Crítica de Venganza: Conexión Estambul (Taken 2)
Don’t mess with Liam Neeson. Si es que ya deberían saberlo: el viejo Liam tiene más mal café que un Starbucks de Calcuta. Porque ya no hace falta vestir el musculamen hiperbólico de los forzudos de los noventa. Ya no hace falta partir nueces con el agujero de la barbilla, doblar moendas con las nalgas y abrir botellas de cerveza con la fuerza de las venas del brazo. Todo eso queda en ejercicios de revivalismo exótico tipo Los mercenarios 2. No, ahora que estamos en épocas de contención y crisis los tipos bestias son los tipos desesperados. Los que se encuentran en situaciones límite porque han sido forzados hasta casi el quiebro. Y, ya me perdonará el sindicato de secuestradores de familias, esa es la descripción perfecta de Liam Neeson. El hombre que se abre paso a hostias, el hombre que se enfrenta a una horda de lobos a puño pelado y sigue manteniendo el ceño fruncido y el semblante preocupado. Porque no, no os metáis con Liam Neeson, pero mucho menos os metáis con su familia.
Por eso Venganza: Conexión Estambul es un nuevo paso en la consagración de Neeson como nuevo héroe de acción. Y, al cabo, un monumento en torno a su persona: a fuerza de acaparar el género «tipo corriente saca sus malas pulgas cuando juegan con su vida cotidiana» Neeson se ha convertido en seña de identidad de un tipo de cine en el fondo sincero y honesto, de modo que nadie que decida enfrentarse a esta o a la primera Venganza, a Sin identidad o incluso a Infierno blanco se llevará a engaño: esto es lo que es. Y a partir de aquí tocará decidir si la película, en plata, «mola más» o «mola menos».
Y en este caso, me temo, es de las «menos». Porque no podemos obviar que, aunque tenga a menudo un look muy Jerry Bruckheimer -o quizá precisamente por eso- esto es un producto 100% Europacorp. Esto es, un producto Luc Besson. Escrito y producido por. Y con lo malo y lo peor que eso conlleva: el ejecutivo galo se ha construido una imagen cinematográfica (esta un tanto más engañosa) basada a menudo en el rebajado temático de sus producciones, y en la teoría de la mímesis: nadie diría que un equipo europeo se esconde tras la película. Porque todo se esfuerza en tener un tono muy estandarizado, homologable a Hollywood. Lo cual no es malo de por sí, siempre que los estándares se mantengan por encima de la media: todos somos conscientes de la aplastante habilidad del cine USA para pergeñar, cuando quiere, thrillers milimétricos y actioners contundentes. Pero no es el caso. O en casi ningún momento lo es.
Porque estamos de nuevo ante una película de bajo perfil a la que cabría pedirle no tanto un guión brillante como una planificación y ejecución solventes e imaginativas. Así que la historia es lo de menos: los tipos a los que Neeson jodió en la anterior entrega, villanos malvadísimos y sin fisuras, han vuelto para vengarse, secuestrando o torturando a su familia. Pero el desarrollo cojea de puro rutinario: carreras, explosiones y puñetazos se suceden sin novedad y sin cambio aparente en una narración que se abre camino a tiros y atropellos, obviando tanto el valor de las vidas humanas (total, son terroristas; y ni siquiera hablan bien en inglés) como de las capacidades subversivas del thriller urbano. Al final el mensaje es inmoral, y por ello interesante, pero también insuficiente: la violencia genera violencia, y es el único futuro para los que juegan con los tipos de bien. Delicioso.
Como sea, Olivier Megaton, director de nombre pintiparado, rinde su habilidad al desmoche absoluto del sentido común, tanto argumental (tiene un pase) como cinematográfico (imperdonable) y termina por representar el claro ejemplo de director de plantilla Europacorp. Profesionales sin voz ni voto que parecen seguir sin comprender la utilidad de una coreografía de plano bien estudiada y ejecutada por encima de un montaje excesivamente picado y sobrecargado. Al final, lo que se podría haber resuelto con la espartana economía narrativa de un Frankenheimer termina enmarañado en un confuso batiburrillo de planos cerrados e hiperactivos.
Por eso, la cosa se pone muchísimo más interesante cuando tira de ingenio y convierte a su protagonista en una especie de MacGyver expeditivo, en un superagente bestia pero con recursos, en un tipo capaz de triangular una señal, de improvisarse un geoposicionamiento lanzando granadas y calibrando el estruendo de sus explosiones. Muy bestia.
Y sí, lo es, pero sólo en momentos aislados, en chispazos de genio que no se sabe muy bien de dónde salen. Porque todo es en el fondo un batiburrillo poco entretenido, escasamente novedoso (las sombras de Jack Bauer y Jason Bourne siguen siendo alargadas) y apenas vibrante. Tan cocainómano como, a la hora de la verdad, falto auténtica energía, fuerza motriz, punch y masa muscular en general.
4/10
No es un poco así como muy viejísimo como para empezar ahora con pelis de acción? Este Liam…
Como te oiga Leem (así le llaman en su pub habitual), tenteras.
Te va a dar una hostiaca con el gotero que te va a dejar como la mojama de seca