Crítica de El veredicto (Het Vonnis)

En una noche fría, Luc Segers, empresario y padre de familia pierde a su mujer, asesinada por un joven atracador, y a su hija, atropellada por un coche en el mismo lugar de los hechos. El joven homicida es apresado, pero la justicia se revela ineficaz y el asesino queda en libertad por culpa de un error procesal. Primer posible punto de partida para una película de, digamos, venganza a lo Charles Bronson, espectacularizante y de términos éticos unilaterales y simplones. No es el caso, aunque Segers también decide tomarse la justicia por su mano y acaba con la vida del asesino, convirtiéndose él mismo en un vengador. Segundo posible punto de partida para una película que parte de un concepto delicado para terminar como un gran espectáculo maniqueo, en la línea de Un ciudadano ejemplar. Tampoco va por ahí el guionista y director belga Jan Verheyen, que pronto introduce a su protagonista en un delicado proceso judicial y en general prefiere revestir a su obra de una gravedad dramática más basada en los conflictos morales y en los dilemas humanos que en el puro revanchismo. Eso a pesar de que este concepto, y otros relacionados con el papel del individuo en una sociedad cimentada en la justicia institucional, sean la base del discurso de El veredicto. Segers deviene en un justiciero, pero ante todo en una figura compleja que cuesta discernir si es una víctima del sistema o un asesino más. Un juez o un ejecutor. Y pronto se convierte en el blanco de los medios en un juicio público que lo convierte, casi, en estrella mediática.

El veredicto es una película de exposición profundamente radiográfica. Se abre con un inicio implacable, inusualmente crudo y luego esconde la mano en una operación de contención en la que los siguientes hechos violentos (el ajusticiamiento del asesino) se mostrarán fragmentados, reconstruidos por la acusación durante el juicio: queda claro que el peso dramático recae en Segers y en su camino hacia la culpa o la redención. El director pues, centra su interés en dicho proceso durante el que saca su arsenal de dilemas, pero en ningún momento abandona un plano de pretendida imparcialidad. Su fotografía cuidada, de tonos fríos y quirúrgicos pero llena de claroscuros, no pretende enfatizar ningún juicio de valor. Tampoco la música subraya en exceso y la planificación no busca decantarse hacia un lado de la ética o el otro. Siendo así, ¿por qué se percibe una cierta parcialidad durante todo el metraje de la película? Es cierto que el protagonista no es, de entrada, un villano, sino simplemente una persona sobrepasada que ha dado salida por una vez en su vida a sus más bajos instintos. Uno puede empatizar con facilidad con su tragedia a pesar de condenar sus actos y puede ver reflejado en su personaje la gravedad de los asuntos que trata el autor. Pero de alguna manera todo parece un tanto prediseñado.

Verheyen narra muy bien y dirige mejor. Su cámara imprime un aire de gravedad y la apuesta visual es sólida y afilada, con lo que logra evitar el relativo tedio de un juicio un tanto rutinario, marcado por un diseño dramático que para colmo termina respondiendo a lo que espera el espectador. Pero a pesar del poderoso rigor escénico Verheyen puede mostrarse un poco más perdido de lo que parece creer. Y es que quizá confunde un poco una vocación interrogativa con una indefinición en la exposición de los temas. Es decir, si bien el autor tiene claro que el cine no necesita dar respuestas tanto como lanzar preguntas, puede que en ocasiones se conforme en no dar auténtica profundidad y peso moral a esas preguntas. Una cosa es retar al espectador con cuestiones de ética desdibujada y otra distinta que el autor no se autointerrogue entorno a esas cuestiones. De modo que parece quedar muy bien (y ser muy necesario) volver a dar vueltas entorno a los temas universales de la ley de los hombres frente a la ley del pueblo. Del bien individual frente al bien común. De la revancha social y el juicio popular. De la inoperancia del sistema y la necesidad, o no, de que las personas se rebelen y tomen las riendas en virtud de su propio sistema. De la maldad inherente en el ser humano frente a los condicionantes ambientales. De la búsqueda de la verdad y su relatividad en función de cómo se presentan los hechos. Del dolor infinito de la pérdida de los seres queridos y el vacío que dejan, imposible de llenar a pesar de la justicia.

Sí, es muy loable que el director rescate esos temas una vez más y que ponga contra las cuerdas al espectador, haciéndole dudar entre su sentido de lo justo y la empatía que le pueda provocar el personaje, pero quizá habría estado bien un estudio previo más profundo y unas conclusiones menos evidentes para terminar de colocar la película en el lugar al que aspira, al lado de las grandes reflexiones entorno a la maldad, la responsabilidad y la justicia. Por lo demás, El veredicto es un drama bien tensado, mejor filmado, muy bien interpretado, moderadamente retador e indiscutiblemente entretenido. No es poco.

7/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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