Crítica de Van Gogh: A las puertas de la eternidad
La pregunta que muchos nos hacemos ahora mismo es la siguiente: ¿Era necesaria otra película sobre la vida y milagros de Vincent Van Gogh? Me da la sensación que Van Gogh: A las puertas de la eternidad existe única y exclusivamente para responder, con una negativa, a esa pregunta. Y seamos positivos: por lo menos habrá servido para algo. Para poco más, y no se me malentienda, que tampoco es que sea una película execrable, ni mucho menos. Es sólo eso, innecesaria. No aporta nuevos datos o enfoques, no cambia nada en la concepción popular del genio holandés, ni añade algo a la historia del cine ni tampoco a la carrera de su director, el intermitentemente interesante Julian Schnabel.
No es que no lo intente, desde luego. Y eso se le agradece, el no conformarse con ser otro biopic estándar cuyo objeto de admiración justifique su discreta existencia. Porque Schnabel y sus coguionistas (Louise Kugelberg y el venerable Jean-Claude Carrière) buscan escrutar la psique del pintor en lugar de limitarse a representarlo como simple figura divina. Se hacen preguntas relacionadas con el arte y tratan de estar a la altura con un enfoque audiovisual medianamente coherente con el turbulento fuero interno del artista: mutante, inestable, centrado en capturar la belleza de la naturaleza y las tensiones de las relaciones humanas.
Pero esta es una manera un tanto superficial de enfocar una película que, en el fondo, no resiste un escarbado un poquito (sólo un poco) más minucioso. La realidad es que todo el esfuerzo de Schnabel resulta estéril, porque a menudo parece centrarse más en cuidar su estética que una auténtica cohesión formal. Dicho de otro modo, todo se plantea de manera gratuita y parece pensado para epatar más que para transmitir verdad. Y resulta un tanto chocante que para tratarse de un acercamiento sincero y frontal a la figura de Van Gogh se muestre tan saturada de recursos artificiales: filtros, ralentizados, voces en off, superposiciones de planos, perpetua cámara libre siguiendo el libro de estilo Malick… un montón de texturas variables que no hacen sino escorar el producto hacia una especie de manierismo hueco. Sobresale, por lo menos, un Willem Dafoe atinado, más que competente en su encarnación del genio inestable.
Y no sólo en lo visual resulta vacía A las puertas de la eternidad. A nivel texto tienen poco que contar Schnabel y los suyos. Como decía se esfuerzan en transmitir mensajes trascendentes, en hablar de las circunstancias del artista, su relación con su hermano Theo y con Paul Gaugin, sus crisis creativas, su condición de eterno outsider, de figura que siempre se sintió al margen de todo, de la sociedad, de los cánones artísticos y de la cordura. Se esmeran en buscar reflexiones relacionadas con la necesidad creativa, con el arte como vía de escape vital, con la motivación del ejercicio artístico, con la búsqueda de la identidad en medio de la locura y el autosabotaje propios de cualquier creador atormentado. Sí, lo intentan. Pero el cómputo final se acerca al cero. Porque no hay en A las puertas de la eternidad nada que no se haya explorado anteriormente en El loco del pelo rojo, o en Vincent y Theo, o en el Van Gogh de Pialat.
Al final esta es una película sólo fallida (insisto, no es terrible) que no parece ser muy consciente de su propia irrelevancia. Uno de esos ejemplos en los que aun funcionando las partes por separado el conjunto resulta inofensivo. Así que sí, queda respondida la pregunta. Otra película sobre Van Gogh no era necesaria.
Trailer de Van Gogh: A las puertas de la eternidad
https://www.youtube.com/watch?v=FEg-UKXO75Y
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Pocos reproches se le pueden hacer al Van Gogh de Schnabel. Pero tampoco se le pueden reconocer muchos méritos, tan sumido como está en su propia incapacidad para mostrar nuevas e interesantes caras del pintor holandés.