Crítica de Una bala en la cabeza (Bullet to the Head)
Cuando lo creíamos más ausente que realmente enfocado, el director Walter Hill nos propone otro de esos ejercicios de agujero de gusano. Puesto que llevaba tanto tiempo en esa condición de desaparecido o, por lo menos, poco visible ha decidido hacer como si todo el tiempo transcurrido entre los 80 y hoy mismo simplemente no hubiera ocurrido. Como si el cine de acción contemporáneo siguiera siendo un lugar feliz ajeno a los excesos de los efectos digitales y los derroches de épica maximalista. Como si aún pudiéramos entender un policíaco duro con toques de hardboiled como un campo en el que desplegar mala hostia a fuerza de puñetazos, tiros y explosiones. Y la sorpresa es que así es. Sin necesidad de coartadas autohomenajísticas (que no faltan) ni de parodias postirónicas (que tampoco), la propuesta de Hill y Sylvester Stallone apuesta por una opción de fisicidad old school de lo más agradable y regada con un chorro de rock americana y rhythm and blues de 86 grados.
Con un guión que adapta libremente un tebeo francés, el estupendo polar Du plomb dans la tête, Hill nos introduce en un Nueva Orleans sucio y oscuro, surcado de matones y polis corruptos, de ricachones que organizan orgías y baños turcos donde los sicarios van a desanudarse los hombros. Una jungla de asfalto que casa muy bien con el Hill de últimos setenta y todos los ochenta. Ese Hill que se labraba su propo nombre gracias a Driver, a Calles de fuego o incluso a la aún defendible, a su manera, Los amos de la noche. De todos modos, a tenor de los citados títulos y de otras de sus interpretaciones más o menos lúdicas y populistas de distintos géneros (como el western), no cuesta ver en aquel Hill a un artesano que gustaba de pervertir ligeramente las líneas más nobles de esos géneros para llevarlas a un terreno de lo juguetón, lo macarra y lo eminentemente espectacular. Y es justo ese el Hill que nos encontramos en Una bala en la cabeza.
Y es que al margen de algún desliz formal (imperdonables esas transiciones arregladas en postproducción), el director juega a ser él mismo desprendiéndose de artificios más o menos convencionales para desnudar el relato y colocarlo en un contexto, digamos, puramente clásico. El thriller urbano y el policíaco imponen sus reglas más medulares y desarrollan la acción con precisión y concisión. Toda fuerza física seca y contundente. Todo rechazo a los nuevos modos y recuperación de las esencias que empezaron a implementarse en el cine yanki a principios de los setenta de la mano de Frankenheimer, Siegel, Peckinpah o Penn.
Sin embargo, todo ello convive con una sana veta humorística subterránea. Stallone se vuelve a mostrar inevitablemente autoirónico, dando cuenta de la carrera que cargan sus espaldas, para interpretar a un perro viejo que aún es capaz de lanzar cuatro dentelladas con sus colmillos mellados, a pesar de que el mundo exterior empiece a superarlo. Como si se tratara de un Cobra que no entiende la era de Internet, su personaje es expeditivo a la manera de los viejos héroes del Hollywood clásico, pero autoconsciente a partir de los modos del Hollywood moderno. Así que aunque Una bala en la cabeza no sea exactamente una comedia, o una buddy movie como las de los ochenta, sí guarda momentos de comicidad más taruga o menos y recursos de película de pareja de polis.
Así que no podemos calificar a esto tanto de proucto demodé como de ejercicio nostálgico. De autoreivindicación, incluso. De orgullo ligeramente republicano en el que asoman los molestos tics de una sociedad pusilánime (el ejercicio de la ley sobre la acción ejecutiva de un ejército de un solo hombre), pero al final terminan imponiéndose las viejas costumbres de toda la vida. Por supuesto, estoy siendo irónico, pero también admiro la sinceridad brutal que destila la película de Hill y Sly: al final las tramas políticas terminan pasando por la piedra; lo que se imponen son los bajos instintos, la venganza y la imposición de las reglas del llanero solitario, el forajido de leyenda al margen de la ley de los hombres y que cuando debe desaparece como el aire.
A nivel práctico todo esto se traduce de una manera deliciosamente simple. Ya se sabe que la medida de la calidad del arte la ofrecen los grises, los matices y las sutilezas. Y de todo eso hay poco en Una bala en la cabeza. Pocos serán los que puedan apoyar la película en términos ortodoxos, que puedan defender las ocurrencias de caño grueso y las ideas gastadas de un guión poco consistente que pretende, con éxito relativo, rememorar las intrigas policíacas y los estilemas del neonoir. Nadie se atreverá a tener en consideración a una colección de personajes arquetipo que se limitan a repetir unas líneas de diálogo bastante trilladas.
Pero a cambio, Una bala en la cabeza funciona metronómicamente como un estupendo juguete de acción vieja escuela, consciente de sus aciertos y sus limitaciones, compacto y directo. Lleno de imágenes e ideas bastas para el jolgorio popular: desde una lucha a muerte de hachas hasta un duelo a muerte en una sauna, pasando por todas las formas de explotar que tiene una cabeza humana al contactar con una bala. Y tremendamente fuerte en lo suyo: tejer una trama veloz (tanto como que Hill no deja que la tensión decaiga y corta la película justo antes de que nadie pueda empezar a aburrirse) cimentada sobre un colchón de viejo cine cien por cien americano de mamporros, persecuciones y dientes rechinantes.
Tiene saborcillo de lo auténtico, personalidad, oficio y espíritu juguetón. Y todo ello, especialmente junto, es difícil de encontrar en una película comercial hoy día
7/10
En mi blog el rincon del taradete tambien he dejado la critica. Otro gallo hubiera cantado si hubiesen respetado el cómic en que se basa que se han pasado bastante por el forro.
Bueno, yo tengo la edición original de Casterman, que leí hará unos cinco o seis años. Ergo me acuerdo de más bien poco, pero sí (repasado el cómic por encima) te doy la razón en que la peli se parece poco a la historia de Wilson y Matz.
Aun así por aquí somos de pensar que un tebeo es un tebeo y una película es una película. Y que cada uno puede ir por su camino mientras se traicione el espíritu original. O sí: habría de ver las circunstancias, la calidad de la adaptación, lo que fuera
Como sea, a mí la película cada día que pasa me gusta más…
Me encanta tu avatar, por cierto! ;)
Un saludo!