaciones reales del último tigre visto por el ojo humano oficialmente), para desembocar en un estilo deudor de Malick, luego de Herzog, y luego saltar a dramas mainstream de Erin Brokovich para abajo, teñidos de cierto aire indie…
Pierde en seriedad, por decirlo de alguna manera. Pero al César lo que es del César: gana en divertimento. Entre su maravillosa fotografía, la portentosa interpretación de Dafoe, y mensajes/lugares comunes que reconocemos y con los que no podemos sino estar de acuerdo, Nettheim consigue mantener el interés y se aprovecha de esta ventaja para jugar con lo que realmente quiere cuidar (y que consigue a la perfección): los personajes. Ninguno es bueno, ninguno es malo, y sin embargo, todos tienen elementos de sobra para ser situados en uno u otro saco. Si bien no haya duda en relación al mensaje final del film, las intenciones de Dafoe están deliberadamente escondidas hasta el punto de no saberlas ni el espectador, ni quienes le rodean. ¿Es un verde, y por tanto pone en peligro los puestos de trabajo de quienes deforestan? ¿Es un cazador furtivo? ¿Es un estudioso? Luego salta al ruedo una empresa que se dedica… ¿a qué? Y ¿Por qué se habla de un desaparecido en extrañas circunstancias? ¿Es correcto que su mujer desatienda a sus hijos? Y así, hay preguntas para dar y regalar.
Entretenimiento con mensaje, en definitiva, y además con deberes para el espectador, habida cuenta de un final mucho más complejo de lo que parece. Incluye qué harías tú. Podemos estar de acuerdo en que El último cazador sea poquita cosa, pero verla sienta divinamente. Tal y como está el patio, ya es.
6,5/10