Crítica de Un verano ardiente (Un été brûlant)

Un verano ardiente (Un été brûlant)

Me gustaría poder pensar que fue su paso accidentado por Venecia, y no lo obtuso de nuestros planteamientos de exhibición comercial, lo que ha provocado que la última cinta de un director tan esencial para comprender la modernidad cinematográfica europea como es Philippe Garrel haya tardado un año y medio en ser estrenada en España. Pero no, por aquí no nos importan los abucheos en festivales porque, parece, ni siquiera nos importan los festivales, aún cuna de «propuestas raras» y enemigos de lo estrenable. Es más por esto último que por el rechazo crítico. Lo malo es que al final, los exhibidores tienen razón: Un verano ardiente no es precisamente un amasador de dinero. Pero el conservadurismo comercial casi nos priva de ella. Y los fans del realizador hemos estado a punto de ser víctimas de otra de tantas injusticias cinematográficas.

Menos mal, no ha sido así. Y Un verano ardiente encuentra su lugar en un ámbito, eso sí, muy reducido: el de los entusiastas de un director que nunca se casó con nadie, que tenemos ahora la posibilidad de poder disfrutar de una obra que, aunque a priori se presenta como menor, condensa algunas de sus constantes creativas y como plus perfila y matiza un poco más su corpus global. Desde luego, no es esta una obra mayor como lo fueron algunos de sus más significativos títulos de los setenta y los ochenta (El lecho de la virgen, La cicatriz interior, Liberté la nuit o Elle a passé tant d’heures sous les sunlights), y tampoco ha recobrado la relevancia de su última obra maestra, Los amantes regulares, desde que se estrenó hace ya ocho años. Tampoco supone un paso de gigante en el devenir del cine europeo más o menos underground, como sí hicieron sus más brillantes títulos en la época en que militaba una escena contracultural francesa que acogió movimientos como Le revelateur o Les hautes solitudes.

Ni, mucho menos, tiene Un verano ardiente la trascendencia de esa El desprecio en la que parece pretender espejarse. Pero aun así esto es material importante y apela con dignidad no sólo la obra maestra de Godard (con la que comparte un punto de partida similar: la destrucción de una pareja con la entrada de un tercero) sino también a esos creadores galos que parecen instalados en una corriente temporal alternativa a la nuestra, regida por una reglas temáticas y estéticas propias, y que configuran un panorama en ocasiones más radicalmente libre y moderno que el que ofrecen las nuevas generaciones. Hablo de Jacques Rivette, de Alain Resnais, de las últimas películas del desaparecido Eric Rohmer. Vestigios de una nueva ola que, lejos de caducar, supo renovarse constantemente o, por lo menos revalidarse a sí misma.

Un verano ardiente (Un été brûlant)

Pero es más, a pesar de las innegables e inevitables concomitancias Garrel siempre se encuadró en un plano apartado. El de los francotiradores, y su universo es propio y único partiendo de lugares más inevitables: también en Un verano ardiente aparece la sombra del mayo del 68 (Godard pormenorizaría entorno a los estilemas artísticos y semiológicos derivados de aquellos hechos en un sinfín de películas socialistas), y también está guiada por el pivotado entre incomunicación y muerte. Las desaveniencias de una pareja marcada se despliegan a través de una historia de condenación, la de un protagonista que ya al principio de la película decide poner fin a su vida.

No sólo. Aquí el cine de Garrel vuelve a ser autoconsciente y articula juegos de realidades y ficciones, de actos prefigurados y recursos dramáticos desmesurados. Nada queda al azar, a pesar del oxígeno de aparente improvisación que fluye entre los diálogos y la misma planificación: la puesta en escena es sólo simuladamente transparente, la realización engaña en su falsa opción de no-intervención. No, esa narración en off (una verbalización insistente de sentimientos y acciones) obedece a una filiación casi experimental, ese fingido costumbrismo pone en crisis las nociones de naturalismo, y el trabajo cromático y fotográfico obedece a criterios puramente expresivos.

Un verano ardiente (Un été brûlant)

Con todo, Garrel logra focalizar la sinceridad directa del relato en justo eso, el relato. En sus diatribas entorno a una nueva Revolución (conectada con «la anterior»), pero especialmente entorno a los temas universales relacionados con el amor y el desamor y, finalmente, con la amistad. En la descripción del ambiente artístico, entre ensimismado, nihilista y desprejuiciado de la Europa actual. Y en los flecos que se van desprendiendo de él, un tanto más colaterales, como la participación de algunos miembros de su propia familia (entre ellos su hijo Louis, habitual de sus últimas películas, pero también su padre Maurice) que terminan de dotar a esta película de su aura de experiencia vital del propio realizador más que de hipotético experimento calculado, arty y excluyente.

No, no está entre sus mejores películas, pero debería contagiar su serenidad y profundidad en una intensidad que pocos, autores o no, están dispuestos a ofrecer.

7/10

Por Xavi Roldan
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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Garrel o el auténtico adalid de la vanguardia cinematográfica francesa (con permiso del gran Jean Luc) post- nouvelle vague / rive gauche.

    Uno de mis directores de cabecera, y es que hace poco más de una semana revisaba Liberté, la nuit (mi film favorito de GArrel junto con l'Enfant Secrey le Revelateur) y sigue teniendo vigencia como una de las películas más "modernas" estrenadas en los últimos 30 años. Un director que hacía lo que quería (y joder, como lo hacía, los planos secuencia del Lecho de la Virgen…) y demostrando que en matería cinematográfica poquita gente ha intentado darle un empujón para evolucionar (en cuestión de lenguaje, of course). Uno de los directores que siempre intento reivindicar, aún a riesgo de perder los pocos amigos que tengo. Necesario e imprescindible

    LArga vida a Garrel!!!!

    PD: Te contesto al mail en breve Xavi, que desde el sábado tarde he parado poco delante de un ordenador, pero me gustaría agradecerte personalmente la oportunidad que vos (y el gran Carlos) me estáis brindado. Un abrazo!!!!

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