Crítica de Uncharted 4: El desenlace del ladrón (PlayStation 4)
2016 es el año en el que dos sagas esenciales para comprender el videojuego comercial moderno encuentran su conclusión tras varios años escribiendo la leyenda. Y en ambos casos esta coda final se erige como el punto álgido de la aventura, el momento más elaborado y el clímax-conclusión que recoge todas las virtudes de lo vertido hasta el momento y las magnifica hasta su máxima expresión. Nos referimos a Dark Souls III y a Uncharted 4: El desenlace del ladrón. Dos hitos del videojuego contemporáneo de acción y aventura. Dos broches de oro para sendas carreras de fondo que se han erigido como buque insignia de dos desarrolladoras (From Software y Naughty Dog respectivamente) que han logrado llevar el concepto de videojuego comercial (o «triple A») hacia unas cotas más, digamos autorales. Pero si ya hablamos y nos deshicimos en elogios con la obra de Hidekata Miyazaki, faltaba posicionarnos entorno a un Uncharted 4 que se ha hecho esperar pero ha rebasado cualquier expectativa.
Lo primero que salta a la vista es su potencia técnica. Fruto de años de obsesivo perfeccionamiento los de Naughty Dog entregan aquí el producto más competente posible. La nueva aventura de Nathan Drake es un portento técnico con poco parangón. Las texturas, las iluminaciones, las partículas, las físicas en general. Todo es casi perfecto. Seguimos un poco lejos del fotorrealismo, sí, y algunos elementos parecen más trabajados que otros (hay algunas texturas que se resisten), pero esto es lo que se acerca más hasta la fecha a una experiencia de hiperrealidad en un videojuego de acción y aventuras. Por supuesto hemos visto cosas aún mejor acabadas (el entorno de The Vanishing of Ethan Carter era asombroso), pero nunca con este grado de inmersión global y nunca en un juego tan complejo.
Por otro lado, Uncharted 4 es la experiencia más cinematográfica de entre todas las entregas de la saga y al respecto se acerca en algunos momentos a lo esgrimido por la desarrolladora en el clásico The Last of Us, de la que este hereda una notable sofisticación narrativa y un sentido de inmersión alucinante, motivado por esas mecánicas marca de la casa. Porque para bien o para mejor, esta conclusión a las aventuras de Drake es puro Uncharted. Las novedades son las justas (destaca una mayor presencia del sigilo y el uso de esa cuerda con gancho que dinamizan aún más el resultado final), pero por nosotros va bien. Naughty Dog no ha querido inventar la pólvora de nuevo, sólo la ha metido en un cartucho de dinamita más grande y potente. Y damos fe que en algunos momentos la cosa revienta a lo bestia: un ritmo trepidante, una sensación constante de renovación del sense of wonder y un puñado de set pieces que le ponen a uno las neuronas, las vértebras y las tripas a temblar. Un castillo de fuegos artificiales con alma y humanidad a partir de un guión muy cuidado, muy medido en sus giros, bien estructurado y dialogado y que nos presenta a un Nate en plena encrucijada vital.
Un espectáculo total que además da sentido al videojuego como industria: mañana será otro día y el panorama de los «triple A» volverá a ser tirando a desolador. Pero siempre podremos recurrir una vez más a la tetralogía de tetralogías y más concretamente al clásico instantáneo en que se ha convertido Uncharted 4. La felicidad gamer es esto.
Gameplay de Uncharted 4 en español
Reseña de Uncharted 4
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