Crítica de La vida privada de Pippa Lee
No, no es que sea un cerdo insensible, ni que no pueda sentir empatía por las interesantes vidas de las amas de casa con «tormentosas existencias a fuego lento» es simplemente una cuestión de aburrimiento por acumulación. Porque «La vida privada Pippa Lee» es «una más». Aun teniendo alguna que otra virtud, la sensación de rutina, de déjà vu, destruye, inclemente, cualquier buena intención esbozada.
La excusa es la de contar la vida de una maruja americana tipo a través de varias décadas, empezando por unos 60 capitalizados por una madre autodestructiva (por adicta a los medicamentos), siguiendo por unos 70 teñidos de rebeldía adolescente, unos 80 alegrados por las drogas y las fiestas salvajes y llegando a la estabilidad del matrimonio con Herb, un intelectual bastantes años mayor.
A través de flashbacks más o menos aleatorios, la propia Pippa Lee nos narra en primera persona, voz en off mediante, los sucesos que la han conducido a compartir su vida con su actual y decrépito marido. Una vida aburrida, previsible y monótona, donde una borrosa Pippa se ha situado siempre en un discreto segundo plano.
Una, otra, de esas «vidas ejemplares» que, como historia, necesitan de un esfuerzo extra para llegar a calar. El esfuerzo está, pero el resultado se queda a medias. Como decía al principio, Rebecca Miller, guionista, directora e hija de Arthur Miller (un poco de amarillismo nunca viene mal) no logra hacer despegar su historia casi en ningún momento, pese a lo voluntarioso de su propuesta.
Miller huye, o lo intenta, de la realización plana e impersonal que una historia de este tipo más o menos podría hacer esperar (reconózcalo, sra. Miller, de entrada esto es de drama de sobremesa). Así que trabaja el envoltorio jugando con texturas, colores, sonidos y músicas y cuidando iluminación y fotografía de manera detallista, aunque sin alcanzar los niveles de obsesión manierista del Tom Ford de «Un hombre soltero«, por poner un ejemplo reciente. Pero, alerta roja, la planificación roza lo mecánico, y ahí la cosa se va desagüe abajo.
Y tampoco descuida la estructura narrativa, más o menos deliberadamente desestructurada, más apegada a las sensaciones, a la evocación de recuerdos y a la asociación de momentos para enfocar hacia uno u otro lado la construcción del personaje. Pero su problema es simple: por un lado no cuenta nada que no hayamos visto varios cientos de veces. Por otro, el tono resulta demasiado apagado.
Solemnidad, es la palabra. La confusión de sensibilidad por apatía termina por mandarlo todo al cajón de lo desangelado, lo desaborido. La monotonía de la vida de Pippa Lee se contagia al mood general de la película, y sus salidas de tono (irónicas, dramáticas, incluso bizarras) no terminan de funcionar. El caso es que se agradecen, cuidado: una pincelada de humor negro por aquí (el personaje de Wynona Ryder intenta cortarse las venas.. ¡con una gillette de plástico!), otra de comportamiento chocante por allá (la sesión de fotos fetish lesbo de Julianne Moore) dan cierta vida al conjunto, pero en contrapartida acentúan lo rancio de todo lo demás.
A este respecto, los intérpretes de un reparto de los de tirar de espaldas (además de los citados, aparecen Alan Arkin, Monica Bellucci y Keanu Reeves) están dirigidos con coherencia. Es decir, de manera desapasionada. Afortunadamente todos ellos tienen un oficio de sobras contrastado como para, sin lucirse excesivamente, dar la talla. Excepto probablemente Reeves, empeñado en rivalizar con Timothy Olyphant como el hombre más inexpresivo de América. Error de casting aquí, y siempre.
Más concretamente, Robin Wright, lógico centro de la función, construye una Pippa Lee solamente correcta donde realmente tendría que arrasar. La mujer lleva sobre sus hombros todo el peso dramático, no sólo de su personaje, sino por extensión de la condición de la mujer americana más o menos familiar en los últimos años. Su recorrido vital pasa por etapas muy estándar (infancia, rebeldía, amor inesperado) como para no iconizar al personaje, no proyectarlo hacia algo más amplio. Pero a causa de esa asepsia general de la que hablaba el regusto global que le queda a uno tras ver la película es ligero. Demasiado ligero. Al final, Pippa Lee termina siendo una hermana muy menor de las Betty Drapper («Mad Men») o las Mabel Longhetti («Una mujer bajo la influencia») que han dignificado la trágica figura de la ama de casa de clase media americana a lo largo de los años.
Solemnidad, es la palabra. La confusión de sensibilidad por apatía termina por mandarlo todo al cajón de lo desangelado, lo desaborido. La monotonía de la vida de Pippa Lee se contagia al mood general de la película, y sus salidas de tono (irónicas, dramáticas, incluso bizarras) no terminan de funcionar. El caso es que se agradecen, cuidado: una pincelada de humor negro por aquí (el personaje de Wynona Ryder intenta cortarse las venas.. ¡con una gillette de plástico!), otra de comportamiento chocante por allá (la sesión de fotos fetish lesbo de Julianne Moore) dan cierta vida al conjunto, pero en contrapartida acentúan lo rancio de todo lo demás.
A este respecto, los intérpretes de un reparto de los de tirar de espaldas (además de los citados, aparecen Alan Arkin, Monica Bellucci y Keanu Reeves) están dirigidos con coherencia. Es decir, de manera desapasionada. Afortunadamente todos ellos tienen un oficio de sobras contrastado como para, sin lucirse excesivamente, dar la talla. Excepto probablemente Reeves, empeñado en rivalizar con Timothy Olyphant como el hombre más inexpresivo de América. Error de casting aquí, y siempre.
Más concretamente, Robin Wright, lógico centro de la función, construye una Pippa Lee solamente correcta donde realmente tendría que arrasar. La mujer lleva sobre sus hombros todo el peso dramático, no sólo de su personaje, sino por extensión de la condición de la mujer americana más o menos familiar en los últimos años. Su recorrido vital pasa por etapas muy estándar (infancia, rebeldía, amor inesperado) como para no iconizar al personaje, no proyectarlo hacia algo más amplio. Pero a causa de esa asepsia general de la que hablaba el regusto global que le queda a uno tras ver la película es ligero. Demasiado ligero. Al final, Pippa Lee termina siendo una hermana muy menor de las Betty Drapper («Mad Men») o las Mabel Longhetti («Una mujer bajo la influencia») que han dignificado la trágica figura de la ama de casa de clase media americana a lo largo de los años.
De manera que el personaje sólo funciona sobre el papel. De todos modos, algo podemos extraer: Pippa siempre lucha por salirse de sus propios márgenes (esa fascinación por su tía lesbiana, la experimentación con las drogas, el amor hacia Herb) y al final todo ello desemboca en un matrimonio seguro y aburrido, cuidando de un viejo más bien decrépito. De ahí surge la fascinación por el (teóricamente) complejo personaje de Keanu Reeves. Nada nuevo bajo el sol, pero con un objetivo claro: apuntar de nuevo la dualidad matrimonio tranquilo pero aburrido versus excitación por lo desconocido.
Y poner en duda (ilícitamente, en mi opinión) la eficacia de la pareja demasiado heterogénea: en este caso, como en una de Woody Allen cualquiera, a Pippa y Herb los separan abismos intelectuales y de edad… y termina en el fracaso.
Sin olvidar, corrección política obliga, un mensaje feminista algo facilón aderezado con el final positivo y optimista de rigor.
Balance final: menos audacia de la que se pretende en una medianía correctilla pero falta de aire, de verdad y de pasión.
Carne de Cosmopolitan TV. A otra cosa.
Y poner en duda (ilícitamente, en mi opinión) la eficacia de la pareja demasiado heterogénea: en este caso, como en una de Woody Allen cualquiera, a Pippa y Herb los separan abismos intelectuales y de edad… y termina en el fracaso.
Sin olvidar, corrección política obliga, un mensaje feminista algo facilón aderezado con el final positivo y optimista de rigor.
Balance final: menos audacia de la que se pretende en una medianía correctilla pero falta de aire, de verdad y de pasión.
Carne de Cosmopolitan TV. A otra cosa.
5/10