Crítica de Los viajeros de la noche (Near Dark)
Descartando cortometrajes y episodios para la televisión, la filmografía de Kathryin Bigelow cuenta con nueve películas, de las cuales ocho han llegado a distribuirse por aquí. Y se puede establecer cierta división por etapas, englobando los resultados de sus primeros años como directora (debut, inédito, aparte por no haber podido catarlo todavía) en una fase de fogueo entre 1982 y 1991 basada en explotación de géneros y estilos acordes con la época de los ochenta/principios de los noventa, y que culminaría con Le llaman Bodhi. Le sucedería una época algo más turbulenta en que se mezclarían mayores pretensiones (Días extraños) con peores resultados (K-19: The Widowmaker), en poco menos de veinte años por lo general dispersos. Y culminaría con el renacimiento y definitivo encumbramiento de la artista, empezado en 2008 con En tierra hostil y confirmado con la todopoderosa La noche más oscura, con que la Bigelow ha dado el definitivo do de pecho que la sitúa entre los mejores cineastas vivos. Esta categorización puede servir para, grosso modo, tener una visión general de la carrera de la cineasta: se comprenden los engranajes que han llevado al momento de gloria por el que pasa, la importancia de la primera etapa para llegar a la tercera. Una primera etapa que arrancaba por estos lares con Los viajeros de la noche, una de vampiros en la línea de, por ejemplo, Jóvenes ocultos (estrenada ese mismo año, 1987) o Noche de miedo (1985).
Ah, los 80 y su boom terrorífico. Época en la que se acumulaban sagas, exploits y parecidos razonables en las carteleras y que a 30 años de distancia, sigue siendo una fuente inagotable de recuperaciones, remakes y reivindicaciones. Los viajeros de la noche responde a la perfección al patrón reinante: reparto con rostros reconocibles cuando alguno de ellos aún no era nadie (Adrian Pasdar, Lance Henriksen, Bill Paxton), infinidad de similitudes y homenajes, de donde sin embargo se busca extraer un nuevo acercamiento a la sempiterna figura del vampiro en el cine, y dirección artesanal, cercana y acorde con las limitaciones de la época y el presupuesto. El resultado: una película polvorienta y sudorosa, de vigoroso espíritu y violencia no tan explícita como implícita. Eran tiempos de agitación, social pero también cultural, lo que provocaba que se respirara en buena parte de las producciones cinematográficas salvajismo, por así llamarlo, fruto de una libertad creativa que quedaba bien lejos de la desnaturalizada asepsia de hoy en día en, al menos, la oferta cultural de corte más comercial. O quizás se debiera a nuevas fórmulas y expresiones paridas de la misma matriz (el estilo de las producciones a las que hacemos referencia cuenta con evidentes similitudes). O a las ganas de molar.
Sea como sea, espero que hayan quedado dilucidadas las sensaciones que se desprenden de una película de espíritu ardiente y vigoroso, tosca y parduzca. Con este marco emocional, Los viajeros de la noche convierte a los vampiros en los antihéroes sucios y cabrones de una road movie a caballo entre el terror y el western con algo de crepuscular. En concreto, se sigue a una peculiar familia de chupópteros que viaja en una destartalada caravana por alguna geografía recóndita de la América profunda. La hija, de aspecto joven, se liga a un hogareño y lo acaba transformando, esperando que acepte sus obligadas nuevas formas de supervivencia como lo hace el resto de su familia, sádicos asesinos. De este modo, el interés rápidamente se bifurca entre el rechazo de él a matar a seres humanos (¿alguien dijo Lestat?), y en la descripción del grupo de no-muertos, y aquí quien quiera que busque toda la crítica a la sociedad del momento que se le ocurra.
Cierto es que, con todo, hasta ahora no se ha dicho nada que diferencie a la que nos ocupa de cualquier otro subproducto ochentero. Con la Bigelow lejos de su estado de forma actual y las acostumbradas cantidades de roña exudando por sus cuatro costados, el elemento diferencial toca encontrarlo en un tempo que es consecuencia de su apuesta por alejarse de la mera acción para centrarse en las tribulaciones internas y la creación del núcleo protagónico. Un progreso parco pero constante, más emocional que efectivo, que seduce más de lo que muestra, si bien quede lejos de la perfección y en ocasiones lleve a bajones harto sensibles. En todo caso, todo ello parece responder a un plan, plan que sin embargo puesto en jaque con un tercio final que abraza la acción pura, como premiando al espectador por su paciencia. No acaba de casar del todo bien, pero cierto es que anima el cotarro, suponiendo un broche a la altura de otra de esas producciones ochenteras de vampiros que ningún aficionado a la época o al género chupasangre debería dejar escapar…
Por Carlos Giacomelli
Y en el Blu-Ray…
Cameo recupera esta película de la aún muy novata Kathryn Bigelow y la edita en DVD y Blu-Ray coincidiendo con el lanzamiento de su última película al mundo doméstico. La versión Blu-Ray presenta una imagen correcta, con algo de ruido y puntuales bajadas de calidad en las escenas más oscuras, pero aun así perfectamente válida si se tiene en cuenta que no ha pasado por ningún proceso de restauración. En cuanto al apartado auditivo, en castellano dispone de un DTS-HD 2.0, mientras que la versión original se presenta en un mucho más atractivo DTS-HD 5.1. En el apartado de los extras, amén de la habitual ficha técnica y artística, se incluye un cortometraje, La cruz de Alberto Evangelio. Absolutamente prescindible, como de costumbre…