Crítica de Wolfkin
El cine de terror está empezando a ser una guerra sin cuartel a las familias clásicas, ya sea cuando se fuerza la creación de una (esas madres que ven el proceso del embarazo como una pesadilla por la que se ven obligadas a pasar), como cuando salen a relucir herencias podridas. Sobre todo en lo que a tradiciones y credos se refiere. Luxemburgo, que también tiene industria cinematográfica, se suma a la batalla con Wolfkin, en la que una madre empieza a perder el control sobre su hijo cuando este llega a las puertas de la edad del pavo, y pide ayuda a su familia política. Una familia adineradísima y de esas que cazan y van a misa todos los domingos. Y que tienen sus propias formas de corregir al (muy) díscolo niño, guste o no a su madre.
El título original, Kommunion, esconde el gimmick fantástico y se vuelca en el interés real de Jacques Molitor, director y (co)guionista: este proceso de absorción del niño en una familia que da repelús. El verdadero terror del film viene dado por esta madre que se enfrenta ante una situación de doble filo, ya que ni puede quedarse en casa a solas con el niño, que se le va de las manos; ni le gusta un pelo ver como los yayos le meten ideas en la cabeza que van a la contra directa de sus creencias y de lo que pretendía inculcarle. Luego llegó la traducción internación y su promoción en general, que revela el porqué de su condición de cine de terror, este desafortunado Wolfkin que arruina parte de la sorpresa, pero que en realidad importa poco: la transformación del niño metafórica es la que realmente asusta, y mucho, en una película que se torna terrorífica por su mensaje más que por los acontecimientos.
Para ello, Molitor se vuelca en unas formas tan asépticas, sobrias y recargadas, como claustrofóbicas. Casi se puede respirar el aire viciado de cada una de sus secuencias, en especial las que tienen lugar en el interior de la mansión. Todo dentro de los planes de una Wolfkin que busca el mal rollo soterrado, busca demostrar lo malo de todo lo que estamos viendo… sin que haya nada realmente malo en ello, más allá de las costumbres y los propios engranajes de la familia protagonista.
Todo ello da para una propuesta no demasiado original, pues ya hemos visto esta película muchas veces, pero muy estimulante en todo caso, que sin embargo se viene un poco abajo con un tercer acto innecesariamente salido de madre. Como si Molitor tuviera problemas en encontrar una conclusión alejada de los muchos lugares comunes por lo que había pasado. Como si, vaya, no hubiera caído en la cuenta de que los espectadores estamos ya tan acostumbrados a reiteraciones y permutaciones de lo mismo, que nos da igual si la enésima fotocopia se mantiene consecuente consigo misma y explota al máximo sus bazas. Cambios de tercio en el descuento diluyen un resultado que hubiera sido mucho más impactante y terrorífico si se hubiera mantenido fiel a sí mismo hasta el final. Lástima, pero relativa: Wolfkin sigue siendo una muy interesante propuesta de ese terror que va por dentro…
Wolfkin: conviviendo con el mal
Por qué ver Wolfkin
Una madre no puede con los cambios de su hijo y acude a su familia, que es como caer de la sartén al fuego. Terror de ese que sale de dentro y una crítica mordaz a los valores clásicos de un núcleo familiar adinerado, son las principales bazas de una película cuyo elemento fantástico puro es una mera excusa que funciona la mar de bien hasta que, en su acto final, se desmelena demasiado. Con todo, interesante y subconscientemente aterradora.