Crítica de Venom: Habrá matanza
Está ocurriendo algo curioso con la saga Venom. En pleno momento de hipersaturación superheroica y de batallas encarnizadas entre fans de Marvel y de DC; cuando no se pasa ni la más mínima; cuando más se exige que el género se refresque y busque fórmulas que sigan justificando su brutal explotación… llega una serie que va a contracorriente en todo ello y sin embargo, cae en gracia. Pero claro, es que el acierto de su reparto es inversamente proporcional a la calidad de las películas. Así, aunque la primera Venom fuese un remake del remake del remake, sin nada que aportar ni mejorar al género, fue un éxito de taquilla y no quedó en desastre crítico. Cosas del carisma de Tom Hardy. Así, tres años después llega Venom 2, oficialmente Venom: Habrá matanza. Y de entrada, lo que hay es más madera: como prometido en la escena post-créditos de la anterior, a Tom Hardy se le suma Woody Harrelson como enemigo y claro, si el acierto del reparto de la anterior ya fue lo que marcó la diferencia, ahora no va a haber Dios que le tosa.
Y eso que motivos para llevarse un buen tirón de orejas tiene para parar un tren. Haciendo honor a su condición de secuela de una película ya desfasada, Venom: Habrá matanza no aporta absolutamente nada en ningún aspecto, y se limita a recorrer la senda más manida que podía escoger a la hora de justificar un argumento. Un flashback de pacotilla posibilita la existencia de un malote que tarda poco en campar a sus anchas forzando al protagonista a deber ejercer de héroe otra vez para salvar el día, y a la chica. ¿Queréis más lugares comunes? Versión humana que reniega de su alter ego «encapuchado», relación de amistad/odio con el policía de turno, exnovia que se acaba de comprometer con su nuevo novio, que por supuesto cae gordo a propios y extraños, némesis femenina que es silenciada constantemente (sorprende que el guion lo firme Kelly Marcel: la manera en que se dibujan los personajes femeninos clama al cielo). Y así. Que cueste encontrar frescura a día de hoy en el mundo de las mallas es normal; que no haya ni la menor intención por, al menos, renovar mínimamente la función, pasa de castaño oscuro. El guion de Habrá matanza tiene pinta de existir exclusivamente por obligación. Pero es que, de nuevo, importa poco: aquí se viene al show de Tom Hardy.
Y efectivamente, tanto el protagonista como su enemigo están graciosos. Que Harrelson viva una segunda juventud con su rollito pasota autoparódico no es novedad (y las pintas que se gasta en esta película, a medio camino entre Josh Homme y Elvis Presley, no tienen desperdicio). Por su parte, la vis cómica de Hardy ya se hizo evidente en la primera entrega, y aquí el de Mad Max: Fury Road sigue tan entregado como de costumbre, dando credibilidad a esta inesperada buddy movie marciana. De hecho, cuando la película se limita a ser justamente una comedia de acción de amigotes la cosa funciona (por mucho que dé la sensación de que su estreno llegue 30 años tarde). Sin embargo, la desgana del libreto tarda poco en extenderse a los chistes: no son pocas las ocasiones en que los chascarrillos de Venom se pasan de frenada por acumulación, cayendo, el bicho, en una versión CGI del arquetípico colega de las bromitas constantes (papel que, sic, normalmente Hollywood reserva a actores negros) que acaba haciéndose insoportable. Claro que hace gracia a veces, pero en otras ya podría estarse calladito en lugar de tirar de chistes de piloto automático. O de colarse en una fiesta de disfraces, los minutos de mayor vergüenza ajena de la cinta…
Desgana, ya digo, es lo que parece haber imperado a la hora de concebir esta secuela. Y es una lástima, ya que debería ser el momento en que la saga tomase carrerilla antes de una tercera parte llamada a ser el do de pecho definitivo (recordemos: el personaje ha fichado para el MCU). Lejos de eso, se conforma con muy poco y eso aplica también al apartado formal, con una dirección vulgar y corriente a cargo de Andy Serkis (¿zapatero a tus zapatos?), sin un solo fotograma para el recuerdo, varios problemas de raccord, y unos efectos digitales a los que parecería haberle faltado un repaso final. De hecho, quizá por eso su fotografía es tan oscura, hasta el punto de no acabar de verse bien nada cuando el CGI se apodera de la pantalla.
Vamos, que no, no creo que Venom 2 sea una buena película. Ni me parece que aporte ni mejore en nada a Venom 1. Es una película desfasada, sin un solo valor formal o argumental que pase el corte de los tiempos que corren. Básicamente, esta puesta para cumplir y satisfacer exclusivamente a quienes salivaron con la anterior. Cierto es que a la que encaja dos o tres chistes graciosos, despierta alguna risa, que Hardy es mucho Hardy, y que el bicho es majo. Pero es que más allá de eso, no hay absolutamente nada de nada. Y sin embargo, ya está siendo un éxito en taquilla.
Trailer de Venom: Habrá matanza
Venom 2: más de lo mismo
Por qué (no) ver Venom: Habrá matanza
Tom Hardy vuelve a hacer de Anti-Spider-Man en la película inmediatamente anterior a su ingreso oficial en el universo de la MCU. Él está bien, pero el resultado global está en las antípodas de la media de Marvel habitual, con una película desganada y lánguida que no pasará a la historia.