Crítica de West Side Story (2021)
Creo que fue de Rodrigo Cortés de quien escuché por primera vez, en un podcast que no es el nuestro, eso de que Spielberg estaba tardando mucho en hacer lo que, en el fondo, sazona toda su filmografía desde sus inicios: un musical. La clavaría tanto como para ser probablemente de lo mejor de su carrera. Seguramente no fuese el primero en decirlo, ya que si se pone uno a recordar las mil y un coreografías presentes en la obra del director de la saga Tiburón, está tan claro que duele no haber caído antes: las peleas de Hook, la secuencia inicial de Indiana Jones y el templo maldito… Pero bueno, en mi defensa diré que tampoco él cayó en la cuenta hasta ahora: navidades de 2021 y a sus setenta y cuatro tacos, por fin, Steven Spielberg estrena su primer musical. Y vaya si se ha confirmado cuán natural se antojaba esta unión. El remake de West Side Story es la película más necesaria de los últimos años, por recordarnos qué grande es el cine; qué diferente es acudir a una sala con volumen altísimo y pantalla gigante, para… sentir. Para emocionarse y vibrar como no se puede hacer desde el salón de nuestra casa.
Podemos alabar hasta cansarnos la habilidad de esta nueva versión por respetar al máximo su original, y aun así mostrarse rejuvenecida y dinámica; por pasar en un suspiro pese a que nos la sepamos de memoria y no tenga intención de alterar ápice alguno de la trama de lovs 60. Para qué hacerlo, si tal y como está, su discurso no ha perdido en actualidad y validez. La película logra dibujar un claro nexo entre el tiempo en que se ubica y los días que corren: días en que el racismo sigue estando muy presente en la sociedad americana (y no sólo). El shakespeariano amor imposible entre María, puertorriqueña, y Tony, norteamericano, puso en evidencia la escisión de la sociedad en los años sesenta y la vuelve a retratar a día de hoy con igual fuerza.
Podemos rendir pleitesía también la habilidad de Spielberg por otorgarle a esta West Side Story de 2021, un dinamismo desbordante. El director sabe explotar al máximo desde la espectacularidad de una coreografía al potencial de cada escenario, plano o iluminación. Ya desde sus inicios, con un plano secuencia que campa a sus anchas por el escenario en busca de los integrantes de la pandilla de los Jets, el director de Encuentros en la tercera fase pone en evidencia por qué tenía sentido rehacer West Side Story: es un trabajo exquisito de dirección, un tour de force que encuentra la mejor resolución para cada segundo, cada centímetro de celuloide (o más bien píxel). Siendo un remake, un musical, una película que se asociaría a la vieja escuela, sorprende su vigor, su fuerza, sus ganas de hacer las cosas bien. Y todo encaja a la perfección: la mano de Spielberg encuentra aliados de lujo en fotografía, iluminación, vestuario y reparto. Atención a la pelea en el almacén, a la búsqueda de María por parte de Tony (I just kissed a girl named Maria…) o al número de I Want To Live in America que supera con creces, en icónico, al original. A la química del reparto, al juego de luces que torna los edificios del barrio de María y Anita en un escenario teatral…
En definitiva, podemos (¡y debemos!) deshacernos en elogios hacia las virtudes artísticas y técnicas de West Side Story y, aun así, todo quedará en segundo plano en pos de lo que realmente constituye el mayor hito del film. Se apagan las luces, se acaban los trailers, arranca la función, y zas: viajamos atrás. Somos enviados de un trompazo en busca del espectador que habita en nosotros y que se emocionaba cuando recuperaba clásicos (o los vivía en primera persona, claro). Volvemos a aquella época en que hacíamos horas de cola para conseguir entradas de algo que sólo podía vivirse en una sala de cine. Algo que había que ver en mejores condiciones y lo antes posible, pues con el tiempo la imagen se deterioraba. West Side Story es una cita con el arte, cuando este se consumía en su forma original. Así que si su batacazo en taquilla quiere decir algo, es que nos contentamos con la mutación que tenemos ahora y desde el salón de casa. Tal vez ya no tenga sentido crear películas pensadas para la gran pantalla, obras de arte pensadas para su consumo original como decía, ya que preferimos sacrificar emoción en pos de la comodidad de nuestro sofá. A lo mejor el cine está muerto, efectivamente. Y esto puede que signifique que estemos ante el último gran clásico de la historia del cine. La muerte del cine viene de la mano de este último show, la película que mejor ha sabido conectar con las emociones que supone, o suponía, el cine como acontecimiento. Eso es: más que una película, la nueva West Side Story es un acontecimiento; el regalo de despedida que nos merecíamos, entregado por el último gran director clásico. Gracias, Spielberg, y larga vida al cine.
Trailer de West Side Story (2021)
West Side Story: el último gran show
Por qué ver West Side Story
Steven Spielberg nos hace el regalo definitivo en forma del que probablemente sea el último gran clásico cinematográfico. Una película como las de antes y que sin embargo consigue rejuvenecer el original en que se basa. Que sólo puede concebirse en pantalla grande. Emocionante, trepidante, entrañable y divertida, una obra maestra para los amantes del cine de siempre.