Crítica de Wall·E (Batallón de limpieza)
Con cada nueva película, Pixar da un salto de gigante en la batalla por el cine de animación, dejando en evidencia (por decirlo de manera suave) al resto de productoras empeñadas en darle caza. Seguramente llegará el día en que la compañía de John Lasseter (mandamás de la productora y director de «Toy Story» entre otras) acabe metiendo la pata, pero desde luego ese es un momento que parece muy lejano en el tiempo, por lo que DreamWorks y compañía no pueden sino agachar sus cabezas y postrarse ante la que es una fábrica perfecta e incombustible de sueños, magia, y más importante aún, sentimientos.
De hecho, la estructura del guión de «Wall·E» se divide en dos partes muy distintas entre sí.
La primera se ubica en una desértica y sucia Tierra, lugar que el hombre se ha visto obligado a abandonar debido a la enorme cantidad de basura creada durante tantos años de avances y desarrollo tecnológico. Se trata sin duda de los momentos más brillantes de la película, y del cine de los últimos años en general, en los que sin oírse prácticamente una sola palabra, director y guionistas (el propio Stanton, Pete Docter y Jim Reardon) logran una maravillosa y entrañable historia cargada de emociones y sentimientos, completamente inolvidable para el público, ya sea adulto o pequeño.
Gran parte de ese mérito se debe, obviamente, a los únicos protagonistas de este primer ciclo argumental, Wall·E, Eve y una pequeña cucaracha, encantadores con sus particulares diálogos y reacciones. Enormemente sinceros, inocentes y humanos, logran que el espectador perciba sus mismas emociones, sintiendo una inmensa ternura por el robot solitario deseoso de cumplir con su trabajo (limpiar toda la basura de la Tierra) y de conocer la cultura del planeta (ahí está el VHS de «Hello, Dolly!», que consigue ver a través de su iPod, por ejemplo), y casi palpando los sentimientos de amistad con la cucaracha al principio, y de atracción hacia la espectacular Eve después.
Pero la verdadera grandeza de este tramo reside en la hábil fusión de tecnologías, cines, estilos y géneros de distintas épocas, que convierten a «Wall·E (Batallón de Limpieza)» en una película tan visionaria como tradicional, rompedora y universal a la vez, y curiosamente difícil de ubicar en un único momento temporal. Es por ello que se convierte enseguida en un nuevo clásico, una muestra de cine absoluto e infinito, amante del pasado pero corriendo hacia el futuro a grandes zancadas.
La segunda parte es otro cantar. Abandonada la Tierra por motivos que no necesitan ser desvelados, la acción se sitúa en pleno espacio, y la película cambia de aires para convertirse en una cinta de ciencia-ficción trepidante y de mensaje preocupante (esa humanidad gorda, fofa, inútil e inconsciente).
Se trata de un tramo mucho más sencillo que el anterior, en que la magia se ve algo deslucida debido a la mayor importancia que se le otorga a la acción. Persecuciones frenéticas entre naves y robots de todo tipo entran en escena, rodadas todas ellas, eso sí, con la misma (o mayor) maestría y calidad técnica de las que hacía gala la película desde su comienzo, y con constantes referencias a «La Guerra de las Galaxias», «Alien» o «2001: Una Odisea del Espacio» que deleitarán a los amantes del género. Por consiguiente, la película se acerca un pelo al resto de producciones de animación de corte familiar (aunque siempre a años luz de distancia, claro está), simplificando su discurso hasta el momento encabezado a un público de sobrepasada pubertad.
Sin embargo, con ello no se desmerece en absoluto el resultado global del film, pues se trata de un entretenimiento total, en el que se entremezcla la espectacularidad con la carcajada y, como siempre, con la ternura de sus protagonistas, que no pierden ni un ápice de su personalidad y simpatía (ojo a la escena del baile espacial entre Eve y Wall·E, simplemente maravillosa).
Tal vez, en el fondo, el verdadero problema de esta mitad sea la aparición de los humanos, que se muestran mucho más automatizados y antipáticos que los robots, argumento con el que la película ataca sin remisión y de manera mucho más directa de lo esperado a la consciencia del espectador.
Con todo, lo que realmente hace grande a esta auténtica joya (y por tanto, a la propia Pixar), es su empeño por resultar igualmente atractiva para todo tipo de público. Adultos, niños, exigentes y despreocupados disfrutarán por igual de una película cuidada hasta el más mínimo detalle, que por su explosión de sentimientos se convierte en una de las mejores propuestas no solo del verano, sino del año, y del cine en general.
Absolutamente imprescindible e inolvidable.
9,5/10
Pues no pienso perdermela. Un saludo y gracias por la recomendacion.
no lo hagas, es una joya, en mi opinión solo superada por Ratatouille…
sin duda, una de las mejores peliculas que he visto ultimamente. totalmente imprescindible e inolvidable.aunque estoy de acuerdo contigo, me quedo con Ratatouille. (cinemocion)
sì, de momento me quedo con Ratatouille, aunque quien sabe, a lo mejor un dìa me pongo una sesiòn doble y a ver si cambio de idea (conoces algun sitio donde poder hacer dicha sesiòn? no sè, una casa libre, o algo… ;)
un beso, guapa!
Impecable!
la verdad otra fabulosa peli de Pixar!!!
nunca nos defrauda con las pelis que lanza
felicitaciones
saludos
amén! jejeje